viernes, 29 de noviembre de 2013

Cotidianeidad cósmica

Vienes a percatarte de que trabajas en una especie de novela de Julio Verne digi-evolucionada (o en un cómic de la Marvel) el día que te acercas a un compañero y le dices "ola, k ase?", y te contesta: "ná, procesando unos datos que Curiosity nos está enviando desde Marte".

Pues eso, que si queréis algo del espacio, que me lo hagáis saber, que me han dicho que me hacen un barato. Al parecer, el polvo de estrella va a peso y la Vía Láctea, blanca y en botella.

Tiro al pollo

Y llega ese día en la vida de toda mujer, que aparentemente en nada difiere de los otros días, en el que te enteras de que en tu empresa existe un departamento coloquialmente conocido como el "lanzapollos". La primera vez que lo escuchas te piensas que se trata de algún tecnicismo muy sofisticado con el que, lógicamente, no estás familiarizada, y que lo has entendido mal. Pero entonces la conversación prosigue, y te cuentan que lo del lanzapollos no es ninguna licencia poética. Que allí se dedican precisamente a eso. A bombardear aviones con ocas narcotizadas para comprobar la resistencia del fuselaje y los motores. Vamos, como un lanzallamas pero con palmípedos. 
Comprenderéis que esta noche me vaya a costar conciliar el sueño un poquito más de la cuenta.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Otra despedida en el camino a Ítaca

Grabo mi último Hora 25 y más que nunca digo "Gabon, buenas noches". Esto se acabó, amigos. Cuando llegué, hace once meses, mucha gente me preguntaba que cómo estaba, con cara de circunstancias y mucho tacto. El que emplearías con un enfermo terminal del que esperas que se rompa en cualquier momento. Claro... de Nueva York a Éibar... como que el cambio era brusco y tal. Demasiadas antípodas para el cuerpo. Once meses después, puedo decir con total sinceridad que no existen sitios pequeños. Sólo el error de creer que no se pueden vivir a lo grande. He sido profundamente feliz aquí y me llevo unos recuerdos inmejorables.

Me gusta haber tenido un trabajo en el que a las ocho de la mañana ya estaba hecha polvo. Porque reírse es mu' cansao. Y tú lo sabes, 
Juanma Cano Gutiérrez. Y tienes que vivir con ello.

Me gusta haber tenido unos oyentes a los que trataba con tanta confianza que, un día que me entró el antojo, llegué a pedirles en antena que me trajeran a la emisora un paquete de patatas fritas. Es verdad que ninguno lo hizo, así que acabé comprándomelas en un locutorio, que era lo único que había abierto a esa hora.

Me gusta, justo antes de comenzar el informativo, estar bailando en la pecera la música de los anuncios, y especialmente la del café Fortaleza (porque sí, hooooy va a ser un día grande, y todo va a salirme bien bien bien), y luego empezar a dar las noticias como si fuera una persona muy seria. Derrochando credibilidad.

Me gusta haber medio aprendido a leer varios apellidos vascos seguidos, de diecinueve sílabas cada uno, sabiendo de antemano que me voy a trabar a la mitad. Inevitablemente. Pero os voy a decir una cosa: si alguna vez logras llevar a buen puerto el asunto, ganas una reflexión teológica interesante: te acuestas pensando que Dios tal vez sí exista.

Me gusta haber tenido, no un apellido, sino un epíteto: Marta, la de los cuentos. Hoy he contado el último, el vigésimo noveno. Nos hemos quedado a las puertas de la treintena. Lo dejamos para la próxima. Lo más bonito ha sido constatar que el ser humano aprecia a los cuentistas, aunque para todo lo demás seamos unos inútiles. Y que con un cuento, como me dijo aquel radioyente ciego al que siempre recordaré, a alguien le puedes iluminar el día.

Me gustan los pinchos de los viernes en el Akara con Cristina Cerrillo, y las escapadas exprés de colchón hinchable a San Sebastián para seguir concursando con 
Belén Muñoz Sánchez.

Y, por último, me gusta que mi última noche en Éibar la vaya a pasar participando en un recital, armada con dos poemas. Uno, de mi propia cosecha. El otro, mi favorito de todos los tiempos. Ése que empieza diciendo "Cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que el camino sea largo". Y yo no puedo pedir nada mejor, porque un camino largo te trae a sitios como Éibar. A personas como las que he conocido aquí y que sé que son amigos Duracell. De esos que te duran y duran y duran. Jamás podré agradeceros suficientemente todo lo que me habéis dado. Aunque voy a intentarlo... y en euskera. No es que estos meses me hayan servido para aprender mucho, pero sí lo suficiente como para deciros 'eskerrik asko!'... o 'mila esker'.

Pues eso. Que mi viaje a Ítaca continúa. En el camino nos vemos.

PD: Y aquí os dejo un regalito con el que me han obsequiado hoy en la emisora y que me ha hecho una ilusión bárbara. Dos minutos que son más elocuentes que yo a la hora de resumir lo que ha sido mi estancia en la ciudad armera, para que lo entendáis si yo no he sabido explicarme. En esta grabación se ve (o se oye) lo mal que me lo he pasado.

http://www.ivoox.com/marta-quintin-radio-eibar-audios-mp3_rf_2578450_1.html



Vigésimo noveno yyyyy... último cuento eibarrés radiado: Los visitantes de San Andrés

http://www.ivoox.com/cuento-san-andres-audios-mp3_rf_2578526_1.html

sábado, 16 de noviembre de 2013

Aventuras animadas de ayer y hoy presenta...

Se está convirtiendo ya en costumbre que, cuando cierro una etapa en algún sitio, me hagan en el último momento una encomienda que me descoloque en mayor o menor grado, para que la despedida tenga una dosis extra de sal, colorido, surrealismo... llámalo X. En Éibar han logrado atenerse a esta ilustre tradición al anunciarme que hoy tendría que actuar de animadora en un evento gastronómico patrocinado por la emisora. Cuando te dicen algo así, tu garganta, inevitablemente, traga saliva, y tu mente, igual de inevitablemente, te ofrece la pintoresca imagen de ti misma transfigurada en abeja reina de cheerleaders, dando saltitos en minifalda escueta de colores brillosos y canturreando con total entrega "dame una S, dame una E, dame una R... ¡Arribaaaaa SER!". Y te dices para tus adentros: "Ay, madre mía, ¿dónde dejé yo los pompones?".

Pero entonces te aclaran que lo único que tendrás que hacer es ejercer de maestra de ceremonias animando el cotarro en modo Leticia Sabater mientras la gente papea a dos carrillos y pasa un poquito olímpicamente de tu estampa, porque allí han ido a mover el bigote y, seamos francos, en habiendo comercio y bebercio, todo lo demás pierde bastante importancia. Y así, sin comerlo ni beberlo (tú al menos, que eres la única de la sala que permanece en ayunas), te ves encima de un escenario, armada con un micrófono inalámbrico cual conversa al karaoke, lo que hace que, si ya de por sí tu tono de voz es tan tenue y melodioso como el mío, las resonancias del discurso consigan desplazar placas tectónicas hasta en Basauri. Y, de esta guisa, te vuelcas en la tarea de cortar jamón con un profesor de la escuela de Arguiñano, entrevistar, a falta de uno, a dos enólogos, mientras intentas por todos los medios que no se te note la cara de abstemia que tienes, y te pones a la cabeza de un coro musical de la tercera edad a cuyo medio centenar de componentes has tenido que ayudar previamente a subir por las escarpadas escaleras del escenario uno por uno, para que no se te desmoñen por el camino y el jovial y distendido evento gastronómico acabe en tragedia gerontológica.

La rematadera llega cuando bajas por fin de la tarima, tras más de dos horas pronunciando cada frase con el entusiasmo y motivación de quien se ha chutado un compuesto de glucosa y cafeína, con el altruista propósito de que el personal no se venga abajo, y se te acercan dos tíos desconocidos, uno de ellos cámara en ristre y, en presencia de tu estupefacto jefe, te dice con una sonrisilla de difícil interpretación: "¿Podrías hacerte una foto con mi amigo? Después de tantos meses escuchándote, teníamos muchas ganas de verte".

No digo que no me lo pasara bien. Pero Dalí se lo habría pasado mejor. Por lo del surrealismo digo.

Principios de adiós

Ay, qué fácil es que te alegren el día. 
Hoy por primera vez hemos dicho en antena que me queda una semana por Éibar. Al ratito, ha llamado una señora a la que no conozco. Una señora que jamás me ha visto la cara, pero que se ha interesado por cuál iba a ser mi próximo destino, que me ha deseado suerte y que me ha asegurado que me va a echar de menos. Y no sólo eso, sino que ha preguntado con verdadera preocupación: "pero oye, ¿¿y los cuentos?? ¿No los vais a recoger en un libro o algo? Es que voy a tener un nieto... y yo quiero tenerlos todos...".


Lo dicho. Que me han alegrado el día.

Vigésimo octavo cuento eibarrés radiado: Tiempo de castañas

http://www.ivoox.com/cuento-marta-quintin-noviembre-audios-mp3_rf_2548053_1.html

jueves, 7 de noviembre de 2013

Décima fáctula en Mayhem Revista: "Se pinchan los globos de tanto subir"

Hoy se reunían el Gobierno Vasco y la Corporación Mondragón para hablar del futuro de Fagor. Publico una fáctula sobre el tema en Mayhem Revista y le pongo voz en el cuento de los miércoles de Radio Eibar (sí, es mi voz... y un programa de distorsión).

jueves, 31 de octubre de 2013

Radio multiusos

Suena el teléfono. La carta de presentación que hacen es la siguiente: "Verá, el motivo de esta llamada es un poco raro...". A ver, sorpréndame (si es que puede, que, con todo lo que llevo oído, lo dudo). 
"Sí, verá. Le llamo del centro gerontológico. Es que nos hemos encontrado un gatito. Pero no callejero, no. Lleva cascabel y collar. Y, como no sabemos qué hacer con él, lo único que se nos ha ocurrido es llamar a la radio".
Eso es una buena asociación de ideas y lo demás, tonterías.
Le recomiendo a mi interlocutora que llame a la Policía Municipal. Y ofrezco un argumento contundente para apuntalar mi consejo: "Le agradezco la confianza, pero, si alguien ha perdido un gatito, lo más seguro es que dé parte en la policía. Seguro que ellos son más eficaces que nosotros a la hora de encontrar al dueño".
Un silencio al otro lado del teléfono. "Pues tiene usted toda la razón del mundo. Jamás se me habría ocurrido. Gracias por este baño de realidad".

De nada, mujer. Para eso estamos. Lo pone en mi tarjeta de visita: "Marta Quintín. Dando baños de realidad desde 1989".

Vigésimo sexto cuento eibarrés radiado: La noche de brujas

http://www.ivoox.com/cuento-brujas-audios-mp3_rf_2501706_1.html

miércoles, 2 de octubre de 2013

Fast book

Hasta ahora nunca me había tropezado con una expendedora de libros. Ya puedo ver al desgraciado de turno aporreando la máquina como un descosido porque se le ha quedado atascado el pedido... La tragedia se masca en el ambiente.

martes, 24 de septiembre de 2013

"Dime una palabra" en los medios eibarreses

Una previa en

http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20130921/guipuzcoa/libro-marta-quintin-presenta-20130921.html


Y una entrevista en

PD: Jamás pensé que mi callo del dedo anular (que, por cierto, desapareció hace ya tiempo, después de haber estado alojado allí durante casi dos décadas) tendría algún día un titular para él solito. Callo, va por ti. In memoriam.
http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20130924/guipuzcoa/cuando-escribi-esta-novela-20130924.html

jueves, 12 de septiembre de 2013

Entrevistar a la tercera edad

Entrevistar abuelillos merecería un capítulo aparte en alguna asignatura troncal de primero de Periodismo, porque es toda una ciencia. Poniéndonos entomólogos, podríamos describir una tipología como la que sigue:

-El aburrido: es aquel que no tiene a mano ninguna obra urbanística que contemplar (el parón de la construcción ha reducido enormemente la oferta de ocio de nuestros mayores) y está enca...ntado de que le brindes una oportunidad de ejercer su derecho a la libertad de expresión. Le preguntas por las pensiones y, en cuestión de dos minutos, te está hablando de una tal Dolores. En un primer momento, te preguntas "dolores ¿de qué?, ¿de cadera?, ¿de cabeza?, ¿de corazón?, ¿lumbares?". Pero unos cuantos minutos después, te das cuenta de que se está refiriendo a la Pasionaria y, como te pille con la guardia baja, acabas recordando con él frases de la susodicha. Cuando diez minutos después te despides (eufemismo de "escapar"), notas que has dejado un vacío en su vida.

-El viejo verde: éste también se presta a hablarte, pero simplemente porque eres un trozo de carne fresca. Te dirá todo lo que le pidas. Incluso más cosas de las que habrías deseado escuchar nunca.

-El aldeano de Salem: es ése que te ve avanzar hacia él con una grabadora y sale corriendo (metafóricamente, porque suelen llevar bastón), al tiempo que grita: "¡Bruja, bruja, vade retro, no extraerás ni una palabra de mis labios, no te llevarás mi alma! ¡Que la quemen viva!". Lo mejor es dejarlos huir. No llegarán muy lejos.

-El sordo: en este caso, lo mejor es que huyas tú. Si no sabes retirarte a tiempo, pasarás la mañana atrapada en un bucle en el que tú preguntas algo y te responden con otra pregunta: "¿¡Quééé!?".

-El consejo de sabios: son mis favoritos. Si no has logrado ni una buena declaración, no desesperes. El recurso del grupito nunca defrauda. Acércate a un corrillo de viejos. Siempre habrá uno que te dirá muy dignamente: "Yo no pienso hablar. Que te conteste éste", señalando al de al lado con gesto despectivo. Entonces sabes que ya lo tienes. La estrategia a seguir es centrarte en el tipo al que han designado como portavoz, deshecha en amabilidades, dándole a entender al digno que si él no está interesado en hablar contigo, tú menos en hablar con él, y que te importa menos que un mojón seco. No falla. La psicología inversa, digo. A los dos minutos escucharás su voz, metiendo la cuchara. Ningún español soporta escuchar la opinión de otro español sin demostrar su propia sabiduría. Es un instinto atávico contra el que no podemos luchar. Así que, finalmente, tienes declaraciones para dar, vender y coleccionar en fascículos.
Yo nunca me privo de abandonar el grupito restregándole al digno: "¿Ve como en realidad sí tenía ganas de hablar conmigo?". Puñetera que es una.

Vigésimo cuento eibarrés radiado: La vuelta al cole

http://www.ivoox.com/cuento-vuelta-al-cole-audios-mp3_rf_2350906_1.html

lunes, 2 de septiembre de 2013

Los poquitos de la Q


Andaba merodeando entre las estanterías de la biblioteca y, de pronto, en el exiguo trocito de balda de la Q, entre un libro de Fernando Quiñones y otro de Horacio Quiroga, y a sólo un par de tomos de Quevedo... ¡zas! Novela de una tipa que me suena. Pero lo mejor es que la indiscreta hoja de vida que llevan todos los ejemplares de biblioteca me ha soplado que, en un mes, dos merodeadores anónimos de estanterías se han dejado engañar por "Dime una palabra", esa recién llegada a los poquitos de la Q.

viernes, 30 de agosto de 2013

Matrimonios con 75 años en prácticas

Últimamente he leído muchas noticias referentes a parejas que llevan un porrón de años casadas. Y ya se sabe que algo empieza a ser noticia cuando empieza a ser rara avis. Los que se llevan la palma son Fred y Lorraine, un matrimonio que se ha mantenido durante 75 años. Ahora, ella ha muerto y Fred, de 96 años, le ha escrito una carta que ha sido convertida en canción por un productor musical que buscaba nuevos talentos en un concurso.

Al escuchar esta historia, te preguntas dónde está el secreto. No. De que hayan permanecido juntos tres cuartos de siglo, no, porque la inercia, el ser comodón o el miedo a quedarse solo son razones poderosas, sino de que hayan estado 75 años casados y, al cabo y a la postre, al buen hombre le hayan quedado ganas de dedicarle a la sweet Lorraine una canción, en vez de pensar para su coleto "tú vas a descansar por fin en paz y yo, más, que ya tardabas en morirte, jodía". 


Y entonces, viendo el vídeo, he creído descubrir la clave del misterio, en una revelación de un segundo. Concretamente, en el segundo 1'54, en el que aparece la foto de dos viejos encantados de hacer el melón el uno al lado del otro, con gorritos de papel y collares de bolsa de cotillón. Dos viejos que, a tenor de la fotografía, se debieron de tomar muy en serio eso de que en la vida hay que reírse. Mucho. Mucho. Mucho.
Y considerarla como una fiesta que hay que celebrar todos los días. Y si logramos que alguien acepte la invitación y se quede con nosotros a soplar las velas, los matasuegras, a romper la piñata y a ponerse de comer tarta hasta las cejas, pues oye, miel sobre hojuelas. Entonces, la fiesta habrá sido un exitazo.

Al verlos, he creído descubrir que para pasar 75 años con alguien (aparte de tener buena salud), that is the key. La clave. El punto G. Ésa es mi teoría.
La razón me la dará o me la quitará el de siempre. Ése al que nadie tose y al que Fred y Lorraine han conocido tan bien: el tiempo.


http://www.youtube.com/watch?v=4BJzzNMv9Oo

jueves, 29 de agosto de 2013

Español geminiano

Arturo Pérez-Reverte escribe un, a mi juicio, acertado artículo, titulado "Conmigo, o contra mí", en el que viene a diseccionar ese proverbial rasgo cainita que tan palmariamente presenta la fisonomía del español medio. Ese que Machado describió mejor que nadie (como casi todo de lo que habló), porque lo logró con dos versos: "Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón". Pero don Arturo también lo dice bien, en párrafos como el que reza:

"En España parece inconcebible que alguien no milite en algo y, en consecuencia, no odie cuanto quede fuera del territorio delimitado por ese algo. Reconocer un mérito al adversario es para nosotros impensable, como aceptar una crítica hacia algo propio. Porque se trata exactamente de eso: adversarios, bandos, sectas viscerales heredadas, asumidas sin análisis. Odios irreconciliables. Toda discrepancia te sitúa directamente en el bando enemigo. Sobre todo en materia de nacionalismos, religión o política, lo que no toleramos es la crítica, ni la independencia intelectual. O estás conmigo, o contra mí".
Y desmonta en una frase brillante la trampa torticera que entrañan los bandos y los adoctrinamientos: "Yo no tengo ideología, porque tengo biblioteca". Zas. En toda la boca.

Sin embargo, el artículo termina de una forma que, creo, merece el siempre tan necesario matiz. Dice así:

"Desde ese punto de vista, el español es por naturaleza un perfecto hijo de puta. Por eso necesitamos tanto lo que no tenemos: gobernantes lúcidos, sabios sin complejos que hablen a los españoles mirándonos a los ojos, sin mentir sobre nuestra naturaleza y asumiendo el coste político que eso significa. Dispuestos a decir: «Preparemos al niño español para que se defienda de sí mismo. Eduquémoslo para que conviva con el hijo de puta que siglos de reyes, obispos, mediocridad, envidia, corrupción, violencia, injusticia, le metieron dentro".

Y sí. No es que no sea verdad. Sólo hay que echarle una mirada a los informativos o al propio vecindario para ver que Hispania es tierra de conejos y también de impresentables (si bien es cierto que en todos sitios cuecen habas y no sé hasta qué punto nuestro país tiene un índice más elevado de sinvergonzonería por metro cuadrado que los demás).

Ahora bien, no es menos cierto que hoy estaba viendo la tele y ha empezado ese nuevo programa de Televisión Española, "Entre todos", con el que se pretende propagar el espíritu solidario entre la ciudadanía para que salgamos de la crisis de la manita, como hermanos bien avenidos. Según el artículo, este propósito implicaría estar luchando contra la idiosincrasia española, contra su pulsión atávica de joder la marrana al de al lado y, cuanto más, mejor.

Y entonces ha llamado por teléfono una jubilada que cobra una pensión de 460 euros mensuales y que ha donado 60 a un niño aquejado de una enfermedad rara, para la que necesita una terapia que sus padres, en paro ambos, no pueden pagar. Y qué queréis que os diga. A mí me ha emocionado. Antes no me pasaban estas cosas. Los nudos en la garganta no se me ataban así como así. Tal vez es que me estoy haciendo mayor y estoy perdiendo la inocencia; valorando, por tanto, la bondad en su justa medida cuando aparece, porque ya sé que no se prodiga tan a menudo como sería deseable. Pero me reconforta saber que, a veces, hace acto de presencia a lo grande, a raudales. Como cuando la gente invadió los hospitales para dar su sangre literalmente cuando un tren se salió de una curva hace apenas un mes. Y esos también eran españoles.

Todos llevamos al Jekyll y al Hyde dentro. En una situación u otra se revela una cara o su contraria. La mayoría del tiempo, sólo somos un rostro a contraluz. No sé si en España hay más hijos de puta que en otros sitios. No sé si esto tiene remedio o tenemos que limitarnos a vivir con ello, con esta condena, con este mal endémico, con la plaga patria. Pero sí sé algo con certeza: que cuando el buen corazón le gana la partida al hijo de puta, el resultado no puede ser más glorioso.

domingo, 28 de julio de 2013

Volver a Nueva York con "The Newsroom"

No es que me considere una adicta de las series. Conozco a demasiadas personas que son infinitamente más devotas que yo en ese ámbito como para creerlo. Pero sí he de decir que, cuando una serie consigue gustarme de verdad, pierdo bastante el norte. En las últimas 24 horas me he metido entre pecho y espalda los diez episodios de la primera temporada de "The newsroom" y los dos de la segunda. Puntualizando que cada uno dura unos 55 minutos, queda bastante claro que, en las últimas 24 horas, aparte de engullir la nueva creación de Aaron Sorkin (padre de "El ala oeste de la Casa Blanca", que no seguí), y, de cuando en cuando, comprobar que mis constantes vitales continuaban estables, no he hecho mucho más.

La crítica la ha puesto de vuelta y media, pero ni caso. Sin duda, esta serie sobre un canal de TV estadounidense peca de patriotera (la premisa de la que parte es la de que, en un debate, una estudiante le pregunta al periodista protagonista, con mucha seriedad, "por qué EEUU es el mejor país del mundo"... Queda bastante gracioso extrapolarlo al caso de España, donde esta pregunta sólo podría entenderse bien en el contexto de "La Parodia Nacional", y el periodista interrogado al respecto no podría hacer otra cosa excepto descojonarse vivo. En cambio, en la serie, el interpelado, después de mucha presión por parte del moderador del debate, que no le deja escaquearse, replica medio histérico que EEUU no es el mejor país del mundo y, bastante airado, se aplica a desmontar eso que para los gringos es el mayor de todos los axiomas: la perfección de su nación. Y entonces todos los presentes empiezan a decir que es un hereje o que está desquiciado y se ponen a grabarlo con los móviles y a subir el vídeo a youtube).

Otra de las críticas que le hacen a la serie es que contiene momentos bastante glaseados, del tipo "Oh, capitán, mi capitán", pero, oye, seamos serios... ¿A quién no le gustan esos momentos? Son absolutamente necesarios en los productos audiovisuales. Sirven para reconciliarnos con el ser humano delante de un bol de palomitas.
Además, los diálogos son muy buenos, la trama no decae en ningún momento y los personajes y sus líos enganchan. Enganchan mucho. Y me caen bien todos, algo que es verdaderamente difícil de conseguir, y eso que lo único que hacen es correr, ponerse de los nervios y ser más listos que nadie.

Pero lo mejor de todo (y sé que esta afirmación raya con el espíritu grupi, pero me da igual) es que el edificio que sale en los planos exteriores está al lado de mi oficina de Nueva York y pasé mil veces por delante del garito donde los protagonistas se reúnen para tomar una copa después del trabajo (aunque nunca entré, el mundo no es perfecto, igual que EEUU). Cada vez que sale en la pantalla esa parada de metro de Bryant Park y esa esquina de la 43 con la Sexta, me doy un alegrón. Y no, no es que me crea una de las periodistas de "The Newsroom", que son una mezcla entre agentes de la CIA y Robin Hood, pero al menos ¡trabajé en el mismo espacio que ellos! ¡Pisé el pavimento que ellos pisan! ¡¡Sí!! ¡¡Lo sé!! ¡¡Es rematadamente friki lo que acabo de decir!!

En fin, que, a los que os guste el periodismo, no dejéis de verla. Y a los que os dé igual la temática, os la recomiendo también. Eso sí, ya aviso: si no quedáis satisfechos, yo no soy como El Corte Inglés. Yo no devuelvo el dinero, pero vamos, que el capítulo de mañana es que no me lo pienso perder.

¿Os he dicho ya que soy fan? ¿Sí? ¿Tanto se me ha notado?

viernes, 26 de julio de 2013

Periodismo in extremis

A riesgo de parecer mi profesora de Epistemología de la Comunicación, o como diablos se llamara esa asignatura de Tercero de carrera que nadie llegó a entender nunca muy bien, he de decir que, en circunstancias como la del accidente en Santiago, te das cuenta de que a las personas nos interesa lo que pasa, desde luego, pero también, y casi más en proporción, nos interesa cómo nos cuentan lo que pasa. Es normal que en Twitter los propios periodistas comentemos qué colegas lo han hecho bien, quiénes mal... pero es que la gente de a pie también alaba y denuesta, también recrimina y aplaude. Un ser humano, una sociedad, y por supuesto los medios de comunicación, nos retratamos en las emergencias. Y el público no lo pasa por alto. En eso, he de dar la enhorabuena a mis compañeros de la SER, porque en lo tocante a buena y completísima cobertura os estáis llevando la palma. Bravo por vosotros. En el otro extremo, no puedo evitar hacer alusión a alguna cagada como una que me toca de cerca. Sé que la portada de un periódico regional, que ni siquiera es de la región afectada, no pone ni quita mucho, pero quien haya acudido a informarse al Diario Vasco en el día del accidente se habrá encontrado con una foto a media página de Jamie Cullum en el Jazzaldia, debajo un gran titular referente a una incineradora de residuos y, en pequeño, encima del anuncio de un cuchillo de 4 euros y una hoja de 17 centímetros junto a tres filetes de carne cruda (sí, sí, como lo leéis... ¡¡¡¡tres filetes de carne cruda!!!!), el titular del accidente... Un topo tiene más vista. Recordemos además que la tragedia se produjo a las ocho de la tarde... tiempo más que suficiente para que alguien hubiera tomado decisiones sobre la pertinencia de la portada y el criterio de la relevancia... un poquito de agilidad en la reacción, por favor.

Pero me preocupa más el juicio paralelo y sumarísimo que ya se está celebrando en algunos medios sobre la culpabilidad del conductor del tren, basándose en la captura de su perfil de facebook. En primer lugar, es una actitud de paparazzis: husmear en la mierda de los demás, a ver qué podemos rapiñar. Y en segundo, sé lo atractivo que es calzarse la toga y el mazo sin haberse calzado previamente los años de estudio de una oposición... pero, por favor, dejemos que cada quien haga su trabajo. Si algún día la Justicia determina que este señor era un fitipaldi, pues muy bien, ya nos escandalizaremos entonces y rechinaremos dientes. Pero, hoy por hoy, este hombre ya tiene bastante con su propia conciencia.

Segunda fáctula en Mayhem: Aleph a consulta

http://www.mayhemrevista.com/2013/07/24/aleph-a-consulta/

martes, 23 de julio de 2013

Multiculturalismo

Hasta donde yo sé, los gentilicios en euskera se forman agregando el sufijo -tarra. Una vez aclarado este punto, elevo una petición para que el organismo internacional que lo tenga a bien le dé un premio a esta gente. Esto son programas de asimilación cultural y no los de la ONU. Para que luego digan que los chinos tienden al gueto hermético... Si es que el que no se adapta es porque no quiere. Desde hoy, me declaro fan incondicional de los chinatarras. Estoy convencida de que han sufrido una digievolución que ha hecho de ellos una especie más avanzada.




jueves, 11 de julio de 2013

Siempre Fosca

Hay indicios palpables de que el mundo tiene importantes fallos de diseño. En general, el engranaje funciona, pero hay taras de fabricación que demuestran que no está todo lo bien concebido que cabría esperar. Uno de esos fallos es que los perros no puedan vivir más allá de los quince, dieciséis años... Ahí tienes a las tortugas de tierra: nadie les coge aprecio, pero se hacen octogenarias, y, en cambio, por tiranías impepinables de la biología, "el mejor amigo del hombre" no puede acompañar a ese hombre ni durante dos décadas de su vida... Un sinsentido. Pero bueno, supongo que de eso va este chiste que tiene maldita la gracia y que, para mi gusto, nos cuentan demasiadas veces: alguien entra en tu vida, le quieres, y luego le pierdes. Y ya está. Te aguantas.  

Yo tengo la suerte de haber tenido a Fosca quince años y medio... ¡ahí es nada! Dos tercios de mi vida con ella. Fue un regalo de primera comunión. Y qué raro resulta pensar en ella en esos términos, como si fuera equiparable a un misal, a una medallita o a cualquiera de esos obsequios inservibles y horteras que nadie usa. Porque, a fin de cuentas, era un miembro más de la familia. Sé que Teresa Quintín no se enfadará si digo que no éramos ella y yo: éramos tres. Ya sé que a estas alturas los que no hayáis tenido perro estaréis enarcando la ceja escéptica de rigor, pensando que ya está la chalada de turno gimoteando por un chucho y comparándolo con una persona. 

Pero bueno, al final, la conclusión que sacas tras quince años de convivencia con un cánido es que lo de la especie sólo es un accidente. Desde luego, no es un impedimento para que alguien te caiga rematadamente bien. Porque ya no es que Fosca fuera alguien de la familia (dado que el que alguien sea tu pariente no le exime de caerte mal). Es que, pequeña, me caías muy bien. 

En primer lugar, porque eras asustadiza y desconfiada. Jamás fuiste de esos perros gratuitamente pródigos, que le dan un lametón al primero que se les cruza. Quizás esa actitud indiscriminada resulte adorable, pero es bastante estúpida y te puede acarrear más de un disgusto. Tú, en cambio, eras huraña, y pensabas que todo el mundo estaba bajo sospecha hasta que te demostraran lo contrario. Bien hecho. Eso sí, cuando alguien lograba vencer esos recelos, cierto es que te pasabas a las antípodas y te convertías, perdona que te lo diga, en un moco. Papá lo sabe bien. Sin duda, a él le venerabas. Pero no creas que estoy celosa. Porque sé que lo que tuvimos tú y yo fue especial. Porque fui la primera que te ganó para la causa. 

Cuando llegaste a casa, cargada de reticencias, arisca con el género humano en general, decidiste castigarnos a todos con tu desprecio, y convertiste la terraza en tu bastión. Allí te atrincheraste, en el hueco que quedaba entre la reja y el armario, y que no te sacara ni dios. No querías saber nada de nosotros y nuestras excentricidades. Cuando te llamábamos, no atendías. Como quien oye llover. Y esos primeros días, hubo que sacarte a la calle en brazos, aunque, por aquel entonces ya pesaras tus buenos doce kilos. Y yo, que casi todo en esta vida lo acabo solucionando con literatura porque soy un animal de costumbres escaso de recursos y no se me ocurre otra cosa, decidí congraciarme contigo leyéndote. Salía a la terraza con un libro, me sentaba a tu lado y te leía en voz alta, mientras te acariciaba el lomo. Me acuerdo perfectamente de cuál era. Pertenecía a la colección naranja del Barco de Vapor. Se titulaba "Mi hermana la pantera". Me pareció lo más apropiado. No en vano, se suponía que ibas a ser mi hermana, y eras negra como una pantera. Aunque, con tu tupida lana, que doblaba las púas de las maquinillas de afeitar, y con tu docilidad, más parecías una oveja. Una oveja negra (lo siento, la coña siempre estuvo a huevo). La cosa es que, al principio, cuando empecé a perorar como un papagayo en aquel idioma ininteligible, me miraste como si estuviera desequilibrada. Pero reconoce que te pudo la curiosidad. Reconoce que te gustó y que empecé a parecerte interesante. ¡Admite que te encariñaste conmigo! Porque, un buen día, por hacer la prueba, me levanté y te llamé. "¡Fosca!". 
Y ¡sí! te levantaste, y viniste conmigo. A partir de ahí, pasaste a ser una más del clan. Y tu estancia en él ha dado de sí. La de tardes que hemos estudiado juntas. Toda la ESO y el Bachiller los pasaste echada a mis pies, y la verdad es que no nos fue tan mal, ¿eh? Y qué tranquilizador era sentir el peso familiar de tu cabeza cuando la apoyabas sobre mis rodillas, cuando viajábamos en coche. 

También discutíamos. Claro. ¿Cómo no? Se discute en todas las relaciones que merecen la pena. Porque eras una maniática. Y porque por la calle intentabas descoyuntarme los hombros dando tirones con la correa, y acababa peleando contigo a brazo partido. Y porque me hacías rabiar en el parque, quedándote rezagada cuando yo llevaba prisa, y te decía como a los niños: "Bueno, Fosca, yo me voy, tú haz lo que te dé la gana". Y me escondía detrás de un árbol mientras tú seguías olisqueando parsimoniosamente alguna mierda, sólo por molestar. Con esta añagaza pretendía que, de pronto, al levantar la cabeza y no verme, te asustaras, pensando que había hablado en serio y que te había dejado abandonada, perdida a tu suerte. Siempre tuve la esperanza de que con este método cruel y poco pedagógico escarmentaras. Nada. No escarmentaste.

Pero la pelotera más grande que tuvimos fue cuando me marché a Pamplona. Pensé que el reencuentro (sólo dos semanas después de la "despedida") sería una efusión de alegría descastada por tu parte. Si ya lo era cuando subía a casa con el pan tras una ausencia de diez minutos, ¿cómo no iba a serlo en esas circunstancias? Pues mira tú por dónde: me diste una lección. De que los perros no sois tan previsibles como decía Pavlov. De que no respondéis a estímulos con la simplicidad mecánica que se os presupone. Cuál no fue mi sorpresa cuando, en vez del complaciente y halagador recibimiento, me encontré con que estabas ofendida conmigo. Porque te hubiera dejado. Y te cuidaste muy mucho de dejar constancia de ello y de hacérmelo saber. Me diste la espalda. Yo no daba crédito. Y tuve que hacer méritos para que volvieras a tenerme en estima. Pero también es verdad que no eras rencorosa en absoluto, así que enseguida hicimos las paces.

Lo que no guardaba ninguna sorpresa era el ritual de la piña. Es lo que tienen los rituales: siempre se repiten, y por eso son tan reconfortantes. Puedes confiar en que podrás vivirlos una y otra vez y que serán iguales. Y a las dos nos encantaba el ritual de la piña. Íbamos al rompeolas de Jaca, probablemente uno de mis sitios favoritos del mundo (y estoy convencida de que tú también sentías predilección por él), e ibas a por una de las piñas que alfombran la hierba, y me la traías y yo te la lanzaba. Diligentemente corrías a por ella, entusiasta, como si te fuera la vida en ello, pero nunca acertabas con la piña. La oías caer, a unos centímetros de ti, pero jamás la veías. Te quedabas un momento inmóvil, con el cuerpo en tensión, los sentidos aguzados y, acto seguido, buscabas otra piña próxima y me la traías ufana, como si se tratara de la que yo te había tirado (sí, querida, lamento decirte que nunca lograste dármela con queso... ¿que por qué no te decía que sabía que estabas intentando engañarme? Sentido del tacto y delicadeza. No quería quitarte la ilusión). La verdad es que no eras uno de esos perros de los que se dice que son listos como rayos... Pues no, para qué nos vamos a engañar. Eras tontorrona. No voy a escribir un ditirambo falso sólo porque te hayas muerto. Las cosas como son. Como eran. 
Pero, a falta de astucia, qué cariñosa fuiste... Como cuando venías a despertarme a la cama los fines de semana, dándole empentones a la almohada y, a mí, un paroxismo de besos. Y, si alguna vez me viste llorar, también. Qué sensibilidad tenías para consolar, pequeña. Qué lástima que hoy no puedas lamerme las lágrimas. Al final, los perros sabéis dar más cariño que la mayoría de las personas. Y lo lográis de una manera inaudita: sin decir una palabra. Sí que tiene mérito eso, ¿eh?

Si algo lamento es no haber estado allí para despedirme de ti. Aunque tal vez es mejor así. Quizás no habría sabido guardar la compostura cuando se te llevaron a ponerte la inyección. Y la prioridad era que no sufrieras. Ni un minuto de sufrimiento. Un ser inocente como tú no se lo merece. 

En fin, ovejita, poco más me queda por decirte. Quince años de la vida que compartimos no son fáciles de resumir. Que tengas buen viaje, mi Fosca, (sé que te has ido al mar, por esos ríos de los que tanto te gustaba sacar piedras. A dónde va a ir si no un perro de aguas). Yo, si te parece bien, te leeré alguna vez un fragmento de "Mi hermana la pantera". Aunque nunca me lo dijiste, tengo la ligera sospecha de que, en el fondo, siempre te encantó.

miércoles, 10 de julio de 2013

Mayhem y fáctulas

Estoy muy ilusionada porque hoy empiezo a colaborar con Mayhem, una exquisita revista digital con contenidos interesantérrimos, que van desde los reportajes en profundidad y con calado hasta entrevistas de ésas que se cocinan a fuego lento,pasando por un caleidoscopio de cine, música, deporte, televisión, humor o política, abordados desde enfoques realmente originales, exprimiendo hasta las últimas consecuencias la riqueza y potencialidad de los diversos formatos, y todo presidido por la actualidad, sin sacrificar la perspectiva, y, sobre todo, por una calidad informativa que sólo pueden destilar enamorados del periodismo que no se conforman con lo que hay, ni se resignan a no ser leídos o escuchados.

