viernes, 16 de diciembre de 2016

Privilegiada rutina

Una media de cuatro veces al día disfruto de una experiencia que una porción nada desdeñable de la población mundial sueña con probar al menos una en toda su vida. Menuda suertuda, ¿verdad? Pero no, no digo esto por ufanarme porque, en realidad, esta bienaventuranza no la disfruto en absoluto (y rima). Por eso, en cada ocasión que paso, a reventar de hastío, por delante del Santiago Bernabéu esquivando a los impenitentes idólatras que se fotografían en la explanada de su aparcamiento como quien está conquistando un trofeo que se llevará a casa en el más preferente compartimento del baúl de los recuerdos, pienso aquello de 'qué mal repartido está el mundo, Facundo'. O, de proverbios va la cosa, aquel otro tan acertado que reza que Dios da pan a quien no tiene dientes.

Toda esa multitud gozándola, haciendo cumbre vital en ese momento, tan efímero como (seguro) largamente acariciado, que para mí se inscribe en el más malhadado de todos los trayectos rutinarios: el del camino al trabajo. Es a mí, a quien el fútbol le importa un soberano rábano, a la que se me brinda el consuetudinario privilegio de coexistir con esa mole que no es catedral y no es pagoda, ni mezquita, ni sinagoga, ni chiringuito de telepredicador, pero que sí es templo donde le rinden culto al dios blanco gentes de todas las razas, colores, culturas, lenguas, longitudes y grosores, que, pertrechados de smart-phones, de esas cámaras compactas que sacabas de fiesta para documentar melopeas, o de cachivaches de tiros largos que hacen de cualquier desgraciado un reportero en potencia del National Geographic, se arrojan a tierra para capturar, golosones, más estadio; o buscan ángulos artísticos y encuadres osados; y posan, solos, en pareja o en grupo, acompañados de un presunto Bart Simpson acolchado, o de esa Minnie que intenta atrapar a los incautos canturreando "hola, hola" con una agudeza tonal que pone ligeramente de los nervios, naturales o relamidos, joviales o solemnes, pero siempre en éxtasis, hermanados por el hecho sagrado de hallarse ante EL mito encarnado en pilastras de hormigón.

Peregrinos renovados a perpetuidad entre los que tú, siempre idéntica, repetición de ti misma, zigzagueas sin que tu regate tenga nada que envidiar al mejor que pueda ejecutar cualquiera de esos ídolos suyos que juegan ahí dentro; devotos romeros ante los que te paras conteniendo la respiración, cuasi derrapando, para no arruinarles el instante de inmortalidad cuando el flash se les rebela; feligresía a la que acabas retratando con tus propias artes porque es que resulta que querían salir todos y claro...

Y todos es todos, porque me da por pensar que por esos rincones del mapamundi remotos habrá una colección de fotos dispares a las que, sin embargo, unirá algo; un punto en común y de fuga sin importancia, apenas un borrón detrás de los protagonistas en el que no reparar, que pasar por alto, que tal vez suprimirá sin piedad el photoshop, porque no pintaba nada allí y 'qué lástima que nos estropee tan bonita estampa, tan digna de Instagram': la presencia de una tipa ora apurada, ora encabronada, ora soñolienta ¿o acaso soñadora?, arrebujada en un abrigo, parapetada tras un paraguas o sudando la gota gorda que simplemente pasaba por ahí, sin haberlo escogido, siempre idéntica, repetición de sí misma.

Mi cotidianeidad, telón de fondo de su alegría.



jueves, 15 de diciembre de 2016

Siempre se puede ir a peor

"Soñé que me despertaba. Creí saber lo que es sufrir. Entonces, sonó el despertador".

LAS DE MIRANFÚ #4

Las de miranfú nos damos un garbeo por el mapamundi de la mano del blog "Un viaje creativo", que nos propone explorar este planeta jugando, con la imaginación del niño que todos llevamos dentro, para luego irnos hasta el pueblo venezolano del Callao y celebrar a ritmo de calipso que su carnaval es patrimonio intangible de la humanidad. En nuestras andanzas conocemos a los monstruos (de cuento) de Isabel Armesto, para que lo diferente no nos dé miedo, y terminamos nuestro periplo reponiendo fuerzas en una cena de empresa navideña... peculiar. Mejor ruta no puede haber. ¿Viajas con nosotras?

http://www.radioela.org/LAS-DE-MIRANFU-4.html

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Toses

Ha sido una tosecilla. Lo que me ha sacado de mi ensimismamiento, me refiero. De esto que andas en una nebulosa y de pronto algo, que al principio no sabes ni qué es, te engancha por la cinturilla del pantalón y te planta de nuevo en medio de la realidad, obligándote con el porrazo de un golpe a que te olvides de ti mismo y vuelvas a ser consciente de todo, de cuanto te rodea, de ese autobús y su traqueteo; de esta mañana plúmbea camino del trabajo; de las calles que discurren sin sentirlas, como paisaje de cartón piedra, al otro lado del cristal en el que apoyabas la sien hace un momento; de la voz envasada en el vacío que proclama que, a la próxima, paramos en Emilio Castelar; del resto de pasajeros que se bambolean en las apreturas del pasillo, engarfiados como chorizos a lo largo de la barra del techo, y de esa otra que se sienta (fue de las privilegiadas que, al subir como tú al inicio de línea, consiguió cotizado asiento) enfrente de ti. Es la que ha exhalado la tosecilla.

La miro. Esbozo un brote de sonrisa. Me corresponde con otro. Se disculpa con complicidad: "Estos catarros que se pillan... con el tiempecito de perros que hace...". "Claro -concedo-. Está todo el mundo igual". Ya somos ciudadanas de bien. Hermanadas por la cortesía, por sabernos empáticas. Conquistas de la civilización. Cada una regresa a lo suyo. Yo, a lo mío. Vuelvo a acomodarme en el colchón mullido de mis meditaciones. Qué bueno zambullirse en ese remolino. Tan propio. Tan acogedor. Tan aislante. Por dónde íbamos. Ah, sí. Tal y como iba pensando, el estado de la cuestión es que... Coj coj. Otra vez. La tosecilla. Miro a su artífice. Ella se medio cubre la boca con la mano, y, con la comisura que le queda al descubierto, compone una sonrisilla expiatoria. Yo fuerzo la mía.

Desvío la vista, la prendo en un peatón que pasea a su perro (que mea en el alcorque) por la acera a cuya orilla pasamos. Ejercicio para blanquear la mente. Segundos después, ya me he abstraído. Nada como dejar la cabeza hueca para que las reflexiones se precipiten a llenártela, apretujándose en los tornos de las meninges para entrar, entre pisotones, empujones y gritos de '¡eh!, ¡atiéndeme a mí primero!'. Con beatífico placer, comienzo a darles audiencia. Pues pienso que, en este asunto, lo mejor sería... Mis ideas ronronean al ver la atención que les presto. Se esponjan. Parlotean. Están radiantes, envalentonadas, nítidas. Pero, en un segundo, sus píxeles empiezan a palidecer, se me escurren entre gemidos lastimeros, con un semblante desfigurado que da pena, y terminan por perderse circunvoluciones cerebrales abajo, como si alguien hubiese tirado de la cadena. He perdido la concentración. Me la han hecho perder, mejor dicho. Coj, coj. Ahora es proferirla ella y yo identificarla de inmediato. Otra vez la puta tos.

En esta ocasión, prefiero no mirar a su perpetradora. Me muerdo el labio. Descruzo la pierna. Coj, coj. Venga, embébete. En lo que sea. No repares en... Coj, coj. Vaya, parece que le ha entrado un ataque. Cooooj, cooooj. No se callará la tía cerda esta. Coj, coj. Mal rayo... Coj... la... Coj... parta... Coj. Me cago en sus muertos. Atchúúúús. ¡Hala, lo que faltaba! Pues no va ahora y se pone a estornudar la pelma de ella... Está hecha un poema. ¿Por qué no se quedará en su puñetera casa? ¿No se da cuenta de que no se encuentra en condiciones de convivir con los seres humanos? Coj, coj, coj, anda, que sí, hija, que ya nos hemos enterado todos... tu faringitis es del dominio público, ¿estás contenta, exhibicionista de mierda? Coj, coj, coj. No te ahogarás, no.

Ya no lo aguanto más. Tengo que hacer algo. Cada nueva tos es un martillazo que me barrena el occipital. La sesera me salta en pedazos. Coj, coj, coj. Alargo el pescuezo para entrar en el campo de visión del viajero que se sienta al otro lado del pasillo. Le indico mi sitio. "¿Me lo cambia?". El muy zorro se niega. Mal rayo te parta a ti... Coj, coj... también. Uuuuuy. Qué nervios estoy larvando... Lo mejor será levantarse, aunque me quiten el asiento. Da igual. Lo prefiero mil veces. Por mi salud mental, tengo que alejarme de esa fuente de microbios. ¿Y si no se trata de un resfriado, como me ha vendido bajo su piel de cordero esta loba infame? ¿Y si es tos ferina, o tuberculosis, o gripe A?

Sin volver la vista atrás, me incorporo de un brinco, me pongo a bandear el tupido tegumento de pasajeros. A mi alrededor todo son codazos, traspiés, quejas, malas caras. Oiga, oiga, que me arrolla. Ay. Señora, por dios, que aquí estamos como sardinas en lata, no cabe ya ni un alfiler, como para que usted... Lloricas. Me importa un rábano. Lo importante es que, tras malquistarme con medio autobús, he logrado poner distancia. Hala, hala, que corra el aire. Apoyo la mejilla en la barra vertical. Me aferro a ella. Está fresca. Menudo alivio. Qué descanso. Me abandono al bamboleo acunador de... Coj, coj, coj.

Maldita su estampa. Se oye por todo el autobús. Una cuchillada. Coj. Dos. Coj. Y otra más... Rítmicamente, en staccato. Un arpegio. Coj coj coj coj coj. El paroxismo. Un coj con flema. Húmedo, blando, gorgoteante. Acaso -¡dios lo quiera!- la traca final. Silencio. ¿Ya ha parado? El suspense de la esperanza. Mar de la tranquilidad a la una, a la de dos... Nada, desmentido al canto. Sólo era un simulacro. Coj coj coj. Y, por si te quedaba alguna duda... coj.

Así que grito. "¡Por favor, abran las puertas! ¡Deténgase ahora mismo! ¡Necesito bajarme!". Nadie me hace caso. Me abro paso entre el gentío que se interpone entre mi persona y la del conductor. El único que puede parar esta locura. Le golpeo el cristal protector con los nudillos. Toc, toc. Se vuelve hacia mí, con una apatía apenas disimulada por una leve interrogación en su bovina mirada de bobo. "¡Detenga el autobús, por favor! Tengo que apearme. No puedo más". Noto que estoy a punto de echarme a llorar. Las toses siguen acribillándome como una granizada en los segundos que tarda en firmar mi sentencia de muerte: "No hasta la próxima parada oficial". La rabia me impele a propinar una palmetada en el vidrio. "Eh, señora...". Algunos pasajeros contienen un respingo de susto. Otros me afean la conducta con miradas reprobatorias.

Me revuelvo, sin saber qué hacer, inerme, como una bestia herida. Coj coj coj. Dioooooooos. Diooooooos. Es una maldición. Mis sentidos, aguzados hasta el límite por la desesperación, me hacen reparar en que se ha quedado un asiento libre junto a la ventana. Me encaramo a él. Alcanzo la ventana oscilobatiente, la abro, intento escapar por ahí. "¡Eh, eh, eh, eh! ¡Loca!" Una marabunta se alza a mi alrededor. Un rugido. Lo ignoro. Estoy tratando de no resbalarme hacia abajo, para pasar la pierna del otro lado y... ¡Jeróónimoooo!... ¡ah, maldición! Unas manos me enganchan por la cinturilla del pantalón y tiran de mí. Me descabalgan. Me agarran. Me plantan en el suelo. Me sujetan. Me debato. "¿Qué pretendía hacer usted? ¿Pero no se da cuenta...?". Por encima de sus recriminaciones, sigue resonando el Coj, coj, coj. Yo ya no oigo nada más. Está bien, está bien, les digo para que se callen. Me aliso las ropas. Recobro la compostura. Y los papeles que, sí, lo reconozco, he perdido un poco. Me he pasado.

Regreso con mucho tiento a la parte trasera del autobús, donde, por fuerza, mi fuga de Alcatraz ha pasado más desapercibida. Ni siquiera sé si mi expectorante torturadora se ha percatado. Ella sigue a lo suyo. En sus toses egoístas y despiadadas. Regodeándose. Coj, coj, coj. Sufre. Coj. Sufre. Me mira con ojos cándidos, con un fingido desvalimiento. Le sonrío, con mi mejor sonrisa, con la sonrisa de antes de que todo esto empezara. Y le digo: "Te voy a dar un antitusivo". "Gracias...". Saco el pañuelo del bolsillo, rodeo su cuello limpiamente con él. Y aprieto. ¡Ahora sí que tienes motivos para toser, eh? ¡Tose, tose! ¡Así, con fuerza! ¡Eso es, que yo te oiga! No te cortes. ¿Cómo era? Coj, coj, coj, coj, coj, coj...

