lunes, 8 de agosto de 2016

Soñando en sueco

Ese año tampoco. Es lo que creyó entender, entre interferencias, cuando su dedo tropezó al fin con el dial. Se pegó el transistor cuanto más pudo a la oreja, para estar seguro, y farfulló para sí: se lo han dado a Murakami. Otro sobrevalorado, niño mimado de aquellos dones y doñas de la academia. Bah. Se subió la cremallera del polar, hurtando a la vista la pajarita del esmoquin. Sacó, calmosamente, un ejemplar de su último libro autoeditado de poemas. Aquel año tampoco. Buscó la página exacta. Línea veinte. Tercera estrofa. Ese verso. Tachó, con sañudo boli rojo, la coma. Lo sabía. Si se hubiese atrevido... tenía que haber arriesgado. Haber puesto un punto y coma. En vez de sólo la coma. Entonces... otro gallo habría cantado. Murakami. Ceja escéptica. Puaj. Bueno. Otro año sería. Si total... aquél no le venía bien pasarse a recogerlo. Hurgó en sus bolsillos, avizorando sus dedos unos mendrugos de pan que pudieran apetecerles a los patos del lago (si es que había alguno). Qué más daba. El Nobel podía esperar.