Así que muchísimas gracias a los chicos de Mayhem por invitarme a participar en esta aventura, a la que me uno con una nueva sección: "Fáctulas". ¿Qué es fáctulas?

Pues dicen que la realidad supera a la ficción. Pero hay quien duda de esto y asegura que es al revés. En Mayhem no vamos a polemizar sobre esta dicotomía. Resultaría un debate estéril. Porque lo único cierto es que las historias van a caballo. Una de las piernas les cuelga por el anca de los hechos; la otra, por la de la imaginación. Hace falta un equilibrio entre ambos lados para que no se caigan. Y de la suma de los dos, del facto y de la fábula, nace la fáctula. Un buen arnés. ¿Cabalgamos?

Cabalgaremos un miércoles sí, un miércoles no. En este miércoles, sí nos montamos en el caballo, con una fáctula titulada "Gobernanta", sobre el enchironamiento de Luis Bárcenas. Aquí dejo el enlace.
Y recordad: Mayhem. Porque fracasar nunca antes había salido tan barato.

http://www.mayhemrevista.com/category/factulas/

Las no-noticias

Todo personaje necesita un antagonista. Caperucita no sería nada sin lobo. ¿"Ande" correría el Correcaminos por esos caminos de Dios sin un coyote detrás? Y las noticias, por supuesto, tienen enfrente a las no-noticias. En la facultad nos intentan enseñar muchas teorías sobre los criterios que delimitan qué es una noticia y qué no lo es. Ay, sí... aquel aforismo pintoresco, que todos apuntábamos afanosamente en nuestras libretas de primero, de que "no es noticia que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro". Se han formulado un porrón, pero, al final, lo que define intrínsecamente a una noticia es que hay otras muchas cosas que no lo son. Y ya está. De las no-noticias nunca se habla (precisamente por el perogrullo de que no son noticia). Pero existen. Y son maravillosas. Os voy a explicar en qué consisten. No me lo habéis pedido. Lo sé. Pero me da igual.
Los profanos, seguramente, jamás habréis perdido el tiempo en pensar en ellas. En cuanto a los periodistas, aunque todavía no sepáis a qué me refiero, posiblemente exclamaréis dentro de unos minutos, con una sonrisa soñadora y tierna de enamorado: "Ah, conque era E-SO...".

Para ser más ilustrativa, comenzaré mi ejercicio de análisis ontológico comparando las no-noticias con el oasis para el sediento, con la moneda que hace "din" en el platillo vacío del músico callejero, con el boleto premiado, con el tiempo muerto cuando vas perdiendo tres a cero, con un resumen del Rincón del Vago que te da buenas vibraciones porque, al menos en el primer párrafo, las tildes están bien puestas y las haches en su sitio, con un guiño de ojos mediante el cual el universo cómplice te dice: "Querida, en los últimos minutos no ha pasado nada que tengas que contar. He seguido girando, pero no hace falta que lo menciones. Aparte de eso... ¡nada! Así que te doy licencia para que continúes a la bartola". Las no-noticias son un password para seguir vegetando. Por eso se las quiere tanto. Porque el que sostenga que prefiere la tensión de la noticia chutada en vena las 24 horas... ¡miente descaradamente! Y no estaría de más que le cayera encima una maldición gitana.

A mí las no-noticias me llegan puntualmente, todos los días, con el boletín de partes de la Policía Municipal. Y con qué regocijo se leen esos abortos de noticias que, potencialmente, podían haberme hecho trabajar y que, al final, se quedaron en nada. Una dosis de reconstituyente agua de borrajas. Ni siquiera son los negativos de las noticias. Directamente son el carrete de fotos que alguien puso al sol y que se veló por completo. Mejor: todos salíamos con los ojos cerrados.

Por eso, por los bienes inmensos de alivio y esperanza que reportan, yo voy a rendir mi particular homenaje a las no-noticias que me remiten, confiriéndoles una entidad que sistemáticamente se les niega, llevándolas a primera plana con un no-noticiario.

Aviso a navegantes: para que esto quede gracioso tenéis que imaginaros el telediario de la 1, con su sintonía solemne y galvanizadora, y presentado por Ana Blanco (actitud totémica, cara de circunstancias, flequillo imperturbable). ¿Listos? ¿Ya oís la música? ¿Ya veis a Ana? (Claro que la veis. Lleváis viéndola desde que nacisteis, la conocisteis antes que a vuestra madre; ella probablemente ya presentaba el telediario cuando en él se referían a Franco con el apelativo de Caudillo... oh, wait... si eso fue el lunes).
En fin, esa música que produce cosquilleo, Ana y su flemático flequillo... ¡Estamos en el aire! ¡Entran titulares!

-Sobre la 01:05 horas de la madrugada del sábado un vecino de la calle San Cristóbal se queja del ruido procedente de un establecimiento hostelero. Personada la patrulla, comprueba que en el interior hay un grupo de personas, una tocando la guitarra y el resto cantando rancheras. Se les informa de las molestias causadas.


-Sobre las 15:10 horas comunican telefónicamente que hay una persona tirada en el suelo en la calle Matsaria. La patrulla que acude comprueba que no precisa asistencia sanitaria. Abandona el lugar.


-Sobre las 01:40 horas un vecino de la calle Txonta se queja del ruido procedente de un local de jóvenes. Cuando la patrulla llega, no había nadie.


-Sobre las 19:00 horas, en la calle Bista Eder, se identifica a 4 personas que están haciendo unas encuestas para la asociación “Aldeas Infantiles”. Se comprueba que están autorizados por la asociación y que no es un timo.


-Sobre las 01:20 horas varios vecinos de la calle Tiburzio Anitua se quejan del alboroto y las molestias que está causando una señora. La patrulla consigue calmar a la señora.


-Sobre las 11:45 horas de ayer una persona solicita nuestra ayuda ya que tiene la olla en el fuego y se ha dejado las llaves dentro de casa. La patrulla consigue abrir la puerta.


-Sobre las 01:00 del domingo un vecino de Ardanza se queja del ruido producido por un grupo de jóvenes allí reunidos. Estaba un grupo de chicas hablando y, tras ser informadas de las molestias ocasionadas, abandonan el lugar


-Sobre las 03:30 horas, suena la alarma de un vehículo estacionado en la calle Isasi. Realizada una inspección ocular, no se observa nada fuera de lo normal. Se localiza al titular del turismo, quien desconecta la alarma.


-Sobre las 05:00 horas suena la alarma del Polideportivo de Orbea. La patrulla comprueba que se trata de la trabajadora encargada de la limpieza.



Así son las no-cosas y así se las hemos no-contado. Seguiremos no-informando.

miércoles, 3 de julio de 2013

Un ¿secreto? a voces

De verdad que no acabo de entender el trasfondo del caso Snowden. Tanta alharaca. Pero, en serio, ¿este señor ha revelado algo que no supiera ya todo el mundo? ¿Que todos nuestros datos, "secretos" nacionales inclusive, están disponibles para quien quiera husmearlos? Pues vaya novedad. No comprendo que se estén echando las manos a la cabeza y rasgándose las vestiduras por algo tan obvio. Merkel dice, según recoge hoy El País, que "no cabe ninguna duda de que, también a través de la información recabada por los servicios de inteligencia sobre actividades en Internet, la lucha contra el terrorismo es una tarea obligatoria y muy necesaria pero tampoco cabe duda de que debe respetarse el principio de proporcionalidad".

Pero vamos a ver. A ver si nos entendemos. O sea, que espiar está bien, siempre y cuando se haga con mesura. Con sentido del decoro y tal. Al margen de la mayor o menos hipocresía que pueda entrañar esta afirmación, ¿acaso Merkel quiere hacernos creer que una mandataria de su nivel no sabe que EEUU es un país desproporcionado? Nadie es tan ingenuo como para pensar lo contrario. No pueden evitarlo. Lo llevan en el ADN. Son desproporcionados en el tamaño de sus coches, en sus galas de premios, en la temperatura a la que ponen el aire acondicionado (porque no firmarán el protocolo de Kioto, pero con que orientaran todos sus aires acondicionados simultáneamente hacia los casquetes polares lograrían que no se derritieran), con la dosis de azúcar que le echan a los refrescos (por mucho que a Bloomberg le repatee el hígado)... Entonces, ¿cómo demonios no van a ser desproporcionados con el acopio de información? EEUU sabe muy bien que la divisa más fuerte siempre ha sido, es y será la información. No el yen, ni el euro, ni el dólar, ni el impertérrito franco suizo. La información, que es la única que nunca se devalúa. Por eso, ¿cómo no van a atesorarla desproporcionadamente? A fin de cuentas, desde que el mundo es mundo, nadie ha llegado a la cúspide sin un poco de codicia. Y quien no sepa esto, sí que vivía en la copa de un guindo.

BTW, un cariñoso saludo para mis amigos gringos del servicio de espionaje. Por si me están leyendo. Yours sincerely.

De noche, todos los gatos son pardos

A las cinco y media de la mañana, por la calle sólo estoy yo y cuatro gatos más... bueno, un gato más... bueno, en realidad eran dos más, pero el blanquito huyó para refugiarse en los bajos de un coche en cuanto aparecí. Minino listo. No hay que fiarse de la gente que circula por las calles a esas horas. Lo saben bien las escaleras mecánicas urbanas, que entonces ni siquiera funcionan. Los maleantes, cierrabares y gente de mal vivir no merecen las comodidades municipales. Y yo tampoco las merezco, porque mis intenciones son las peores de todas. A esas horas, me dispongo a levantar el país. Pero a levantarlo literalmente: de la cama. Gatos y lirones del mundo, protegeos de esa gentuza.


lunes, 1 de julio de 2013

Encargos de verano

Empieza un mes que será duro y largo. Cuando llega la época estival, a la mayoría de la gente le dejan una planta. A mí me han dejado una radio. Una insensatez en ambos casos. Si me hubieran encomendado un vegetal, habría terminado por matarlo. En el caso de la radio... el espectro de posibilidades se amplía. Una de dos: o consumo mi malévolo plan de dominar el mundo a través de una masiva sugestión subliminal, o me lo cargo todo. Si ocurre esto último, prometo que Radio Eibar será como los músicos del Titanic: sonará hasta el final. Y yo me ahogaré con ella, pero no sin antes decirme (a mí misma, grumete y capitana a un tiempo): "Caballeros, fue un placer tocar con ustedes esta noche". Hundirse, sí, pero siempre con una frase lapidaria en la boca.
Pues eso, queridos radioyentes, que, si en algún momento de este mes de julio oyen cacofonías en sus transistores, no tienen por qué alarmarse. Sólo soy yo.
Diculpen las molestias.

viernes, 21 de junio de 2013

La paradoja del anglo vasco

Hace un año escribí una entrada a la que titulé "Los nacionalismos en Nueva York son una paradoja", dado que en ella contaba cómo un mexicano me había preguntado de dónde era y, al responderle que española, había querido hilar más fino inquiriendo primero si era catalana y, acto seguido y ante mi negativa, si no sería entonces vasca (ergo, paradoja de libro: los extranjeros identifican como españoles a aquellos que lo son con más reticencias). Pero la paradoja no termina en Nueva York. Prosigue en Vitoria, en esta cafetería y en una calle homónima cercana.





¿Qué es esto de los anglo vascos? Multicultural que te rilas. Podría entenderse como la simple garrulería de pretender parecer cosmopolita sin serlo. Eso pasa en todos los sitios. Sin ir más lejos, el "chino" que hay detrás de mi casa de Zaragoza, junto al barrio de San José, anuncia a gong y platillo, con luces de neón, que son el China Center San José. Vamos, Chinatown en estado puro.
La diferencia está en que, como por estas tierras todo tiene connotaciones políticas, proclamarse como "anglo-vasco" se torna una cuestión de más calado y capaz de generar cierta confusión entre los foráneos. ¿Serán una colonia del imperio británico, tipo India o el peñón de Perejil? Por tanto, ¿acaso allí se reúne una comunidad de vascos que se montan tea parties con txakolí a las cinco en punto de la tarde en honor a las costumbres de la metrópoli? ¿Es el txirimiri un remedo nostálgico de la lluvia londinense?
Pero todavía hay una paradoja más desconcertante que a mí me encanta. Lo de "Eusko Label", con lo que acreditan la procedencia y autenticidad de los productos vascos. Ahora, si no eres una marca, no eres nada (bueno, también puedes ser una marca, como la marca España, y seguir siendo nada, pero ése es otro tema). Sea como sea, ¿no sirven las marcas para vender lo más castizo de la idiosincrasia de turno? ¿Y tú me vendes tu terruño vascongado en inglés, con eso del "label"? ¿Será que, al final, lo importante es vender (por cierto... otro rasgo muy característico de esa isla de mercaderes llamada Gran Bretaña, con lo que todo empieza a cuadrar), y el idioma en que se haga se convierte en un tema secundario mientras el dinero haga din, que es una lingua franca universal? ¿Tantos años de lucha y fiera resistencia euskaldun a la invasión imperialista de España y su fascistoide lengua castellana, y todo podía haberse solucionado con una pijada de anglicismo? Joer, haber empezado por allí. Cuánta decepción. Cuánta paradoja.

*Según me informa amablemente Xmerri, el Anglo-Vasco es un barrio de Vitoria, así llamado porque por allí pasaba una línea de ferrocarril que comunicaba Guipúzcoa con Navarra, y muchas de las compañías ferroviarias que la usaban tenían capital británico. Esto ratifica la teoría de que, cuando hay money money de por medio, el romanticismo de la ideología y las raíces se diluye, y nos convertimos a la nacionalidad del mejor postor: y somos eusko label, anglo vascos y lo que haga falta.

martes, 18 de junio de 2013

El ofertón

Supongo que casi todos estaréis inscritos en alguna de estas páginas de búsqueda de empleo, que, dada su utilidad, más pueden considerarse spam que otra cosa, pero que mantenéis por echaros unas risas catárticas de vez en cuando. A mí me gustan especialmente esas ofertas en las que te tientan con trabajar gratis, o con pagarte sesenta céntimos por artículo, o ésas que se venden como empresas "frescas y dinámicas" que te permiten trabajar desde casa, siempre y cuando pongas tú toda la logística, programa de edición, la cámara etc, etc... Pero lo que he recibido hoy es insuperable. Red Trabajar (que se anuncia como la "mayor red de talento en Internet", ahí es nada) me ofrecía trabajo en una revista. Sí, sí, como lo oís. ¡Del gremio, del gremio! He pinchado súper intrigada. Y he descubierto que la revista era "para hombres", que se llama 609 y que la oferta es ser su "chica de portada" junto a un titular que reza "Juguetes eróticos". ¿Y la contrapartida monetaria? Una tablet. Pero de 16 GB. Ojo.

Cosas que no cambian

Visto en el museo Guggenheim de Bilbao en la exposición "El arte en guerra": un letrero reproduce el fragmento de un edicto promulgado por el Ministerio de Propaganda del III Reich, en el contexto de la Francia ocupada y el gobierno colaboracionista de Vichy, cuya última frase dice "En Europe, seule l'Allemagne décide" (o sea, en Europa solo decide Alemania). Esta bilbainada (o germanada) data del 9 de julio de 1940. Pero... ¿no os resulta familiar, coetáneos míos?

domingo, 9 de junio de 2013

Una entrevista que sabe a cuerno quemado

Hojeando el XL Semanal del domingo pasado me he topado con una entrevista a la actriz Asunción Balaguer, esta señora de cara entrañable y voz dulce y aplomada, a la que presentan diciendo que "está viviendo una nueva juventud" ya que "a sus 87 años no para de trabajar y de recibir premios, el último: el Max de teatro". Sin duda, hay enjundia para una entrevista. ¿Cuál será el secreto de esta anciana cuasi nonagenaria a la que le llueven las ofertas laborales? No en vano, de todos es sabido que, a la mayoría de los actores, los papeles les empiezan a escasear (en el mejor de los casos les ofrecerán personajes estereotipados o de segunda fila), precisamente en el momento en el que las carnes comienzan a perder su turgencia, por mucho fuste o relumbrón que haya tenido su nombre en el pasado. 

Empiezo a leer la entrevista y mi asombro y mi indignación crecen a medida que salto de pregunta en pregunta. Cuando termino, hago un recuento: de un cuestionario de 34 preguntas, 25 versaban sobre un mismo tema: las infidelidades del difunto esposo de la artista, el también actor Paco Rabal. Sólo dos aludían a su carrera.

En primer lugar: pobre y reduccionista es una entrevista que se centra tan abrumadoramente en un único ámbito de la vida del entrevistado. El recurso al monotema sólo es justificable si la importancia de la materia es equiparable a la de "cuestión de Estado". Pero, que yo sepa, la ligereza de cascos de un señor no afecta ni a la seguridad nacional, ni cambiará el curso de la humanidad, ni arroja las claves para erradicar el hambre en el mundo ni contribuirá en modo alguno a curar el cáncer. No es que haya que fingir que Paco Rabal no estuvo en la vida de Asunción Balaguer. Si quieres una entrevista que profundice en aspectos personales, vale. Hazle tres o cuatro preguntas al respecto. ¡No dediques a este escabroso asunto tres cuartas partes de la entrevista! O, si eso es lo que vas a ofrecer al lector, sé consecuente y no presentes a Asunción Balaguer como actriz. Ten el coraje de titular: "Asunción Balaguer, cornuda".

En segundo lugar: existen publicaciones concebidas expresamente para abordar el tema de los compañeros de cama. Con el Diez Minutos, el Semana y compañía es suficiente. Vale que una entrevista con este enfoque venda, y que por eso los editores hayan consentido en reproducirla. Pero no es el lugar. Que una revista de prestigio y vocación informativa rigurosa se ponga al nivel de lectura de peluquería la desacredita y degrada. Estás invadiendo targets ajenos y decepcionando a tu nicho de mercado, querida. Y eso también es peligroso para las ventas.

En tercer lugar: hay personas a las que sólo se puede entrevistar sobre sus cuitas de alcoba porque en eso radica su interés informativo. Los laureles de su currículum se cifran en haberse acostado con alguien (o alguienes) y que los demás nos enteremos. Punto. No es el caso de Asunción Balaguer. Obviar facetas de su vida como su carrera, su talento o que se aprenda guiones a una edad en la que la mayoría de personas juegan al mus en una residencia, es desperdiciar la "chicha" de tu entrevistado. Me atrevo a decir más: lo estás insultando.

En cuarto lugar: con tu interrogatorio (verdaderamente implacable, ya que en un momento dado acorralan a Asunción Balaguer bombardeándola con una serie de inquisiciones impertinentes y marujonas como: "¿Cree que Paco Rabal ha dejado más hijos por el mundo?"/"¿Es que algo ha oído o le consta?"/"Una vez dijo que a Paco le había perdonado todo menos una cosa que no le iba a perdonar nunca. ¿Es esta?"/"¿Nunca ha querido seguir ese tema? ¿Conocer?"/"Le contó que tenía un hijo y que..."/"¿Y no lo conoce?"/"¿Y sus hijos tampoco?"... y un machacón etcétera etcétera) estás haciendo sangre en una herida que, sin duda alguna, es dolorosa. Buitre.

En quinto lugar: Asunción Balaguer contesta pacientemente a un cuestionario que, reconozcámoslo, no se le habría planteado a ningún hombre. En caso de que alguien hubiera tenido la peregrina idea de preguntarle insistentemente a un varón por su cornamenta, el susodicho se habría levantado (y con razón), en mitad de la entrevista, acusando al periodista de poco profesional y reivindicando que él había ido allí a hablar de su libro. Y el que quiera saber más, que se vaya a Salamanca.

En sexto lugar: al final de la entrevista, tienen la desfachatez de preguntarle a Asunción Balaguer si "hay algún día que pase sin hablar de él (de Paco Rabal)". ¡Pero por Dios! ¡Cómo va a lograrlo la pobre mujer habiendo en el mundo periodistas como tú! 

En definitiva, que esta entrevista no resiste la más mínima crítica, ni en el aspecto profesional, ni en el humano ni en la lucha por la conquista de la igualdad entre sexos. Vuelvo al principio para saber quién es el lumbreras que la ha pergeñado y compruebo que el autor es una mujer. Bravo. Tiremos piedras contra nuestro propio tejado. Un retroceso empaquetado como quien no quiere la cosa en una revista dominguera. Me quedo triste y un poco descorazonada, porque, pese a todos los avances, nada habrá cambiado realmente mientras el setenta y cinco por ciento de la entrevista a una mujer trate sobre la bragueta alegre de su marido. Desengáñate, Asunción Balaguer. Por muchos méritos que hagas, una mujer engañada es una carnaza demasiado apetitosa como para no hincarle el diente a base de bien.

Déficit de pasiones

Acabo de leer el desolado artículo de un profesor universitario que ha sido testigo de cómo uno de sus alumnos más brillantes (asegura que el mejor que ha tenido en quince años de docencia) se ha visto obligado a abandonar su asignatura por no poder hacer frente al pago de las tasas de matriculación. Ese alumno, dado que ha llamado la atención del profesor entre todos los demás estudiantes, será sin duda una de esas personas "apasionadas". Me explico. 

Todo el mundo tiene aficiones, cosas que le gustan, con las que se entretiene. Y luego, aquí y allá, están esas personas que tienen pasiones. Las conocemos, sabemos quiénes son. Se las identifica de inmediato, porque ellas se identifican con su pasión. Forman un todo indisoluble. Consagran su vida a ellas. Seguro que sabéis a lo que me refiero. Con esta descripción seguro que se os ha venido a la cabeza el nombre de alguno de vuestros conocidos, que, me atrevo a afirmar, con casi toda seguridad será además una de vuestras personas favoritas. La gente apasionada engancha. No porque sean ni mejores ni peores que los demás, sino por el simple hecho de que su pasión les confiere un relieve que les rescata de la masa. Parece que su pasión les legitima: se ve más claramente a qué han venido a este mundo. 

Y cuando esta pasión encima es noble... Bueno, en ese caso, estas personas merecen que el resto de la humanidad se arrodille ante ellas. Aunque como probablemente eso no les sirva de nada, lo mínimo que podemos hacer es remar a su favor, o al menos, no incordiarles, que ya es mucho pedir a un homo sapiens sapiens en ocasiones jodidamente puñetero. Es inteligente y justo que lo hagamos así. Inteligente porque las personas con pasiones nobles seguramente dejarán el mundo mejor de lo que se lo encontraron. Cuando se confía en esta gente, rara vez te ves defraudado. Son una buena inversión. Y es justo porque, si estas personas tienen el valor de creer en algo, de justicia es que los demás tengamos la decencia de creer en ellos. Cuando una persona pierde su pasión, el mundo pierde algo que lo hacía valioso. 

Y la crisis se lo está poniendo difícil a las pasiones. Algunas se las arreglarán para sobrevivir a la zancadilla, porque las pasiones es lo que tienen: son tercas como mulas y se las ingenian para cumplirse. Pero una cosa es eso y otra muy distinta que sean invulnerables. Aunque en un porcentaje amplio sean capaces de subsistir con el balón de oxígeno de la ilusión y tengan la resistencia a la sed de un camello, también necesitan un poco de manduca. A las que se les apriete demasiado el torniquete, se quedarán por el camino. 

Por eso, un día no muy lejano, podríamos encontrarnos con que, a base de austeridad, hemos logrado reducir el déficit económico, sin darnos cuenta de que lo hemos hecho a costa de crear uno no menos gravoso: un déficit de pasiones. Ese día no seremos una sociedad pobre, sino empobrecida, que es mucho peor. Esa deuda será demasiado alta. Algunos (los hombres que se hayan quedado sin sus pasiones) no terminarán de pagarla nunca. Se morirán sin saldar las cuentas consigo mismos. Y de esa quiebra no habrá troika que nos rescate.

martes, 4 de junio de 2013

Películas lacrimógenas

Confesadlo. Todos, e insisto, todos sin excepción posible, habéis llorado con una película de la que os avergonzáis. Y ya no es sólo que os avergüence el hecho de que haya conseguido irritaros los lacrimales. Por lo general, las películas que suscitan ese tipo de llanto irracional, desproporcionado y sonrojante son aquellas que ni siquiera reconoceríamos haber visto. Por favor. Yo haciendo pucheros por esas ñoñerías. Si yo sólo lloro con el cine de Kiéslowski y únicamente si lo echan doblado, porque me pierdo los matices fónicos de la versión original. Pero el caso, lo queramos o no, amigos míos, es que esas películas que apelan a la sensiblería más almibarada con recursos facilones, a veces, son jodidamente eficaces. Ni siquiera hace falta que estemos en esos días del mes. La mayoría supongo que dirá que su momento de lágrima cinematográfico-embarazosa fue aquel en el que Leonardo Di Caprio se alejaba lentamente hacia las profundidades del océano Atlántico transfigurado en cubito de hielo antropomórfico porque la malaje de Kate Winslet se apropió de una tabla en la que todo el mundo jura y perjura que cabían los dos. Bueno, pues yo no lloré con ese momento. Yo soy mucho más original que todo eso. Yo no tengo un título concreto con el que llore de manera ignominiosa. Yo lloro indefectiblemente con un género cinematográfico al completo: las películas en las que se muere un perro al final.

Esta tradición empezó cuando tenía siete años y echaron en la 1 la típica peli de la sobremesa de los sábados. Iba de un policía que se encontraba con un perro (o el perro le encontraba a él) con el que, huelga decirlo, no tenía la menor intención de quedarse. Pero, claro, al final se hacía súper amigo del perro, no sin que antes éste le hubiera destrozado la casa, se le hubiera comido los calzoncillos y otra serie de perrerías que, como ya habréis adivinado, provocaban hilaridad en los espectadores con edades que no llegaran a los dos dígitos. Total, que te encariñabas con el canino una barbaridad y resulta que, al final, para hacer que el perro fuera más heroico, los guionistas idearon que se interpusiera entre una bala y su dueño para salvarle de una muerte trágica. Y eso te hacía encariñarte con el perro más todavía. Si cabe. Huelga decirlo. Pero, lo que hubiera pegado, dado que toda la cinta había discurrido en una clave lúdica, es que apareciera un veterinario súper guay que curara el chucho y que luego le impusieran una condecoración. Pues no. El chucho la palmaba. Toma ruptura de pacto de lectura (o de visionado). Como si a una peli de Cantinflas le pones el final de "Gladiator". Desconcertante. E indignante, ¿verdad? Si a esa tierna edad yo hubiese sabido que existía una oficina del consumidor, vamos, habría puesto una denuncia como una catedral. Yo había comprado una comedia, no un dramón que, por inesperado, todavía era más espeluznante. Conclusión, que la chiquillería traumatizada. Mis padres tuvieron que emplear toda una tarde en aplacar un soponcio que sólo amainó gracias a un libro ilustrado de perros con el que me demostraron que aún había cánidos vivos en el mundo y que, por tanto, aún cabía la esperanza.

Total, que hacía muchos años que no veía una peli en la que un perro se muriera al final. Y ayer quise comprobar si mi particular ley seguía intacta o si el tiempo y la sociedad me habían convertido en una tipa dura e insensible con las hechuras de pedernal de John Wayne. Así que me puse una película sobre esta temática. Y también me lo puse a huevo, porque era ésta (basada en hechos reales, para más inri) que cuenta la historia de un perro que iba a recoger todos los días a su amo (Richard Gere) a la estación y que, cuando éste se muere de un infarto, sigue volviendo impertérrito durante diez años hasta que él mismo se muere. Vamos, la típica película concebida expresamente desde el primer minuto de rodaje hasta los créditos finales para que la gente boba llore (me imagino al guionista entrando al despacho hollywoodiense y soleado de un productor (está de más especificar que sin corazón), exclamando "Mike, te traigo otro de esos guiones para lerdos con tolerancia al azúcar" y Mike frotándose sus manos peludas cuajadas de anillos y replicando, riéndose a mandíbula batiente, "Luke, mi campeón, mi mina de oro, lo has vuelto a lograr, ¿qué harían estos estudios sin ti?").
El caso, que, como era preceptivo, hubo sofocón al canto. Fue ver al perro viejo y encorvado volviendo un día sí y otro también, nevara o granizara (porque está de más puntualizar que nevaba y granizaba, claro, para que el perro fuera más meritorio) a la misma estación en la que vio a su dueño la última vez, y bueno... Corazón partío es poco, y sin Alejandro Sanz que lo arreglara.

