miércoles, 27 de junio de 2018

"El color de la luz" en Alagón

Una preciosa tarde presentando "El color de la luz" en Alagón, el lugar donde le abrieron las alas a mis historias cuando era una niña y que hoy me ha abierto los brazos para acogerme con tanta generosidad, en un marco privilegiado para una novela sobre arte. La literatura y la pintura, juntas en el Museo Hispano-Mexicano, en el que incluso brilla la luz de un Goya. Muchas gracias a todos por hacerme este regalo. Siempre es un placer volver.










jueves, 21 de junio de 2018

Reseña de "El color de la luz" en el blog Cultura-te

El color de la luz es un libro muy bonito, posee cierto aire de secretismo idóneo para los más curiosos y relata dos historias en una: una periodista con instinto infalible busca lo que se esconde tras el hecho de que una anciana, conocida gerifalte de un imperio textil, haya pagado veinte millones de dólares en una subasta en Nueva York por la obra cumbre de Pendragón, que por muy maravillosa que fuese, tal cantidad de dinero era demasiado. Lo que la periodista desconoce, y que irá descubriendo poco a poco gracias a una petición de la anciana, es todo lo que se cuece tras ese cuadro en particular, la segunda historia, la historia de Pendragrón y su musa. Historia, arte y sentimientos se suceden entre unas líneas que no pueden ser más cuidadas, y gracias a una pluma que no puede ser más extraordinaria.
París, Nueva York, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil Española son los magníficos enclaves donde se desarrolla la novela. La autora une presente y pasado para componer una obra de narración exquisita, que cuenta el amor, más que imposible lo definiría como complejo, por culpa de las odiosas inseguridades que acechan a las personas de manera implacable, entre un pintor y su musa, y que otorga una importancia señorial a los detalles –aquí he de felicitar con mayor énfasis a Marta Quintín porque ha sabido transportar al lector al verdadero ambiente, e incluso pensamiento, de un auténtico artista–.
Siempre he creído que los artistas –pintores, escultores, escritores…– observan el mundo a través de la magia, una magia que les crea una particular sensibilidad que los hace únicos, diferentes. Así es Martín Pendragón, especial desde niño, incapaz de no dibujar en cualquier superficie, incapaz de reprimir su magia, incapaz de no aceptar la ayuda de Francisco Miranda, el maestro que decide concederle el empujoncito que precisa para poder volar, el padre de Blanca Luz. Oh, Blanca… ¡qué tontos somos cuando nos dejamos vencer por el miedo!
El color de la luz es una historia clásica, de la vieja escuela, de esas que perdurarán en el tiempo como una novela “de las de siempre”, entrañable, que te abraza desde el principio con tanta calidez que, al terminarla, sientes vacío, aunque es un vacío que, al mismo tiempo, te roba una sonrisa… una sonrisa de verdad, de esas que no se desvanecen durante unos interminables y hermosos segundos y que surge cada vez que tus ojos se cruzan con el lomo del libro cuando fijas tu vista en la estantería, algo inevitable, sencillamente porque, ¿quién no querría saber cuál es el color de la luz?

lunes, 18 de junio de 2018

Presentación de "El color de la luz" en Alagón

En casa siempre tratan bien, por eso vuelvo pronto. En esta ocasión, a Alagón, el primer lugar donde vieron la luz mis historias, unas que hablaban de la vida de un paraguas, de la ingratitud sufrida por una esponja, o de la amistad que se forjaba en una perrera entre chuchos tan abandonados como valientes. En su Biblioteca parece que estos relatos gustaron; lo suficiente como para premiarlos en el certamen Tomás Seral y Casas, un reconocimiento que me dio fe para seguir escribiendo. 
Dieciocho años después, este viernes 22 de junio, regreso para presentar "El color de la luz", el fruto de esa confianza que me regalaron. Un reencuentro que tendrá lugar, gracias a la maravillosa idea de Inma Callén, ¡en un museo!
Mejor marco para una novela sobre arte no puede haber. Más ilusión no me puede hacer. 
¡Allí, observados por los cuadros, nos vemos!



Si Mahoma no va a la montaña...