En fin, no voy a prolongar esta historia con más golpes de efecto. ¿Que cómo acabó? Pues el conductor frenó. Aunque no hubiese parada oficial. Los pasajeros descendieron en tropel. Detuvieron a una ambulancia que pasaba por allí. Alertaron a los facultativos, que irrumpieron en el autobús guiándose por los gritos que decían "¡Aquí hay una enferma!". Y se llevaron a la que tosía.


martes, 29 de noviembre de 2016

LAS DE MIRANFÚ #3

Llega el frío, tiempo de vacunas, pero la cultura fluye que es un no parar por debajo del asfalto, y las de miranfú no paramos al ritmo de unos artistazos suburbanos, Mientras metro, a los que escuchamos comiéndonos sin complejos unas cotufas, y recitando unos landay para entrar en calor y hacerle un corte de mangas a la pobreza energética. No os habéis enterado de nada, ¿verdad? Escuchadnos y lo entendéis.

http://www.radioela.org/LAS-DE-MIRANFU-3.html

jueves, 17 de noviembre de 2016

Burlando al destino

Ya un par de veces me he cruzado con un precioso Golden Retriever (sí, el perro del papel higiénico), que va ataviado con uno de esos chalecos indicativos de que está opositando a lazarillo. En efecto, esos canes regios y aplomados, que permanecerían impávidos y dueños de la situación incluso si debajo del rabo les explotara un petardo, investidos de una autoridad y un saber estar que para sí quisieran muchos mandatarios mundiales.
A ese envidiable dominio aspira nuestro diletante. Sus genes le han preparado para ello. Pero, de momento, más bien parece estar a por uvas. Cada dos metros, juzga que es cuestión de Estado detenerse para averiguar a qué huele el bordillo. O las nubes. Menos al frente, mira en todas las direcciones contenidas en la rosa de los vientos. De vez en cuando, le entra el capricho de quedarse clavado en el sitio, alarde de resistencia, por el simple placer de que lo arrastren. O da un respingo. Resumiendo: que las cualidades que lo adornan son las de tozudo, atolondrado y asustadizo.
Vamos, un perro tontorrón y disperso de los de toda la vida, que le hace la peineta (y la cobra) a siglos de selección eugenésica.
Puede que estos indicios tan poco prometedores no sean más que parte del aprendizaje, y acaben haciendo carrera con él. Yo prefiero pensar que se trata de uno de esos individuos que pasan olímpicamente de ser lo que deben ser.
A fin de cuentas, y termine de guía o no, igualmente será un perro mondo y lirondo la mar de fantástico.

martes, 15 de noviembre de 2016

LAS DE MIRANFÚ #2

Un programa en el que hablamos de muchas emociones: las que afloran en una queja a voz en grito; las que despierta una radionovela; las que había en el campo de refugiados de Idomeni, recogidas por los chicos de Miradas en la Frontera; las que nos dejó la marcha de Leonard Cohen; y las que produce entre tantos inmigrantes la victoria de Donald Trump.

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miércoles, 9 de noviembre de 2016

EEUU tiene nuevo presidente

Entreabro los ojos y pregunto, por puro trámite, dado que la burbuja de medios ilustrados que en realidad no se enteran de la misa la media me ha hecho creer que el votante medio posee criterio suficiente como para no condenarse al desastre: "¿Quién ha ganado?". "Trump...", me dicen. Y todavía tengo unos segundos de gracia para creer lo que quiero creer. Que me mienten. Que se cachondean de mí. Que es broma. Hasta que veo la pantalla del móvil. Y me quedo consternada. Otra línea roja de lo histriónico que acabamos de cruzar. Me abstengo de decir "disfrutad de lo votado" al pensar en los amigos que dejé allá, los que hace cuatro años celebraban la victoria de Obama en una noche neoyorquina muy distinta a la que acabarán de vivir hace unas horas. Y también porque, a los que nos encontramos en este lado del charco, esta elección nos va a salpicar igual. Estamos en el mismo brete. El de la venganza democrática de los palurdos. El de unas urnas tomadas por la estupidez, la falta de respeto, infestadas por el miedo al diferente. Estúpidos nosotros, los palurdos que creíamos que el sentido común aún tenía una oportunidad.

martes, 1 de noviembre de 2016

Programa piloto de "Las de Miranfú"

Echa a andar un ilusionante proyecto radiofónico en el que unas cuantas tocadas del ala hablaremos de cultura, la de la calle, la que hacemos todos, bajo el espíritu de "Caperucita en Manhattan", de Carmen Martín Gaite. Un espacio de farfanías, de contarnos, de perder la cabeza, de que fluya la parla, de decir lo que nos pete. Miss Lunatic, Gloria Star, Sara Alen e invitados os esperamos un lunes de cada dos en Radio ELA. Pasad y disfrutad con "Las de Miranfú".
En este primer programa (piloto, sed indulgentes), poesía improvisada y a lo loco, fáctula sobre la jura de nuestro nuevo/viejo presidente y, por la noche de brujas, un microcuento de terror, con una intrahistoria borgiana la mar de curiosona.

viernes, 21 de octubre de 2016

Las chupadas, para los chupa-chups

-¿Me puede decir dónde queda este número, señor?
-Sí, mire, justo ahí enfrente lo tiene, señora.
-Ay, muchas gracias.
Hasta aquí, un intercambio de señas en la calle de lo más correcto. Un diálogo anodino de los que trufan ese diario entrecruzarse de los transeúntes por la vía pública. Y justo a continuación, el hombre que ha suministrado las indicaciones, que va acompañado de otros dos, se vuelve en dirección a ella, que ya no puede oírlo porque está cruzando el paso de cebra, y añade para información de sus compadres: "De nada, mujer. Una chupadita y ya está".
Dolorosamente asqueroso. O asquerosamente doloroso. Por eso, sencillamente, sigue haciendo falta el feminismo. Porque esto que presencié forma parte de la misma rampante subcultura machista que hace que sea candidato a la presidencia de EEUU un tipo que, entre las innúmeras lindezas que le adornan, alberga el firme convencimiento de que un varón, cuando es una estrella (y encima lo dirá por él), puede manosear a una mujer; o que una panda de tíos mierda que, acertadamente, hacen llamarse "la manada" gocen violando en grupo a dos chiquillas, creyéndose, imagino, muy machos por la hazaña.
Por eso hace falta el feminismo.
Seguirá haciendo falta hasta que no haya un solo hombre al que se le ocurra, siquiera en broma, ni por debajo de la corrección política que le impide decirlo a la cara, que la mejor manera que tiene una mujer de agradecerle unas indicaciones en la calle sea chuparle la verga.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Corre que te corre