La verdad, no sé por qué os he contado todo esto. Será aburrimiento. Cuidaos de él. A la que os deis cuenta, podríais estar llorando con películas de perros que se mueren al final. Y creedme: sé de lo que hablo.

sábado, 1 de junio de 2013

Cuento del hielo

Me desafiaron a que contara la historia de amor más triste del mundo. Pensaron que me abrumarían con esta petición, porque hay muchas donde elegir. Pero qué va. Yo me la sé. Sin duda alguna, la historia de amor más triste del mundo es la de aquella estalactita que no tenía estalagmita. Todas las mañanas, la estalactita, colgada en su alero, miraba para abajo esperanzada, anhelando ver la estalagmita que le correspondería, despuntando hacia ella, en ansias de completarla. Pero nada. Su estalagmita no crecía, por mucho que se inclinara y la llamara, para que se asomara de una buena vez. La estalactita sabía que de su unión podría nacer uno de los espectáculos más bellos de la naturaleza. Y que las estalactitas pueden permitirse el lujo de estar precipitándose al vacío continuamente, en la certeza de que siempre habrá una estalagmita debajo para recogerlas. Y que las estalagmitas pueden aspirar siempre a llegar más alto, con la seguridad de que arriba les aguarda una estalactita para auparlas y hacer que sean más de lo que son. Esto es hermoso, sin duda. Si se hace bien. Pero la estalactita también sabía que, sin estalagmita, ella no era más que un trozo de hielo con la forma de una lágrima que nunca acaba de enjugarse y que siempre está a punto de caer.



viernes, 31 de mayo de 2013

miércoles, 29 de mayo de 2013

Fiasco de fisco

Y mira que a mí no me gusta lloriquear en plan Diario de Patricia por aquello del sentido del pudor, y que hay gente acuciada por problemas reales y tal y cual, pero es lo que tiene que, de tarde en tarde, se te hinchen las narices y se te caliente la pluma. Y oye, como de momento escribir es gratis... Porque, al parecer, es una de las pocas cosas que, hoy por hoy, salen al mismo precio que el aire (sí, lo sé, topicazo de abuela rácana, qué le vamos a hacer), a tenor de mi primer encontronazo con Hacienda. No soy una experta en el sistema fiscal español, desconozco sus intríngulis, sobre qué criterios está diseñado, pero así, a ojo de buen cubero y de españolita de a pie, afirmaría que es un fiasco. Me tiro a la piscina y lo digo. Me da un poco de reparo no documentarme y formular juicios tan a la ligera, a peso mierda, porque me han enseñado que un buen profesional no prescinde del rigor. Pero qué queréis que os diga. También me están enseñando a marchas forzadas que hacer las cosas bien en este país no es que sea ninguna panacea. En primer lugar, porque la palabra meritocracia aquí no la conocen más que en la RAE. Y en segundo, porque cuando haces las cosas bien, te expones, no sólo a que no lo reconozcan, sino a que te penalicen por ello. Me explico. Pon, en un hipotético caso, que eres la primera de tu promoción y te dan un premio pongamos que de 3.000 euros por tu expediente. Pues oyes (me diréis), ¿ves como sí reconocen el esfuerzo y el trabajo bien hecho? ¿A qué vienes a quejarte, cascarrabias? Que parece que hoy no has vivido tu momento All-Bran.
Muy bien. Lo reconocen. Pero lo gravan. De 3.000 euros, rebañan 640. Excelente incentivo. Y bueno, piensas que ya has cumplido como contribuyente y ciudadana de bien y que aquí estamos en paz y que allá gloria. Pero no, amiguitos. Los impuestos siempre llaman dos veces. Toca hacer la declaración de la renta. En principio, me correspondería pagar 50 euros, pero como mi salario de becaria no llega a la cuantía mínima a partir de la cual esta deliciosa cita con el fisco se vuelve obligatoria, pienso que me voy a escaquear. Pero no. Lista. Que te pasas de lista. El Gran Hermano es más listo que tú, y su ojo avizor se ha pispado de que eres una chica esforzada que recibe premios y que, por tanto, puedes cargar sobre tus espaldas un trocito de este país y sus añejas y honorables tradiciones de sobres abultados y contabilidades B. Así que se quedan con 120 euros más. Eso te pasa por estudiar. Pero que no acaba allí la cosa. Qué va. Ya que te has visto obligada a hacer la declaración de la renta, pues, de paso y ya que estamos, has de efectuar el pago del citado billete de 50, que, en principio, habrías podido eludir por cobrar la friolera de 700 euros al mes en este tu tercer año como becaria ad infinitum (recordemos que sin cotizar y sin derecho a paro, pero sí con suerte). Ay, sí, los becarios... esos seres entrañables que tienen que oír de labios de sus jefes (en broma, por supuesto) que lo mejor es no tomar café con ellos, porque, de lo contrario, corres el riesgo de cogerles cariño como a los perros y luego se marchan... y fíjate qué lástima. Basado en hechos reales.

Conclusión: en este país, los perros hacen declaración de la renta. Y no les sale a devolver. Pues eso, sistema, que encantada de conocerte. Disculparás que no te mueva el rabo.

Radio polifacética

La radio depara llamadas verdaderamente curiosas, que denotan que los oyentes albergan la firme convicción de que somos una especie de farmacia de guardia que lo mismo sirve para un roto que para un descosido. Como aquella mujer que me pidió que le enviara la partitura de una canción que acabábamos de poner, para que su nieto la tocara con el violín (lo que me llevó a pensar que quizás la buena señora creía que somos los virtuosos periodistas los que interpretamos las melodías aquí mismito en el estudio, sobre la marcha y sin despeinarnos), o aquella que me tuvo veinte minutos contándome que estaba deprimida, los dolores que le provocaba su periodo menstrual y que luego indagó sobre mi origen y me dijo que siempre había soñado con llamarse Marta, o aquella conmovedora confesión de un ciego que me dijo que los cuentos de los miércoles le iluminan... o la última, de esta misma mañana. Un señor me ha pedido que le dijera el título de alguna canción (y lo reproduzco fonéticamente) de "Tailor Shittt". Y que fuera alguna de su primera etapa. Tras deducir que se estaba refiriendo a Taylor Swift, he indagado y le he dicho que "Love Story" era un buen exponente de la discografía de la chavala. Como he visto que el inglés no era lo suyo, se lo he deletreado. Y se ha quedado más contento que unas castañuelas. Pues nada. A mandar. Aquí seguimos. Para lo que se tercie.

martes, 21 de mayo de 2013

Ars bene dicendi

Tremendamente fan de señoras que van a reuniones municipales abiertas a la ciudadanía en las que expertos contratados para ello les van a explicar qué se va a hacer en su barrio, valiéndose de sustantivos de más de cuatro sílabas y verbos terminados en -izar (tematizar, contabilizar, sistematizar, visualizar y cía), y que salen hora y media después preguntándose unas a otras: "Bueno, y entonces, ¿en qué hemos quedado?".

Dicen que las carreras de Comunicación son de pinta y colorea porque comunicar es fácil. Quizás tengan razón. Lo difícil es comunicar y que las señoras de las que soy fan se enteren de algo.

domingo, 19 de mayo de 2013

Nuevo final de línea

Apuuuf. Última palabra escrita. 200 folios más en el mundo. Abrazo de despedida a los personajes. Les diría que ha sido un placer conocerlos, compartir un año de mi vida con ellos. Y también me gustaría decirles, a ser posible con la voz del querido Constantino Romero, que no soy Darth Vader, pero sí su madre, y que he intentado contar su historia lo mejor que he podido, pero que ya es hora de que me dejen tranquila. En lugar de eso, los dejo en la incubadora, sin mirarlos mucho. No sé si son guapos o feos. Supongo que ni guapos ni feos. Supongo que lo único que se podría decir de ellos con casi toda seguridad es que se parecen a mí. Por eso no los miro. Por eso salgo de la habitación y cierro la puerta. Sin hacer ruido para no despertarlos. Para que no sepan que me he marchado. Para que no se enteren de que ya no estoy, y de que hasta aquí hemos llegado.

jueves, 16 de mayo de 2013

Viejos amigos

Llevo toda la tarde escribiendo a mano. Algo bueno ha de tener que se me estropee el ordenador: reencontrarme con mi propia letra.
Como con ese viejo amigo con el que has quedado, al que hace tanto tiempo que no ves, y ante el cual te muestras receloso en un primer momento, porque sabes que tal vez sean suficientes unos pocos minutos para darte cuenta de que los dos, o tal vez sólo uno (pero con eso ya basta), habéis cambiado tanto que ya no tenéis nada que deciros, que ya no os entendéis. Y qué alegría cuando, tras el primer saludo forzado, notas que, sin apenas esfuerzo, le habéis vuelto a coger el tranquillo a eso de estar a gusto el uno con el otro. Y te acuerdas de por qué te cayó bien cuando le conociste, de por qué os hicisteis amigos.
 
A esa pregunta me respondí yo misma con unos versos hace unos años, cuando me acusaban de estar chapada a la antigua por el apego al manuscrito y mi desdén por el Word. Son muy simples y dicen así:
 
"Amanuense me llaman porque todavía escribo a pelo. Me gusta sentir el papel. Mancharme de tinta los dedos". No hay más.
Hoy me he acordado de cuánto me gustaba. Y, lo que es mejor: me he dado cuenta de que me sigue gustando. Será que ni yo ni mi amiga la caligrafía hemos cambiado tanto.