jueves, 29 de mayo de 2014

Una de ombliguismo y miel en los labios

Ahí va una de autobombo. Ésta especialmente sonrojante, porque se trata de la publicación en la página web de mi agencia literaria de un cuestionario respondido por mí. Un cuestionario tipo conocido popularmente como "test Proust" (de ahí la presunción de que mi nombre aparezca en la misma frase que ese insigne apellido), debido a que el bueno de Marcelo fue uno de los primeros que lo contestó. El propósito de planteármelo, a mí y al resto de autores de la agencia, es el de que los potenciales lectores puedan conocernos un poco más y, por ello, en él respondo a interrogantes muy solemnes y muy cruciales, como qué don de la naturaleza me gustaría poseer, cuál sería mi muerte ideal o (ésta es de agárrense, que llegan curvas) cuál es mi pájaro favorito. Es decir, cuestiones todas ellas que, como mucho, pueden interesarle a mi madre, y únicamente por ser políticamente correcta y que nadie pueda acusarla de desnaturalizada.

Entonces, os preguntaréis en perfecta lógica, ¿para qué demonios haces del dominio público este ejercicio en toda regla de "yo, me, mí, conmigo, éste es mi ombligo" que tanto estás parodiando y que a nadie incumbe?
Pues sí. Sois muy listos. Muy buena pregunta la vuestra (casi tanto como las del propio cuestionario). Pero si pensáis que me habéis cazado en un renuncio, os equivocáis de medio a medio, porque resulta que mi respuesta también es muy buena. Publico el cuestionario porque, junto a él, aparece el inicio de mi novela "El color de la luz". Y, quizás, quién sabe, después de probar esa miel que os habéis notado de pronto en los labios, os entren ganas de comeros el panal entero. Y de no dejaros ni las abejas.

lunes, 26 de mayo de 2014

"El problema psiquiátrico de la democracia" en Mayhem Revista

Al hilo del exabrupto indignado que solté ayer sobre la comparecencia de Cospedal y Arias Cañete para comentar los resultados electorales, escribo hoy algo más reposado (aunque igual de indignado) en Mayhem Revista, porque no todo van a ser fáctulas. Y es que, a veces, la realidad le gana la mano a la ficción.
Entre otras cosas, me pregunto si, en lugar de centrar tanto el diagnóstico en la desafección ciudadana hacia la política, no debería hablarse más de una política desafecta a la ciudadanía. En fin, aquí lo tenéis: "El problema psiquiátrico de la democracia".

domingo, 25 de mayo de 2014

El fiestorro de la democracia

He de admitir que escribo esto desde la rabia. La rabia que nace de estar viendo el programa especial de los resultados de las elecciones europeas, que establezcan conexión en directo con Génova, desde donde realiza su valoración el partido ganador de los comicios y, al término de las declaraciones, del discurso insulso y hueco aprendido de carrerilla, se alcen las manos de los periodistas y Cospedal aclare que no van a responder preguntas. Que la rueda de prensa será mañana. Minutos antes, Arias Cañete afirmaba que han ganado y que eso era lo que se proponían desde el principio. Ganar y ya está. Hecho esto, todo lo demás, todo lo que implica una política comprometida y responsable, la respuesta a los ciudadanos, darles la cara después de que ellos les hayan dado su confianza, resulta trivial y accesorio. Y nos venden que hoy era la fiesta de la democracia. Hace falta cinismo y desfachatez. La fiesta de la democracia... Que venga Dios y lo vea.

domingo, 18 de mayo de 2014

Cuento bávaro de un real pelotazo inmobiliario

Érase una vez un rey llamado Luis. Luis II, para que no haya lugar a confusiones. Como Luis es un nombre bastante universal, de ésos con traducción en todos los idiomas, aclaremos que en alemán el rey se llamaba Ludwig, que queda más exótico. El caso es que a Luis (o Ludwig) le tocó heredar el trono bávaro como a quien le toca un jamón en la tómbola de las ferias de su pueblo. Y como es un axioma tan cierto como triste el de que nadie está nunca contento con lo que tiene, a Luis (o Ludwig), aquel reino que le había tocado en la rifa le sentó como una patada en el hígado, porque lo de gobernar no era para nada lo suyo. A él le iba más escuchar melodías de Wagner sin cesar y a todo trapo, así que decidió construirse un castillo abracadabrante en el filo de un risco de los Alpes, inaccesible, delirante y de nombre impronunciable, para poder poner la música bien alta y que no se produjesen quejas vecinales. No fuese a haber cerca algún Woody Allen de la vida y, al escuchar "El anillo de los nibelungos", le entrasen ganas de invadir Polonia y sus súbditos le obligasen a ir a la guerra, ya que, recordemos, a Luis (o Ludwig) lo de invadir naciones ajenas le daba una perecilla que es que no podía con ella.
Así que puso a trabajar a los habitantes del reino de Baviera en la erección del castillo de marras y de nombre impronunciable. Entre pitos y flautas, tardaron veinte años, total para que aquel Luis (o Ludwig), en cuya tarjeta de visita ponía "monarca a su pesar", apenas viviera tres meses en el proyecto megalómano con el que trasladó a la piedra sus sueños más desquiciados. Desquiciado o no, lo cierto es que tuvo la decencia de no esquilmar las arcas del reino para acometer su fantasía personal de nombre impronunciable (y ahora mismo, al decir esto, no es que esté aprovechando para introducir una pulla contra nadie en particular, porque ¿a quién se le ocurriría hacer eso, verdad? Menudas ideas de bombero. Ja ja ja, ay, snif, por Dios, que me parto).
Se contentó con esquilmar las arcas de sus propios parientes, que es algo mucho más elegante y que te permite apostillar aquello de "todo queda en familia". La única pega es que a la susodicha familia, los Wittelsbach, no les hizo ni pizca de gracia que aquel animoso jovenzuelo se puliese todo su patrimonio en un boom inmobiliario de tan cuestionables características, así que el pobre Luis (o Ludwig) fue declarado esquizofrénico paranoide, alegando que, entre otras excentricidades, ordenaba evacuar el palacio para quedarse a solas en un salón alumbrado por 600 velas, o mandaba organizar banquetes para su caballo; en consecuencia fue inhabilitado para reinar y finalmente apareció ahogado en un lago en circunstancias que huelen a chamusquina y que los agentes de CSI Baviera aún no han logrado esclarecer, tras 128 años de pesquisas, por lo que, según fuentes cercanas a la investigación, a punto están de archivar el caso e irse a por unos donuts y unos perritos de salchicha Bratwurst. Entre tanto, el castillo de nombre impronunciable ahí se ha quedado. Como carne de turisteo para gente que de pequeña se pasó con la ración de Disney. Y todos tan contentos.


domingo, 4 de mayo de 2014