Siempre se han hecho cábalas sobre quién va a dominar el mundo. Es un tema que tiene su morbo. Ahí están los chinos, sempiternos favoritos en las quinielas. O tal vez la hegemonía de los gringos tenga una muerte lo suficientemente lenta como para que partan la pana en el cotarro unas décadas más. Pinki y Cerebro siguen soñando... 
Pero no tienen nada que hacer contra ese colectivo que ya se está adueñando del planeta sin que nos demos cuenta. Me refiero a los corredores de toda la vida. O, como se llaman ahora, los 'runners'. Esa nueva especie que hasta tiene una idiosincrasia propia. Disfrazados de gente sanota y pacífica, este lobby ya ha logrado poner a las autoridades de su parte. No por nada hoy Sol se hallaba totalmente paralizado para que una caudalosa riada de Filípides en potencia pernease a gusto. Los viandantes que se contentaban con andar estaban obligados, para atravesar la calle con su pobre ambición, a bajar al metro con el fin de emerger por una boca distinta. Vamos, que para llegar al otro lado lo tenían más crudo que Moisés a orillas del mar Rojo. Indicios de que los que no corren como no sea para coger el autobús serán, dentro de no mucho, ciudadanos de segunda. Ante semejante panorama, pensaréis que lo sabio es unirse a ellos, ya que contra la pujanza de tan imparable y compacta marea (equiparable a la de los ñus del rey león) no nos queda sino ser arrollados como un triste Mufasa. Pero yo aún tengo fuerzas como para ejercer una resistencia pasiva. Me las he apañado para cruzar al otro lado. Aun teniendo que bajar al metro. Todo con tal de llegar a la pastelería La Mallorquina y desayunarme una buena napolitana mientras los 'runners' seguían a lo suyo, con las cosas del correr. Hedonista que es una.

lunes, 8 de agosto de 2016

Soñando en sueco

Ese año tampoco. Es lo que creyó entender, entre interferencias, cuando su dedo tropezó al fin con el dial. Se pegó el transistor cuanto más pudo a la oreja, para estar seguro, y farfulló para sí: se lo han dado a Murakami. Otro sobrevalorado, niño mimado de aquellos dones y doñas de la academia. Bah. Se subió la cremallera del polar, hurtando a la vista la pajarita del esmoquin. Sacó, calmosamente, un ejemplar de su último libro autoeditado de poemas. Aquel año tampoco. Buscó la página exacta. Línea veinte. Tercera estrofa. Ese verso. Tachó, con sañudo boli rojo, la coma. Lo sabía. Si se hubiese atrevido... tenía que haber arriesgado. Haber puesto un punto y coma. En vez de sólo la coma. Entonces... otro gallo habría cantado. Murakami. Ceja escéptica. Puaj. Bueno. Otro año sería. Si total... aquél no le venía bien pasarse a recogerlo. Hurgó en sus bolsillos, avizorando sus dedos unos mendrugos de pan que pudieran apetecerles a los patos del lago (si es que había alguno). Qué más daba. El Nobel podía esperar.




martes, 26 de julio de 2016

Bailes de salón

-No puedo sacarte a bailar. Te pisaría. Piso a todas.
La solución se la dio ella. No podía resultar más sencillo. Le exhortó a que se tumbasen sobre el canapé. De costado ambos. Frente contra frente. A continuación, posó su mano sobre el hombro de su compañero. Con la que le quedaba libre, condujo la de él a su cintura. Y la dejó hibernando allí, en el cóncavo valle en el que desaguaba la cadera. Las piernas entrelazadas para el frenesí del tango. Y entonces la música. Seguir el ritmo. Un, dos, tres. Marcar los pasos. Un tropezón de él. "Te dije que era torpe...". "Ya, pero no me has pisado". Sonrisa de triunfo cruzada al vuelo en un ocho cortado. Después vinieron el foxfrot. La bachata. Un pasodoble. El vals. Otro tango. Dieron vueltas, y más vueltas, siempre en horizontal, danzaron durante horas, toda la noche acaso. Tanto es así que no pararon hasta que les dolieron los pies.

miércoles, 20 de julio de 2016

Tapar el sol con una bala

Se despertó sudoroso en mitad de la siesta. "¿Quién ha encendido la luz? Esto es insoportable. ¡Qué calor da esta bombilla!". 
Levantó la pistola, tiró a matar. Y el sol, estallando en añicos, sufrió un apagón que ya no se pudo arreglar.

lunes, 11 de julio de 2016

Me pidieron que lo escribiera...

... para vestir con distancia la vivencia de otra persona. Basado en hechos reales. Así me lo contaron, pero así lo cuento yo.


De pronto, algo ruge en el rabillo de su ojo. Es un diente de león.
Flota con grácil parsimonia en el patio trasero del hipermercado. Ese ámbito vacío y silencioso. Vacío a excepción de él. Silencioso excepto cuando atruenan los camiones a la hora de descarga, al vomitar la mercancía a la que él tendrá que encontrar acomodo. A base de sangre, sudor y lágrimas. Sangre de su sangre cuando se le embalsa en el dedo con un derrame. Sudor que hace que la camiseta del uniforme sea piel de su piel. Lágrimas que, al acecho de un palé, le engastan el alma.
Y entonces, ese diente de león. Ingrávido en el patio. Solos él y él. Con sus radios filamentosos estirados hasta la esférica plenitud. Como esos balones que se despliegan en tensa redondez cuando son lanzados a los cielos. Esos mismos cielos azules que ahora atraen irresistiblemente al diente de león, en una inexorable ascensión que deja atrás el patio. Y a él. Que, por eso, arroja al suelo lo que le afana las manos. Estrépito de vajilla quejosa. Muy frágil, en letras rojas. Mala suerte.
Pero la buena viaja, inaprensible, en esa burbuja blanca que se aleja por momentos, aprestada para quién sabe qué rutas. No se le puede escapar.
Se empina sobre las puntas de los pies, alarga los brazos sin que le importe descoyuntarlos. Mejor. Serían motivo de baja. Siente, o acaso lo imagina, que casi roza el diente de león. Pero no se lo hinca.
Tal vez haya sido la propia yema astillada de su dedo corazón la que ha empujado a ese trotacielos un poco más lejos de él. Ahora ya no puede renunciar. No cabe la posibilidad de dejarlo pasar como a lo ignorado. Porque el diente de león también le ha visto. Allí está, surcando el espacio del patio, como un globo ocular que navega en las corrientes de aire caliente. Observándolo, fijamente, en sus manoteos inanes, en sus traspiés desesperados por alcanzarlo. Como si se burlara. Pero también (sí) como si lo estuviese esperando. Allá arriba. Volviendo su mirada hacia él. Desafiante. Tal vez desdeñoso, pero preguntando: "¿Qué? ¿Vienes?".
Así que va por él. Llévame contigo. Ni corto ni perezoso, encara el muro de palés que tiene frente a sí, apilados unos sobre otros. Los ataca como si fueran el Annapurna. Sus dedos se aferran a las junturas. Sus pies buscan los intersticios. Ya es como una enorme cochinilla adherida a su pared. Y comienza a escalar. Poseso.
El diente de león. No lo puede perder. Trata de conservarlo en todo momento dentro de su campo de visión, humeante por los chorretones de sudor que se le descuelgan de las cejas y le van a desaguar en los ojos, velándoselos con una calima que pone a hervir el contorno de las cosas.
Los dedos se le han engarfiado, como garras, pero se le agarrotan, se le pelan, cuando violan las ranuras. Sin orden ni concierto. La que pillan más a mano. El pie va a introducirse, avasallando, en un resquicio entre palés, como si fuera el amo del cotarro. Pero no hay hueco. Va a dar contra una superficie dura, inconmovible, que no se retira, que no se apiada. Se siente sin asidero. Se siente caer.
Los músculos de la espalda dan un respingo de terror. Esa sensación de vértigo. El estómago en suspensión. El futuro en el aire. El vacío lo llama. La hostia va a ser tremenda.
Alza la mirada, hacia el diente de león que se abisma en dirección contraria a la de su cuerpo. Los dos en caída libre, hacia fondos distintos. El del suelo. El del cielo. No se van a encontrar en el medio. Este pensamiento le chuta tanta rabia que saca fuerzas de flaqueza, verticalidad del precipicio. Vuelve a agarrarse, con un grito salvaje, como hiedra trepadora. Con tanto impulso, calculado con tamaña desmesura, que, para su sorpresa, corona el montículo de una tacada, en un solo asalto. Hace cumbre en los palés.
Todo le da un vuelco. El diente de león se le ha estampado en la nariz. Se la cosquillea, algodonoso. Se posa en su hombro. Tan perfecto. Tan catártico. Por fin lo atrapa. Es suyo. Al menos, hasta que le toque liberarlo. Primero, el deseo. Mientras aún gorjea en la jaula de su puño. El diente de león se traga su anhelo, lo mastica y se lo lleva a las alturas, pegado al cielo de la boca.
Lo ve desaparecer en la lontananza azul desde el patio, encaramado a los palés que tendrá que desmontar. Escalar una montaña para luego deshacerla piedra por piedra. Para hacerlo, aún le quedan por delante tres horas de perpetua. Pero ya es libre. Porque todavía lo es para desearlo.
El diente de león ruge en lo alto.

martes, 28 de junio de 2016

El hueco encima de tu clavícula

Si un genio bueno estuviera por la labor de cumplirme un deseo, acaso pidiese no más que un hueco. Un hueco sobre tu clavícula. Un hueco.
Donde reposar la pobre cabeza loca de los quebraderos, donde derramar los cabellos. Un hueco en el que ser inundada por el sueño. Ese hueco donde las aguas se quedan tranquilas. Donde todo se queda muy quieto. Adonde el placer se marcha a gozar el descanso del guerrero. 
Sobre tu clavícula. Un hueco. Un nido para el pájaro que está de regreso. Donde tenderse con las cigarras a desgranar los cuentos con que pasar el invierno.
Ese hueco donde las cosas no siguen un orden pero encuentran su concierto. Un hueco. Uno que está tan lleno. De mar en calma. De flan de huevo. De murmullos que te palpitan por dentro y que, misteriosamente, voy yo y entiendo. Tu clavícula. Y ese hueco.
El que huele a casa, el que sabe a cielo. Donde todos los males se quedan en cueros. Hecho de piel y hueso. Almacén de besos.
Donde el nenúfar busca su asiento, y los grillos conjuran a la noche con todo su aliento. Donde el calor es dulce... ¡ay, ese hueco! Donde no quema el fuego ni se siente el silbido del viento. Donde el miedo se hace tiras para trapos. Clavícula de neopreno. Protegiendo ese momento. En el que nos volvemos eternos. Tú y yo. Si pasamos por el hueco.
El hueco donde el tren se mete, apagando las luces, yéndose a la cama, desairando al reloj, con la certeza de que por fin cumplió: ya llegó el viajero. A tu clavícula. A su hueco.
No ha vivido realmente quien no lo haya tenido, porque acaso en eso pueda resumirse el mundo entero. Una coda. Qué raro. La gente adjetivando sin parar, buscándole las vueltas al sustantivo de la felicidad... cuando lo único que queremos es tan sólo una clavícula. No más que un hueco.

lunes, 13 de junio de 2016

La batalla perdida

La verdad, no sé qué demonios pretendías al entrar a matar en un sitio donde la gente sólo se moría por vivir.
Según parece, te impulsaba la desfachatez de pensar que podías dar lecciones de cómo y a quién es lícito amar. Tú. El que estaba comido por el odio. No me digas que no es una ironía insultante.
Tal vez, en algún momento, hayas sabido de qué iba todo eso del querer. A tu madre. A un hermano. A un perro. Yo qué sé. Pero lo que está claro es que llegaste a olvidarlo por completo. Si no, si te hubiera quedado en la sesera una mínima sombra, tan sólo una reminiscencia huidiza, jamás habrías hecho lo que hiciste. Y, sin embargo, creíste -mil veces maldita chaladura- que, desde tu odio, podías pontificar sobre algo que ya no entendías.
Más te habría valido empeñarte en aprender -o en recordar, si es que alguna vez lo supiste- cómo se hace. Lo de amar y que te amen. En lugar de alimentar ese odio que es estéril, que arde por fuera pero que está vacío por dentro.
Porque la mala noticia para ti es que no ha servido para nada. Sí, te has cargado a cincuenta. Y luego podrá venir otro como tú que asesine a ¿cuántos más? ¿Otros cincuenta? ¿Cien? ¿Dos mil? Los que sean. Los que os propongáis. Nunca será suficiente.
Quizás sea vuestro odio ciego y estúpido el que os haya hecho desconocer ya la naturaleza del sentimiento que queréis destruir, pero ¿no os dais cuenta de que estáis intentando acabar con una hidra? Le cortaréis una cabeza. Crecerán otras veinte. Y es que, aunque a vosotros os repatee, los seres humanos van a seguir saliendo las noches de sábado, a buscarse, a hacerse compañía, porque de eso, y no de otra cosa, trata esta película, y es la única parte de la trama que nos quedamos interpretando hasta el final. Es inevitable. Porque incluso una brizna del amor peor querido merece infinitamente más la pena que el más implacable de los odios. Y por eso la gente va a seguir queriéndose. Como le pida el cuerpo. A quien más le tire el corazón. A pesar tuyo. A pesar vuestro.
Así pues, menuda lástima la de vuestras pobres vidas. Qué triste empeñarlas en una batalla que de antemano está tan perdida.

Bonita casualidad



A veces, al azar no le queda más remedio que sorprenderte por la espalda. Porque, si le haces frente, corres el riesgo de acabar viviendo conforme estaba previsto





viernes, 10 de junio de 2016

Debatid, malditas, ¡debatid!

Lo que tienen las vacaciones es que desconectas. Y cuando vuelves a enchufar todos los aparatos, te enteras de que, durante tu apartamiento del mundanal ruido, al mundo le ha dado tiempo a organizar una especie de cosa a la que ha denominado, pomposa y ridículamente, como "Debate de Mujeres". En Antena 3. En horario de máxima audiencia. Para que lo vea toda España. Para que todo el país se entere de lo progresista y moderna que se nos ha vuelto la idiosincrasia a los de la vieja piel de toro.
Tan progresistas y modernos, oyes, que les hemos cedido a la Bescansa, la Arrimadas, la Robles y la Levy un espacio de charloteo para ellas solitas, para que se despachen a gusto y se refocilen en su feminidad hasta quedarse hartitas. Para que luego digan que las mujeres no tienen visibilidad, ni relevancia política, y sí techos de cristal. Por favor. Cómo vamos a consentir eso, con lo progresistas y modernos que somos. Eso se soluciona por la vía rápida, con una cuota de (dis)paridad a lo bestia: tres horas de televisión para su exclusivo disfrute, para que se exhiban en su coto de estrógenos, en su gineceo, tan "protas" ellas, tan monas, tan mujeres. Así, si alguna está atravesando esos días del mes y por el plató sobrevuela un ataque especialmente punzante, capaz de magullar la fina piel de una de las féminas y ésta, irremediablemente, prorrumpe en sollozos, todas sus compis de escaño rebajarán el tono de la bronca, para no violentarla, ni herirla, respetuosas con su menstruo, por aquello de la empatía. Porque las mujeres somos muy empáticas, por si no lo sabíais. Un ejercicio de empatía que resultaría inviable en caso de haber varones en la sala. De este modo, nuestras políticas juegan en igualdad de condiciones, en un entorno controlado de niñas burbuja, una fiesta de pijamas (o camisones), a salvo de que les salga al paso algún picha brava con sus virilidades. En fin, para que luego digan que no cuidamos al bello sexo, si las tenemos en palmitas, para que pueden sentirse seguras. Como con las compresas.
Si es que... tan progresistas y modernos nos hemos vuelto que ahora ya hasta segregamos a nuestras figuras públicas por sexo, como en los colegios de los tiempos franquistas.
Lo único es que, si queremos mostrarnos lógicos con esta lógica, el siguiente paso ha de ser -es de cajón- la convocatoria de un "Debate de Varones". Un campo de nabos en toda regla. Para que, a la hora de batirse, no se les corte la hombría. Si no, estaremos incurriendo en una desigualdad aberrante, completamente contraria a nuestro progresismo y modernidad. Y así, cada quien en su lugar, cada uno en su baño de damas o caballeros, y Dios en el de todos.
Ya se sabe que mezclar ha sido siempre, y será, una pésima idea.

domingo, 15 de mayo de 2016

El oficio más triste del mundo

A raíz de la liberación de los reporteros Ángel Sastre, Antonio Pampliega y José Manuel López, secuestrados en Siria durante casi un año, publican en El Español un artículo en el que radiografían las condiciones laborales a las que se enfrentan los periodistas que trabajan en zonas de conflicto. El titular es "Jugarse la vida en la guerra por 35 euros"

http://www.elespanol.com/reportajes/20160513/124487904_0.html

Tras leerlo, sólo queda ratificar por enésima vez que éste es el oficio más bonito y más triste del mundo. Tal vez el problema sea que los periódicos no se merecen a sus periodistas (que ya ni son suyos, que no son de nadie, que son freelance, que son de sí mismos, que son del viento). Porque saben que siempre quedará alguno tan chalado por la profesión que nunca acabará de renunciar, de claudicar, de abjurar, de mandarlo todo a tomar viento y a ellos, por culo. En definitiva, de rendirse.
En cuanto al tema de las asociaciones de prensa maniatadas, quedan patentes los efectos perversos que tiene el no regular mínimamente un sector, y que en éste cunda la barra libre de la competencia. Eso sí que es ir a la guerra.

martes, 12 de abril de 2016

Con la A

Los chicos de Verne, de El País, han decidido homenajear a Cervantes en el aniversario de la segunda parte de su magna obra con una serie de artículos en los que definirán una treintena de palabras de escasa circulación en nuestra maravillosa lengua castellana. Han comenzado con ejemplares de esa adalid que es la letra A, como no podía ser menos.

En cierta ocasión, lancé la idea de fundar una ONG muy en consonancia con su iniciativa: Lexicógrafos sin fronteras, encargada de rescatar los arcanos de nuestro idioma al grito de "¡que vivan los palabros!". Como el mío no se trataba de un mero alarde, me he dedicado el último ratito a jugar con las treinta aes propuestas, metiéndolas a todas en un poema. Acá, el enlace al diccionario de Verne, para que se puedan consultar los significados:

http://verne.elpais.com/verne/2016/04/01/articulo/1459507843_386775.html

Y acullá, el poema. Con la A...


En el acmé me acarrazaré muy fuerte a tu cuerpo de arrancapinos, como un aurívoro al destello dorado que sorprende en la tierra, como un adarce a la superficie que salpica.

Y de mí sólo podrán decir que soy un aeronato, ya que volveré a nacer en el cielo al que me lleves, donde está proscrita la anhedonia, y adonde me dirijo con el ánimo alacre de un amonado, que ha quedado, tras beber de tus labios, atafagado de amartelamiento.