Después de meses dándole esquinazo al vía crucis de hacer una excursión a Ikea para comprar una estantería en la que depositar los libros que hasta ahora se hacinaban en cajones, se ocultaban en armaritos y se amontonaban en precarias torrecillas erigidas en rincones indignos y aleatorios de la casa, ayer por la noche, la montaña decidió cortar por lo sano y apostarse frente al portal de Mahoma en forma de una alacena de mimbre abandonada que parecía construida ad hoc para darle hogar a tanta página desamparada. Y ahora aquí está. En el salón, cabía justo en el hueco. Atiborradita de libros. Ahora sí, por fin, la casa es casa.




jueves, 14 de junio de 2018

De pronto, verde


Es lo que tenemos los pésimos jardineros. Que, con nuestras malas artes y peores mañas, seríamos capaces de convertir a una ceiba milenaria en un arbusto esmirriado. Y de secar a un cactus. 

Qué desventura no le aguardaba, por tanto, a un pobre kalanchoe, que llegó a casa todo reventón, de un verde en el que daba gloria cuasi reflejarse, de puro lustre; que, incluso, en sus buenos días (cuando todavía no andaba a merced de las zarpas equivocadas), cuenta la leyenda que alumbró flores rosas; y que, oh casualidad, en cuanto quedó encomendado bajo la protección dudosa que ofrecemos los pésimos jardineros, comenzó a ver cómo esas mismas hojas resplandecientes se mustiaban irremediablemente, se retraían, se les ponían gachos el haz y el envés, y se cubrían de una capa negra mohosa que daba bastante lástima y, a qué engañarnos, también mucha grima. 

Hubo que cortarle todas las ramas, una a una, pero no se tiró la maceta. Ahí quedó el kalanchoe, despojado, mutilado, a la espera (loca esperanza) de que, algún día, le viniese la inspiración y renaciera.
Se ha pasado más dos meses en un estado catatónico, imperturbable en su aspecto desolado. Yo, desde luego, ya lo daba por desahuciado, no abrigaba la más mínima duda sobre su condición de cadáver, una víctima más de la larga y vergonzante estirpe de los pésimos jardineros, que me señalaba y me culpaba con sus ramas descarnadas, y únicamente la pereza me impidió tirarlo, o más bien, no saber dónde dejarlo. Dime, Bécquer, cuando las plantas se mueren (o las matan los pésimos jardineros), ¿sabes tú adónde van?
El caso es que, al parecer, a espaldas de mi escepticismo y bajo la capa de tierra, estaban ocurriendo cosas, porque el otro día sorprendí, brotando de ese esqueleto demacrado... ¡pum!, ¡el milagro!
Esos botones verdes abriéndose camino me emocionaron más de lo que jamás habría imaginado. Podría soltar ahora mismo una filosofada muy sesuda y lacrimógena sobre la vida que aguanta, que se aferra, que pugna, que es tenaz, que surge cuando menos te lo esperas.
Pero, a riesgo de parecer una taza de Mr. Wonderful, me limitaré a decir: Eh, que no se os olvide, si este kalanchoe ha podido, ¡vosotros podéis!
A pesar de los pesares. Incluso a pesar de los pésimos jardineros.
Pd: doy permiso a Mr Wonderful para que estampe esta foto en una de sus tazas. Es la autoayuda hecha planta.


martes, 12 de junio de 2018

Entrevista sobre "El color de la luz" en Heraldo de Aragón

http://antoncastro.blogia.com/2018/060901-marta-quintin-de-el-color-de-la-luz-.php

[Este fin de semana, Marta Quintín (Zaragoza, 1989), firmará ejemplares de su segunda novela, ’El color de la luz’ (Suma de Letras), una novela sobre la obsesión, la pasión imposible, el arte y la creación.

¿Cómo nació en ti la pasión por la literatura? Ganaste muchos concursos de cuentos.    

Es una pasión innata. Hay testimonio gráfico de que, antes siquiera de aprender a leer, ya me dedicaba a hojear cuentos y a inventármelos sobre la marcha mientras pasaba las páginas. De la mano de ese fervor por la lectura vino, como no pocas veces, la pulsión de escribir mis propias historias. Eso me llevó a presentarme a varios concursos de relatos, y ganar algunos, como el Tomás Seral y Casas de la Biblioteca de Alagón, me dio fe para pensar que la literatura podía ser lo mío.

¿Quién te marcó, quién te despejó el camino y cómo lo hizo?

Supongo que los escritores a los que he leído. Ellos son mis maestros, los que me han enseñado cuanto sé. Y un poco más pegado al día a día, mi familia, amigos y profesores siempre me han alentado a escribir, y esa confianza lo es todo.

¿Qué fue primero, el periodismo o la literatura?

La literatura. El periodismo sólo fue una forma de profesionalizar mi vocación por la escritura. Y es cierto que encontré en ello un oficio muy bonito, puede que el mejor del mundo, que diría Gabriel García Márquez, siempre y cuando se practique en condiciones.

¿Desde cuándo el arte es una de tus  pasiones?

Cursé el Bachiller de Humanidades, y una de las asignaturas era Historia del Arte. Entonces descubrí lo mucho que me interesaba, y quise profundizar mis conocimientos durante la carrera, escogiendo más asignaturas relacionadas con él. Además, siempre me ha gustado visitar museos y exposiciones. Con esa base acometí la novela, aunque luego tuve que documentarme mucho más, y me reafirmé en que es un mundo fascinante.

Todo empieza en Nueva York con una subasta de ‘El grito’ de Munch. ¿Qué pensaste, qué se te ocurrió?

Estaba trabajando en esa ciudad, en una agencia de noticias, y me habían asignado cubrir las subastas que se celebran en Christie’s, Sotheby’s... un cometido que, por mi afición al arte, me encantaba. Aquella noche de mayo, se subastaba la última versión que quedaba en manos privadas de esa obra tan emblemática, y las expectativas sobre el precio que iba a alcanzar eran altísimas. Y, efectivamente, se cumplieron, ya que se batió el récord de cotización: 120 millones de dólares. Esa anécdota me llevó a meditar sobre qué impulsa a alguien a desembolsar una cantidad tan exorbitante por un cuadro, y aunque los motivos suelen ser especulativos, opté por darle una vuelta de tuerca y fabular acerca de una historia de amor que recorre todo el siglo XX, y que explica por qué alguien querría, no sólo conseguir, sino recuperar una obra de arte a todo trance.

Hay tres personajes claves. La galerista, el pintor y una periodista. ¿Cómo decidiste unirlos, qué te interesó, cómo quería anudarlos o mezclarlos?

A través de esa anciana que puja por el cuadro y del pintor quise tratar el amor imposible, el que emana de la propia naturaleza humana, de nuestros miedos, inseguridades, incongruencias y debilidades, y no ése tan manido y, a mi juicio, artificial, que fracasa por culpa de un condicionante externo, como una diferencia de clase social, unos padres que se oponen, un malentendido, un iceberg... En cuanto a la periodista, es un catalizador para que se cuente la historia, de una manera más ágil y fresca, tejiendo también una relación intergeneracional con la anciana, y reflexionando, por medio de ella, sobre el proceso creativo y la escritura.

¿Tuviste algún modelo real en la cabeza, Pollock y Peggy Guggenheim, por ejemplo?

Cualquier pintor de vanguardia, visionario e incomprendido puede ser un trasunto del protagonista, Martín Pendragón. Quizás al que tuve más en mente fue a Picasso, con su potentísimo caudal de genio y sus relaciones tormentosas.

Dinos un poco cómo son cada uno de ellos…

El personaje más complejo es la musa, Blanca Luz Miranda. Quise dotarla de muchos claroscuros, que fuera voluble, egoísta, caprichosa, incoherente... A riesgo de que cayera mal y de que costara empatizar con ella, mi intención era que el lector honesto pudiera decir: "Jolín, si, en el fondo, en algunas cosas, me parezco a ella". Aunque siempre prefiramos identificarnos con el héroe, en realidad todos, en algún momento, somos tan inconsistentes como esta mujer y, así, hacemos daño a quienes nos rodean, aun sin pretenderlo. Y eso no obsta para que también se pueda sentir compasión por ella, porque, al final, sabotea su propia felicidad con ese carácter tan complicado que tiene, del que es su primera víctima. El pintor, Martín Pendragón, es un hombre más de una pieza, entregado a sus pasiones, que ve más allá, un adelantado para su época, y que sufre por ser consecuente.

