lunes, 29 de octubre de 2012

Sandy en Nueva York

9:00 am: Hoy creí que me levantaría poco menos que para presenciar un escenario apocalíptico. Pero mi ventana se obstina en mostrarme una acera ligeramente empañada (ahora ni siquiera llueve) y unos arbolillos que se bambolean un poco como por compromiso. Como si supieran que les estamos mirando fijamente y tuvieran que aprobar el examen. Por lo menos, hoy trabajo desde casa. El sueño nunca cumplido de mi infancia de quedar incomunicada y no poder asistir a clase. Pese a mis ruegos, Zaragoza siempre se negaba a ser víctima de catástrofes naturales. Lo que aquí es un huracán, allí lo llamamos día de cierzo.

12:00 pm: Así le ha sentado Sandy al río Hudson.











14:00 pm: Me he metido en casa... y ¡no salgo hasta nueva orden!

Al día siguiente...  

El 30 de octubre de 2008 viví un atentado terrorista en Pamplona. Cuatro años después, estoy en medio de un huracán. Ya me he dado por aludida. En este señalado día lo que tengo que hacer es encerrarme en un baúl y tirar la llave.

Y luego me tocó dar la cara:

 http://www.youtube.com/watch?v=FF-2WXYtcU0&feature=youtu.be

31 de octubre: Reabre la Bolsa neoyorquina en su horario habitual.

 https://www.youtube.com/watch?v=3IXaXd-rMfg&feature=plcp

 

martes, 23 de octubre de 2012

La vuelta de tuerca que cierra el círculo

Hará unos dos años, un buen amigo me prestó un libro, "Dublinesca", de Enrique Vila-Matas. Es uno de estos libros que te provocan diarrea mental. Una rayada metaliteraria de esas, con escritores dentro de la propia novela, con un personaje que era el mismísimo Paul Auster, con sueños premonitorios y ciudades que son puntales de la trama llenos de significado, como el Dublín al que remite el título. Pero también Nueva York, que es vivida como una obsesión por el protagonista, quien está convencido de que, cuando llegue a ella, alcanzará la verdadera felicidad. 

Por aquel entonces, a mí me dieron la beca que me permitiría pasar un año en una ciudad del mapamundi que aún no tenía nombre. Conjeturé con mi amigo sobre posibles destinos y perfilé Nueva York como primera opción, aunque manifesté mis dudas acerca de que fuera posible. 
-Claro que sí, Marta. Nueva York. Tienes que ir a Nueva York. ¡Como en "Dublinesca"! ¡Está claro!

Dos años después, efectivamente, estoy en la ciudad de los rascacielos. La coincidencia, que hasta cierto punto era plausible, podría haber acabado aquí y no tendría más el asunto. Pero lo verdaderamente delirante es que la vida llegue entonces, se arremangue el mono de faena y, empuñando unos alicates, le dé a la historia una nueva vuelta de tuerca, sin reparos. Cuando menos te lo esperas. Porque lo que ni en mis más locos sueños habría imaginado hace dos años es que pasaría una tarde en Nueva York en la presentación de la traducción al inglés de aquella novela, con el propio autor, Vila-Matas, y con uno de sus personajes: el mismísimo Paul Auster, encarnado y en cuerpo presente.

 Ignoro cuántos planetas habrán tenido que alinearse para que ocurriera, pero a esto es a lo que llaman cerrar el círculo. Y es la clase de historia de azares, casualidades y destinos que sólo podría aparecer sin desentono en cierta novela: una titulada "Dublinesca".

Escuchar al escritor de Brooklyn en Manhattan

Imaginad que pudierais preguntarle a Paul Auster por qué es importante leer novelas. Seguramente esperáis algo elevado a la par que profundo amén de inspirador. Y seguro que Auster es capaz de decirlo. Eso y más. Pero lo que distingue verdaderamente a los tipos brillantes es que siempre dicen lo que no esperas. Porque para decir lo obvio ya están los demás. Al grano. Por qué es importante leer novelas, según Paul Auster:

"El año pasado volvía a Nueva York después de haber estado en un congreso en Lisboa y el señor que estaba en el aeropuerto controlando los pasaportes comenzó a mirarme. A mí y a mi pasaporte. Alternativamente. A mí y al pasaporte. Desde el otro lado del cristal. A medida que lo hacía, la irritación iba creciendo en su cara más y más. La situación de prolongó durante un minuto. ¡Y eso es mucho tiempo!
-Soy yo. El de la foto, ¡soy yo! -le aclaré.
-Por su culpa, perdí 30.000 euros -puntualizó.
-¿Disculpe? ¿Cómo que por mi culpa perdió 30.000 euros?
-Sí. Participé en un concurso de la tele. Me preguntaron cómo se llamaba el perro de uno de sus libros. No lo sabía. ¡Yo nunca leo novelas!
Le dije que lo lamentaba mucho, pero que me devolviera el pasaporte. Lo sentía realmente, ¡pero no tanto como para que se lo quedara!
Y en fin, he ahí la importancia de leer novelas".