Cuando te sienta albanado, con las mejillas aún ardoradas tras la antuviada del placer que nos deje asobinados, velaré tu letargo, amaitinando con arrobo un aladar rebelde y agibílibus, no más que un ajaspajas que será, sin embargo, cuestión de Estado por brotar en tu cabeza.

Con la voz apianada, para no turbarte, te susurraré apenas, como la llama a su alcabor, y te prodigaré amoricones sin que te des cuenta, tan sigilosa como un animálculo.

O puede que, al verte así, lejos de mí, en el mundo de los sueños, sienta el asperillo de no tenerte, y mi alma se convierta en un arcidriche, donde las piezas negras del miedo ganen la partida, y entonces me asalte un amok que me haga despertarte.

Vendrá entonces la anagnórisis, el reencuentro tras habernos perdido. Y tú encontrarás mi corazón, ofrecido a ti, tan sólo una ambuesta entre mis manos.


lunes, 4 de abril de 2016

El niño que nunca debió crecer

Aquella noche de domingo, Peter Pan voló hasta Acacias para buscar al niño que no debía crecer y llevárselo consigo al país de Nunca Jamás. 
Al llegar, abrió despacito una rendija en la ventana y se coló furtivamente en el dormitorio en sombras. A la luz de las farolas, vislumbró arrebujado bajo las mantas el bulto del niño que no debía crecer. Se acercó de puntillas y, cuando estuvo junto a la cama, alzó de un tirón la sábana, diciendo con una sonrisa de triunfo:
-¡Vente conmigo!
La consternación de Peter Pan fue absoluta cuando comprobó que en la camita yacía un mocoso de apenas cinco primaveras al que ya le crecía un frondoso bigote poblado de canas, y que le regañó agriamente por haber manchado con sus dedos el cristal para abrir la ventana. Peter Pan se fue esa noche de allí solo y derrotado, de regreso al país de Nunca Jamás. La madre del niño que nunca debió crecer se le había adelantado. Aquella misma mañana había arrojado a la calle todos sus juguetes de un solo plumazo.



miércoles, 9 de marzo de 2016

La primavera de la baba Marta

Según la tradición búlgara, cuando llega la primavera, una abuela mitológica tocaya mía, la baba Marta, te ciñe una pulsera trenzada en rojo y blanco al tiempo que pides un deseo, que se cumplirá a condición de que tú se la pongas a la primera cigüeña o árbol en flor que veas. Yo estuve dándome de palos con la cigüeña un rato largo (no especificaré quién salió peor parada) y como finalmente entendí que nuestras diferencias eran irreconciliables, le prendí mi pulsera a este cerezo, que resultó de un natural más dócil y conformadico. Ahora, a esperar que, como él, el deseo florezca. De momento, en nombre de la baba Marta, os deseo una feliz primavera.



jueves, 25 de febrero de 2016

Libertad de expresión y otros desmanes

Hace poco más de un año, todo el mundo deploró a lo Fuenteovejuna que unos fanáticos hubieran asesinado a unos dibujantes cuyo único delito consistía en ser unos cachondos mentales que se reían de Alá y su profeta. Se entronizó la libertad de expresión como un valor incontrovertible y sagrado, al grito de que la civilización se llamaba Charlie.
En estos últimos días, se acumulan los casos en los que ese mismo mantra resulta de todo menos incontestable: sus límites y definición ya no parecen claros para nadie.
Por un lado tenemos a los titiriteros de la discordia. Me dio por pensar en cuán fundado puede estar el delito del que se les acusa viendo el otro día el musical "Cabaret". A mitad de obra cayó el telón con una descomunal esvástica, ocultando a un quinteto de actores que cantaban a pleno pulmón consignas del tercer Reich, exhibiendo, mano derecha extendida al frente, el saludo nazi. Luego, durante el segundo acto, los brazaletes de adhesión al régimen ario proliferaron por el escenario. Exigencias del guión. Todos los espectadores allí congregados lo entendimos así. A nadie se le pasó por la cabeza la terrible sospecha de que se estuviera haciendo apología del totalitarismo y justificando la Soah.
No he visto la pantomima de los titiriteros, pero, por lo que cuentan, la pancarta que les ha costado cinco días de cárcel se trataba, al igual que en el citado musical, de un recurso narrativo, imbricado en la historia que representaban para, en este caso, denunciar cómo la derecha demoniza cuanto le desagrada encasquetándole el marbete de ETA. Y mira tú por dónde que, en su caso, el artefacto teatral ha fagocitado a la realidad. Les ha acontecido lo que supuestamente criticaban en el plano de la ficción. Resulta hasta bonito. Va a ser verdad que la vida es un cabaret, no hay más.
Eso sí, y una vez más por lo que cuentan, la función debía de ser de rematado mal gusto. El arte, la cultura, hay que hacerlos bien. Con sutileza, con elegancia. Para venir a decir lo mismo podían haberse valido de una alegoría, de metáforas, como tan eficazmente hacen todas las distopías. No se habrían metido en esos jardines. Fueron burdos. Fueron torpes. Fueron frívolos. Pero de ahí a enchironarlos por enaltecimiento del terrorismo... ¿quién se cree que unos tíos del madrileño barrio de El Pilar están involucrados en el conflicto vasco?
Aún se les podría imputar otro baldón: el joven público ante el que desplegaron esas dosis de violencia y proclamas tan poco demócratas (si bien es cierto que, a efectos prácticos, a ver qué infante nacido hace cinco años en Tetuán sabe lo que es ETA y lo que es "gora"... vamos, que, para ellos, lo mismito que si hubieran gritado que viva Catalina la Grande, aunque ése es otro tema y tampoco lo justificaría).
Respecto al punto de la idoneidad de la obra en relación a la edad del auditorio, fue el Ayuntamiento el que no vio la obra previamente, tal y como era su obligación para saber con qué se estaban jugando los cuartos (públicos). Así pues, las depuraciones tenían que haber sido políticas y no de estos dos desgraciados, a los que, al final, se ha utilizado como carne de cañón en el fuego cruzado que últimamente se traen las dos Españas y sus zonas intermedias.
Ése es el denominador común que me parece percibir en todos estos casos recientes a los que aludía, en los que la libertad de expresión se halla en la picota: el de Rita Maestre, interpelada por una fiscal que parecía miembro de un tribunal de la Santa Inquisición a la caza de la bruja, siendo que la interfecta pidió perdón a quien se lo tenía que pedir (a quien de verdad, en conciencia, y no hipocritona y oportunistamente, le ofendiera un torso en sujetador) y que ni siquiera es la Iglesia quien está detrás de la acusación que pesa sobre ella. Una Justicia más papista que el Papa.
O los casos que están por venir, a tenor del programa de Gobierno presentado por Podemos, en el que se habla de crear una serie de comités para esclarecer la verdad y la justicia, de policías judiciales, y de control de los medios de comunicación, de los servicios de inteligencia y de los organismos encargados de las investigaciones sociológicas que hacen irse por la pata de abajo a todo el que haya leído "1984".
Todo ello parece responder a un afán de judicializar la vida, como trasunto de la exasperación extrema que estamos viviendo; de esa polarización, recurrente en nuestro país y remozada últimamente, entre el santurrón derechoso y el anti sistema comunistoide. En medio de ambos estereotipos, a la libertad de expresión no le queda otra que verse reducida a arma arrojadiza. Por tanto, en el contexto de mojarle la oreja al contrario, se la rebaja, confundiéndola con auténticas mamarrachadas como la de declamar el Padrenuestro de la vagina.
Esperemos que esta crispación sólo sea un cabaret político y que la tensión no se traslade a la sociedad real. De lo contrario, la libertad de expresión, esa niña bonita que ahora todos quieren arrimar a su sardina, va a acabar tras la refriega con el rostro terriblemente desfigurado.