¿La novela es una meditación sobre el vínculo entre el artista o la musa, o la ligazón, casi enfermiza, entre la galerista y su artista, con dominios casi alternos?

Hablo de dos pasiones: la pasión por el arte y la pasión por una persona, y cómo a veces eso choca. Te tiran ambas con la misma fuerza, cada una de un brazo, y te acaban descoyuntando. Ambas corren en paralelo a lo largo de la vida de Martín Pendragón, revelándose incompatibles muchas veces, pero al mismo tiempo, nutriéndose la una de la otra. Establezco una analogía entre el amor y una vocación artística. Por ejemplo, en un momento dado, él dice que el ser humano se dedica a cosas tan poco prácticas como pintar cuadros que no colgarán de ninguna pared y a enamorarse de gente que jamás le corresponderá.

¿Querías hacer una novela sobre la complejidad del amor, sobre las pasiones imposibles, casi sobre la sinrazón?

Sí, sobre esos amores que son imposibles por nosotros mismos, y que aun así, sobreviven al tiempo, de una manera irracional, sí, pero también inevitable. En este caso, se trata de un primer amor que marca la vida de los protagonistas, que los lastra y los condiciona, y que los aboca, con una suerte de fatalidad, a buscarse y a rehuirse a lo largo de los años, a encarnar el refrán de "arrieros somos y en el camino nos encontraremos". Un no pasar página que los condena, pero del que también nace algo bello, como es el arte de Martín.

¿Qué significa el París del arte para ti?

Es una época que me encantó recrear, aquellos años veinte en los que París era el centro del mundo, con toda su bohemia, pero también su penuria, y, sobre todo, el empuje creador que entró en ebullición allí, con esa fuerza; esa ingenuidad incluso, que llevaba a los artistas a atreverse a todo, a subvertir y a cuestionar con tanta audacia; y esa camaradería que hacía que unos y otros se estimularan a intentar cosas nuevas, a desafiarse... Siempre me fascinan esos periodos de la Historia en los que, en unos años y en un lugar, convergen los mejores. Entonces, la humanidad siempre da un paso adelante.

¿Por qué es Marc Chagall tu artista favorito?

Lo digo en la novela: porque en sus cuadros parece que estás dentro de un sueño. Su forma de usar los colores, que la gente vuele por el espacio y esté cabeza abajo... Además, la cultura rusa me gusta mucho, y él plasma esas influencias muy bien, aunando tradición y modernidad de una manera muy personal. Es de esos pintores que logró crear un mundo propio.

La novela es una reflexión sobre la obsesión, la fatalidad y tal vez la mentira. En su noche de bodas, a blanca Luz se le escapa un nombre sorprendente…

Sí, en la novela, el pasado nunca acaba de pasar, está constantemente volviendo a por los personajes, porque no han sabido, o no han querido, cerrar bien las heridas. Y eso pasa siempre que no eres honesto contigo mismo. Cuando te engañas, acabas engañando a los demás, y sembrando dolor. Por ejemplo, sí, pronunciando el nombre menos indicado en el momento más inoportuno... Y hasta aquí puedo leer.

¿Qué le debe la novela al periodismo?

Es su punto de partida, ya que la génesis de la novela se produce cuando yo estoy trabajando de corresponsal. Le rindo homenaje a eso a través del personaje de la periodista, en la que algunos pueden encontrar cierto alter ego. Ella presencia la subasta, le pica la curiosidad sobre por qué la anciana ha pagado semejante montante por el cuadro y decide comenzar a investigar, y a utilizar una técnica periodística como la de la entrevista. Eso le confiere dinamismo al libro y un toque de misterio, a medida que va descubriendo qué se esconde tras esa adquisición, que todo no es lo que parece, y que las cosas suceden, al final, según las cuentas. Y, en eso, ella tiene mucho que decir.