Habrá que ponerlo en conocimiento de los de las campañas de fomento de la lectura. Palabrita de premio príncipe de Asturias.

Fatty right now

Visto en la cola del supermercado: la mujer que se encontraba justo detrás de mí me ha hecho apartarme para alcanzar una chocolatina que había en esos expositores de chicles o de condones que se colocan estratégicamente a lo largo de la fila con el alevoso propósito de tentar al aburrido consumidor mientras espera. Una vez se ha apoderado de ella, ni corta ni perezosa, le ha quitado el envoltorio y ha empezado a comérsela, sin haberla pagado todavía y con toda la tranquilidad del mundo. El cajero no ha levantado ni una ceja. En Estados Unidos lo de comer compulsivamente ya ha pasado al siguiente nivel.

domingo, 21 de octubre de 2012

Lleva poesía en el llavero

Cuando me declaro fan absoluta del metro de Nueva York, la gente me mira con una sonrisita forzada, sin atreverse a clasificarme todavía en la categoría de los locos o los bromistas, a la espera de constatar por qué cauces prosigue la conversación. No les culpo. El metro de Nueva York es mugriento, las ratas campan por sus respetos, y los pasajeros son excéntricos, están tarados o exhiben una fealdad que "impacta", según una compañera mía. Feos de impacto. Pero hoy me he llevado una alegría mañanera que me ha dado una razón más para que me guste. 

He comprobado, con el alborozo del niño al que le sale un cromo sin repetir o premio en la caja de cereales, que este mes me ha tocado una tarjeta de metro con un poema al dorso. Acceder al metro con poesía. ¿Bonito, no? No puedo evitar pensar que equivale al "ábrete Sésamo" con el que Alí Babá y sus 40 ladrones penetraban en la cueva del tesoro. O a la respuesta que hay que dar al acertijo planteado por la Esfinge para que te franquee la entrada a Tebas. Ahora ya sé, y vosotros también, que para que se te abran las puertas del metro de Nueva York hay que recitar un poema llamado "Noche de lluvia", escrito por Aracelis Girmay en 1977 y que dice así:


"Lluvia que clavas la tierra,
que con tus infinitas piernas 
clavas la tierra, que con tus caras de plata 
tocas mis caras, me caso contigo. Y abro
todas las ventanas de mi casa para oír
tus millones de versiones salvajes
del si si si sí si"

Cuando se me acabe la metro card de este mes, la guardaré, y será uno de los mejores souvenirs que me llevaré de Nueva York. A fin de cuentas, tal vez sirva para abrir otras puertas.

sábado, 20 de octubre de 2012

Salvar el bachiller de Humanidades

No soy académica, pero sí estudié el bachiller de Humanidades. Y por tanto, me siento en la obligación moral (del latín mores) de romper una lanza a su favor, ahora que quieren cargárselo. Veamos. No me he caído de un guindo. Sé muy bien cómo funciona el "sistema". No ignoro que en este chiringuito prima lo utilitario. Lo que demanda el mercado. Lo demás está de más. Y la cultura clásica a Merkel y a sus chiguaguas de mucho no les sirve. Qué le vamos a hacer. Está claro que los beneficios que pueden reportar los demás bachilleratos son mucho más evidentes y productivos. De aquellos que los estudien saldrá el próximo científico que un día nos curará de un cáncer y nos salvará la vida. O el ingeniero que inventará una máquina que nos hará la existencia más fácil. O el economista que, por una vez, acierte y nos evite la siguiente recesión mundial.

Pero el caso es que no todos los ciudadanos somos lo suficientemente brillantes para hacer esas cosas. No nos alcanzan las entendederas o no nos interesa. Y no se preocupen. A esos necios incautos luego el mundo laboral ya se encargará de ponerlos en su sitio. La apisonadora hará su criba y, no teman, que no sobrevivirán a la quema. Por eso no pierdan cuidado ni un minuto de sueño.

Sin embargo, creo que, antes de los 18 años, la gente no tiene por qué enterarse de cómo es el mundo en realidad. Los menores de edad tienen derechos: a creer en los Reyes Magos, a no ir a la cárcel y, por supuesto, a pensar que su vida podrá ser como ellos quieran que sea. Antes de los 18 años, todo el mundo debería poder creer que se convertirá en aquello que decida. De esta premisa fácilmente se deduce (como enseñan en lógica, disciplina de la filosofía) que se trata de un derecho inalienable que antes de los 18 años las personas puedan estudiar lo que ellas deseen. Nada ni nadie debería impedírselo. Y menos una disposición ministerial.

Hasta que yo no empecé el bachillerato, no llegué a sentir que estaba aprendiendo lo que quería saber. Y esos dos años fui inmensamente feliz. Por primera vez, al llegar el domingo, no me daba pereza tener que asistir al día siguiente a clase. Así pues, déjenles aprender eso que erróneamente llaman lenguas muertas. Porque no están muertas. Sólo se han transformado, que es lo que hacen las cosas que sobreviven. El latín y el griego están vivos. Los resucitamos cada vez que decimos "democracia", "pueblo", "fascismo", "lundi", "pericolo"... Pero el latín y el griego aún estarían más vivos si, cada vez que usamos esas palabras, fuéramos conscientes de la historia que llevan detrás. Porque entonces las usaríamos con conocimiento de causa. Y, al emplearlas con propiedad, nos haríamos cargo del mundo más plenamente, porque nombrar algo es poseerlo. No nos darían gato por liebre valiéndose de ellas. Y por eso respetaríamos y cuidaríamos las palabras heredadas, tratándolas como lo que son: el patrimonio más valioso que tenemos. 
El más valioso, pero no el único, porque de la belleza que puede crear el hombre están llenas las iglesias, las calles, los edificios. Y lo disfrutan con más intensidad (porque se ama lo que se conoce) los que saben que el arte es una pulsión humana que se nutre de lo pasado, pero sin dejar nunca de cuestionar y subvertir las convenciones con tal de seguir creando. Y conocer sus puntos de inflexión, sus causas, sus desafíos, ayuda a entenderlo todo mucho mejor. Por eso, déjenles estudiar qué es un Giotto, y por qué el neoclasicismo y el romanticismo se plantaron cara con tal encono.

Déjenles saber que el hombre siempre ha necesitado explicarse el mundo con historias maravillosas donde los hombres y los dioses jugueteaban entre ellos. Déjenles saber que los imperios, como el romano, nacen, alcanzan su esplendor y luego caen. Y que luego todo vuelve a empezar. Quizás así sobrelleven mejor la frustración de la época contemporánea. Porque podrán mirarla cara a cara con una perspectiva más amplia. Déjenles saber que el pueblo se burlaba de los poderosos con obras de teatro ya en época de Aristófanes. 
Déjenles saber... que ya tendrán tiempo para olvidar. Pero ahora, mientras aún son jóvenes, déjenles saber lo que supe yo. El bachiller de Humanidades me enseñó a pensar. Y creo que, por eso, ahora comprendo algunas cosas un poquito mejor de lo que las comprendería si Wert me lo hubiera impedido. Déjenles saber. Sin el bachiller de Humanidades, como su propio nombre indica, habremos perdido algo que no es utilitario, pero que quizás no nos interese perder: una parte de nuestra propia humanidad.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Las orejas de elefante se comen y son dulces

Como nunca te acostarás sin saber una cosa más, hoy he aprendido que ese dulce en forma de corazón, hecho comúnmente de hojaldre y que en España se llama palmera, en Nueva York (donde, por cierto, escasean) recibe el nombre de "oreja de elefante". Como la de cerdo pero a lo bestia. Cuando te enteras de algo así, es inevitable que los cimientos en los que se venía sustentando tu vida se tambaleen. 

 Yo que pensaba que después de los garrotes pamplonicas (las napolitanas del román paladino) no tenía de qué escandalizarme en todo lo que a bollería se refiere. Si lo pensáis, esto es mucho más gore. 
¿Quién será la mente preclara a cuyo arbitrio se encomienda la nomenclatura de la repostería? Es ésta materia tan absorbente que, mientras reflexionaba sobre ella, en vez de coger el metro que iba hacia abajo, cogí el que iba hacia arriba. Haceos cargo de lo que supone pensar que vas a aparecer en la 14 y encontrarte de pronto en la 59. Otro trauma. Y demoledor. En mi defensa he de alegar que, en todo el tiempo que llevo aquí, ésta es sólo la segunda vez que sufro un accidente de estas características.

miércoles, 10 de octubre de 2012

El mejor amigo del hombre es el perro, y el mejor amigo del perro es Nueva York

Nueva York es una ciudad que adora a los perros. Tal vez se deba al hecho de que tanta gente esté sola en las arideces de la gran urbe, y estos cuadrúpedos suplan las dosis de cariño humano. Sea como fuere, este amor, como todo en esta ciudad que siempre lleva las cosas al extremo, alcanza con frecuencia las proporciones grotescas del absurdo.
Sesiones de acupuntura para cánidos. Paseos en Rolls Royce conducidos por chófer de los de gorra de plato. Pero, en otras ocasiones, este amor se manifiesta en gestos que van saliendo al paso, sencillos, cotidianos, que no dejan de resultar conmovedores. Como que algunos establecimientos dejen en su puerta un recipiente con agua para que, mientras el dueño del perro hace dentro las gestiones de marras y el canino espera fuera pacientemente, pueda beber a placer. O, simplemente, que no les veten la entrada al transporte público. Y eso te da la oportunidad de sentarte enfrente de un guapérrimo como éste que te alegra la vuelta a casa en metro. Un pasajero más. Signo de una civilización más avanzada.