Un columpio mojado

En cuanto esa cobardía le salió por la boca, el corazón se le quedó tan estéril como un parque después de haber llovido



miércoles, 3 de febrero de 2016

Drama de un solo acto

Ciudad europea. Da igual cuál. Una plaza. Cerca del puerto. Un hombre. De raza caucásica. Rubio. Ojos verdes. Con buena planta, que diría aquél. Lleva una niña cogida de la mano. De unos siete años. Morena. Pelo largo. Ojos grandes. Muy grandes.
Ciudadanos arbitrarios desperdigados por los bancos. Uno de pie, junto a una farola. Consultando un periódico.
La niña da un tirón y se suelta de la mano del hombre caucásico. Se queda parada. Unos metros más atrás. En mitad de la plaza. Los ciudadanos arbitrarios se sonríen.

CIUDADANO 1: Qué graciosa es.
CIUDADANO 2: Le salió rebelde al papá.

El hombre caucásico se para a su vez. Gira la cabeza. La llama. Con dulzura.

HOMBRE CAUCÁSICO: Ven, anda.

La niña titubea. Aparta la cara. Mira a su alrededor. Un hombre arábigo. Andrajoso. Barba larga. Ojos desesperados. Muy desesperados.
Se acerca por detrás de la niña. La coge en volandas. La atrapa a traición. Ella empieza a llorar. Él echa a correr. Muy deprisa. Al hombre caucásico se le demuda el rostro. A los ciudadanos arbitrarios, también.

CIUDADANO 1: ¡Se lleva a la niña! (A voces)
CIUDADANO 2: ¡Que alguien lo detenga! (Chillando)

El hombre arábigo corre. Como si en ello le fuera la vida. El lector de la farola suelta su periódico. Roza una manga del fugitivo. Para detenerlo. Él se zafa. Sigue corriendo. Varios ciudadanos arbitrarios comienzan a perseguirlo. Continúan gritando.

CIUDADANO 1: ¡Que no se escape!
CIUDADANO 2: ¡Ha robado una niña! ¡Delante de las narices de su padre!

Un coche de policía. Tuerce una esquina. Atraído por la algarabía. Se apean dos agentes. Porra en ristre. Semblante preocupado. Ceño fruncido. Los ciudadanos arbitrarios los exhortan.

CIUDADANO 1: ¡Allá va el malhechor! ¡Ha secuestrado a una niña!
CIUDADANO 2: ¡Hagan algo! ¡Rápido!

Los agentes de policía corren tras el captor. Y los ciudadanos arbitrarios corren tras ellos. Ya son multitud. El hombre arábigo no para. No tiene resuello. Y sí alas en los pies. Agarra a la niña muy fuerte entre sus brazos.

POLICÍA 1: ¡Deténgase! (Fuera de sí)
POLICÍA 2: ¡Es una orden! (A voz en cuello)

El hombre arábigo no les hace caso. De hecho, aprieta más el paso. Los ciudadanos arbitrarios se encolerizan. Los agentes de policía ven su autoridad en entredicho.

CIUDADANO 1: ¿Es que no van a hacer nada?
POLICÍA 2: ¡¡Suelte a esa niña!!

El policía 1 saca el arma reglamentaria. La amartilla. Apunta. Dispara. El traficante de personas caucásico hace rato que se ha escabullido con su buena planta entre el tumulto. El verdadero padre de la niña siria yace en el suelo con una bala partiéndole el corazón y con ella llorando entre sus brazos.




lunes, 18 de enero de 2016

Verse con ojos de otro (escritor)

Esto es lo que pasa cuando te juntas con otro juntaletras... No puedo decir que no supiese dónde me estaba metiendo. Ahora ya sé lo que se siente al estar al otro lado. Ni pseudónimo que te ponen.
Pero, para qué nos vamos a andar con tonterías, hace muchísima ilusión y a una se le queda al leerlo una cara de tonta de aquí a la China.
Un regalo para todas las Martas, que para algo somos legión.

viernes, 15 de enero de 2016

Plumeros superfluos

Los rapsodas se cuentan que en el s.II a.C. se hallaba la célebre filósofa Zenona de Halicarnaso ante el portalón de su morada, mirando fija y filosóficamente al infinito, cuando en éstas llegó su marido, y al percatarse de la gruesa capa de polvo que cubría todas las superficies a la vista, la increpó del siguiente modo:
-¡Mujer! ¿Cómo me lo tienes todo así? Más te rentaría limpiar un poco en vez de andar pensando tanto.
Y, si hemos de fiarnos de los rapsodas, éstos se cuentan que Zenona de Halicarnaso miró a su marido con indulgencia y abrió la boca para pronunciar una sentencia con la que quedaría inaugurada toda la historia de la filosofía moderna:
-¿Para qué limpiarlo? Si la vida no es más que eso. Nacemos de un polvo, y al polvo vamos.


Y con esta trastada de cuento, doy por inaugurado este pantano y el fin de semana. Si aceptáis mi consejo, dedicadlo a lo que queráis, pero no a los plumeros.

jueves, 14 de enero de 2016

No ser, diría Hamlet ante la cuestión

Las torres huyeron 
¿Adónde fueron?
Eso no lo sé. Pero sí que los días de lluvia hasta las torres prefieren no ser


                          
                                                      Skyline de Madrid