‘El color de la luz’ es una novela sobre la creación y los secretos del arte. ¿Qué has aprendido de la pintura y de los pintores?

Trato la pintura, y el arte en general, como un reducto que nos permite redimirnos. Un bastión hermoso y con valor que nos sitúa por encima de nuestras miserias, y que dota de sentido a lo que no lo tiene. Al final, el arte nos salva, nos recuerda que somos capaces de crear algo que nos trasciende. O, al menos, nos mantiene ocupados en un propósito por el camino, y lo embellece. Que no es moco de pavo.

Cuál es tu relación con el lenguaje, cómo quieres escribir, ¿qué buscas?

Busco que la vida se vea de otra manera a través de las palabras. Crear imágenes, mirar lo que miramos todos los días desde otra perspectiva, por medio del juego, explorando los límites del lenguaje, sus maravillosas posibilidades. Emocionar. También hacer pensar. Dar vida a una historia, en definitiva. Ser esa narradora a la que le pides que te cuente un cuento al calor de la hoguera. No más.

¿Cuál será tu próximo proyecto?

Todavía no lo sé. Tengo otra novela terminada, pero en un cajón, no sé qué ocurrirá con ella, si habrá alguna oportunidad de que vea la luz. Y luego tengo ideas... Falta trasladarlas al papel. A ver si me pongo.

"El color de la luz" en Zaragoza









Historias a medias

Lo peor de dejarlo fue que no me dio tiempo a acabar el libro que él me había dejado a mí. No es justo.
Lo nuestro se había terminado, de acuerdo, pero no así la novela que Andrés se apresuró a empacar junto a las otras cuatro cosas que tenía en mi casa. El precio de que las perdices no cacarearan el punto final en nuestro cuento de hadas fueron los puntos suspensivos que pasaron a indefinidos en la página 187, capítulo IV, cuando los alienígenas se apoderaban de un supermercado, y se dibujaba con tan certera maestría el viaje psicológico que sufrían las mentes abducidas de los clientes, las cajeras, los repartidores e, incluso, de la gerente del establecimiento, que intentaba matar a todos con una lechuga de oferta, convencida de que se trataba de un mortífero bazuca.
Lo primero que hice tras la ruptura fue buscar un ejemplar en las tres bibliotecas de la ciudad, pero era una edición rara, no lo tenían. Tampoco en las librerías, ni siquiera en tapa blanda. Estaba descatalogado.
Lo cierto es que olvidé a Andrés más bien pronto, pero aquel libro se me quedó rondando en la cabeza y clavado en el corazón. Por eso, ahora, cada vez que conozco a un hombre que amenaza con prestarme algo para leer, le ruego que por favor no lo haga, so pena de que sus libros resulten más memorables que él. Ya tengo ensayada la sonrisa y la frase con la que declino el ofrecimiento. Más de lo mismo.
Lo de siempre. Me miran comprensivos, pensando que hablo de nosotros y de la dificultad de consolidar relaciones, cuando les aclaro: "No, gracias. No quiero arriesgarme a que la historia se quede a medias...".
Lo peor, naturalmente, es que nadie entiende a qué me refiero.

miércoles, 6 de junio de 2018

Espíritu joven

Será cosa de la edad que crece, que me ha inspirado este cuento.

Sus 85 años le dijeron a los casi 62 de la atónita pasajera que se bamboleaba en la barra del autobús: "Siéntese usted, señora, que los asientos son para los viejos"

lunes, 4 de junio de 2018

Cuatro elementos

Una playa desierta
Un embarcadero que dejó de usarse hace tiempo
Y hace tiempo de tormenta
Es inminente que esa agua se encuentre con esta agua, en la que se pierden la tierra y el sol
Los cuatro elementos son lo mismo
¿Tal vez sea el fin del mundo? No.
Solo mar adentro.





viernes, 1 de junio de 2018

El color de la luz en el parque

Así firmaba, así así.
Así firmaba, así así.
Así firmaba, que yo la viiii
Preciosa tarde en la Feria del Libro de Madrid. Mil gracias a todos los que la hicisteis posible.