miércoles, 29 de mayo de 2013

Fiasco de fisco

Y mira que a mí no me gusta lloriquear en plan Diario de Patricia por aquello del sentido del pudor, y que hay gente acuciada por problemas reales y tal y cual, pero es lo que tiene que, de tarde en tarde, se te hinchen las narices y se te caliente la pluma. Y oye, como de momento escribir es gratis... Porque, al parecer, es una de las pocas cosas que, hoy por hoy, salen al mismo precio que el aire (sí, lo sé, topicazo de abuela rácana, qué le vamos a hacer), a tenor de mi primer encontronazo con Hacienda. No soy una experta en el sistema fiscal español, desconozco sus intríngulis, sobre qué criterios está diseñado, pero así, a ojo de buen cubero y de españolita de a pie, afirmaría que es un fiasco. Me tiro a la piscina y lo digo. Me da un poco de reparo no documentarme y formular juicios tan a la ligera, a peso mierda, porque me han enseñado que un buen profesional no prescinde del rigor. Pero qué queréis que os diga. También me están enseñando a marchas forzadas que hacer las cosas bien en este país no es que sea ninguna panacea. En primer lugar, porque la palabra meritocracia aquí no la conocen más que en la RAE. Y en segundo, porque cuando haces las cosas bien, te expones, no sólo a que no lo reconozcan, sino a que te penalicen por ello. Me explico. Pon, en un hipotético caso, que eres la primera de tu promoción y te dan un premio pongamos que de 3.000 euros por tu expediente. Pues oyes (me diréis), ¿ves como sí reconocen el esfuerzo y el trabajo bien hecho? ¿A qué vienes a quejarte, cascarrabias? Que parece que hoy no has vivido tu momento All-Bran.
Muy bien. Lo reconocen. Pero lo gravan. De 3.000 euros, rebañan 640. Excelente incentivo. Y bueno, piensas que ya has cumplido como contribuyente y ciudadana de bien y que aquí estamos en paz y que allá gloria. Pero no, amiguitos. Los impuestos siempre llaman dos veces. Toca hacer la declaración de la renta. En principio, me correspondería pagar 50 euros, pero como mi salario de becaria no llega a la cuantía mínima a partir de la cual esta deliciosa cita con el fisco se vuelve obligatoria, pienso que me voy a escaquear. Pero no. Lista. Que te pasas de lista. El Gran Hermano es más listo que tú, y su ojo avizor se ha pispado de que eres una chica esforzada que recibe premios y que, por tanto, puedes cargar sobre tus espaldas un trocito de este país y sus añejas y honorables tradiciones de sobres abultados y contabilidades B. Así que se quedan con 120 euros más. Eso te pasa por estudiar. Pero que no acaba allí la cosa. Qué va. Ya que te has visto obligada a hacer la declaración de la renta, pues, de paso y ya que estamos, has de efectuar el pago del citado billete de 50, que, en principio, habrías podido eludir por cobrar la friolera de 700 euros al mes en este tu tercer año como becaria ad infinitum (recordemos que sin cotizar y sin derecho a paro, pero sí con suerte). Ay, sí, los becarios... esos seres entrañables que tienen que oír de labios de sus jefes (en broma, por supuesto) que lo mejor es no tomar café con ellos, porque, de lo contrario, corres el riesgo de cogerles cariño como a los perros y luego se marchan... y fíjate qué lástima. Basado en hechos reales.

Conclusión: en este país, los perros hacen declaración de la renta. Y no les sale a devolver. Pues eso, sistema, que encantada de conocerte. Disculparás que no te mueva el rabo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario