domingo, 28 de julio de 2013

Volver a Nueva York con "The Newsroom"

No es que me considere una adicta de las series. Conozco a demasiadas personas que son infinitamente más devotas que yo en ese ámbito como para creerlo. Pero sí he de decir que, cuando una serie consigue gustarme de verdad, pierdo bastante el norte. En las últimas 24 horas me he metido entre pecho y espalda los diez episodios de la primera temporada de "The newsroom" y los dos de la segunda. Puntualizando que cada uno dura unos 55 minutos, queda bastante claro que, en las últimas 24 horas, aparte de engullir la nueva creación de Aaron Sorkin (padre de "El ala oeste de la Casa Blanca", que no seguí), y, de cuando en cuando, comprobar que mis constantes vitales continuaban estables, no he hecho mucho más.

La crítica la ha puesto de vuelta y media, pero ni caso. Sin duda, esta serie sobre un canal de TV estadounidense peca de patriotera (la premisa de la que parte es la de que, en un debate, una estudiante le pregunta al periodista protagonista, con mucha seriedad, "por qué EEUU es el mejor país del mundo"... Queda bastante gracioso extrapolarlo al caso de España, donde esta pregunta sólo podría entenderse bien en el contexto de "La Parodia Nacional", y el periodista interrogado al respecto no podría hacer otra cosa excepto descojonarse vivo. En cambio, en la serie, el interpelado, después de mucha presión por parte del moderador del debate, que no le deja escaquearse, replica medio histérico que EEUU no es el mejor país del mundo y, bastante airado, se aplica a desmontar eso que para los gringos es el mayor de todos los axiomas: la perfección de su nación. Y entonces todos los presentes empiezan a decir que es un hereje o que está desquiciado y se ponen a grabarlo con los móviles y a subir el vídeo a youtube).

Otra de las críticas que le hacen a la serie es que contiene momentos bastante glaseados, del tipo "Oh, capitán, mi capitán", pero, oye, seamos serios... ¿A quién no le gustan esos momentos? Son absolutamente necesarios en los productos audiovisuales. Sirven para reconciliarnos con el ser humano delante de un bol de palomitas.
Además, los diálogos son muy buenos, la trama no decae en ningún momento y los personajes y sus líos enganchan. Enganchan mucho. Y me caen bien todos, algo que es verdaderamente difícil de conseguir, y eso que lo único que hacen es correr, ponerse de los nervios y ser más listos que nadie.

Pero lo mejor de todo (y sé que esta afirmación raya con el espíritu grupi, pero me da igual) es que el edificio que sale en los planos exteriores está al lado de mi oficina de Nueva York y pasé mil veces por delante del garito donde los protagonistas se reúnen para tomar una copa después del trabajo (aunque nunca entré, el mundo no es perfecto, igual que EEUU). Cada vez que sale en la pantalla esa parada de metro de Bryant Park y esa esquina de la 43 con la Sexta, me doy un alegrón. Y no, no es que me crea una de las periodistas de "The Newsroom", que son una mezcla entre agentes de la CIA y Robin Hood, pero al menos ¡trabajé en el mismo espacio que ellos! ¡Pisé el pavimento que ellos pisan! ¡¡Sí!! ¡¡Lo sé!! ¡¡Es rematadamente friki lo que acabo de decir!!

En fin, que, a los que os guste el periodismo, no dejéis de verla. Y a los que os dé igual la temática, os la recomiendo también. Eso sí, ya aviso: si no quedáis satisfechos, yo no soy como El Corte Inglés. Yo no devuelvo el dinero, pero vamos, que el capítulo de mañana es que no me lo pienso perder.

¿Os he dicho ya que soy fan? ¿Sí? ¿Tanto se me ha notado?

viernes, 26 de julio de 2013

Periodismo in extremis

A riesgo de parecer mi profesora de Epistemología de la Comunicación, o como diablos se llamara esa asignatura de Tercero de carrera que nadie llegó a entender nunca muy bien, he de decir que, en circunstancias como la del accidente en Santiago, te das cuenta de que a las personas nos interesa lo que pasa, desde luego, pero también, y casi más en proporción, nos interesa cómo nos cuentan lo que pasa. Es normal que en Twitter los propios periodistas comentemos qué colegas lo han hecho bien, quiénes mal... pero es que la gente de a pie también alaba y denuesta, también recrimina y aplaude. Un ser humano, una sociedad, y por supuesto los medios de comunicación, nos retratamos en las emergencias. Y el público no lo pasa por alto. En eso, he de dar la enhorabuena a mis compañeros de la SER, porque en lo tocante a buena y completísima cobertura os estáis llevando la palma. Bravo por vosotros. En el otro extremo, no puedo evitar hacer alusión a alguna cagada como una que me toca de cerca. Sé que la portada de un periódico regional, que ni siquiera es de la región afectada, no pone ni quita mucho, pero quien haya acudido a informarse al Diario Vasco en el día del accidente se habrá encontrado con una foto a media página de Jamie Cullum en el Jazzaldia, debajo un gran titular referente a una incineradora de residuos y, en pequeño, encima del anuncio de un cuchillo de 4 euros y una hoja de 17 centímetros junto a tres filetes de carne cruda (sí, sí, como lo leéis... ¡¡¡¡tres filetes de carne cruda!!!!), el titular del accidente... Un topo tiene más vista. Recordemos además que la tragedia se produjo a las ocho de la tarde... tiempo más que suficiente para que alguien hubiera tomado decisiones sobre la pertinencia de la portada y el criterio de la relevancia... un poquito de agilidad en la reacción, por favor.

Pero me preocupa más el juicio paralelo y sumarísimo que ya se está celebrando en algunos medios sobre la culpabilidad del conductor del tren, basándose en la captura de su perfil de facebook. En primer lugar, es una actitud de paparazzis: husmear en la mierda de los demás, a ver qué podemos rapiñar. Y en segundo, sé lo atractivo que es calzarse la toga y el mazo sin haberse calzado previamente los años de estudio de una oposición... pero, por favor, dejemos que cada quien haga su trabajo. Si algún día la Justicia determina que este señor era un fitipaldi, pues muy bien, ya nos escandalizaremos entonces y rechinaremos dientes. Pero, hoy por hoy, este hombre ya tiene bastante con su propia conciencia.

Segunda fáctula en Mayhem: Aleph a consulta

http://www.mayhemrevista.com/2013/07/24/aleph-a-consulta/

martes, 23 de julio de 2013

Multiculturalismo

Hasta donde yo sé, los gentilicios en euskera se forman agregando el sufijo -tarra. Una vez aclarado este punto, elevo una petición para que el organismo internacional que lo tenga a bien le dé un premio a esta gente. Esto son programas de asimilación cultural y no los de la ONU. Para que luego digan que los chinos tienden al gueto hermético... Si es que el que no se adapta es porque no quiere. Desde hoy, me declaro fan incondicional de los chinatarras. Estoy convencida de que han sufrido una digievolución que ha hecho de ellos una especie más avanzada.




jueves, 11 de julio de 2013

Siempre Fosca

Hay indicios palpables de que el mundo tiene importantes fallos de diseño. En general, el engranaje funciona, pero hay taras de fabricación que demuestran que no está todo lo bien concebido que cabría esperar. Uno de esos fallos es que los perros no puedan vivir más allá de los quince, dieciséis años... Ahí tienes a las tortugas de tierra: nadie les coge aprecio, pero se hacen octogenarias, y, en cambio, por tiranías impepinables de la biología, "el mejor amigo del hombre" no puede acompañar a ese hombre ni durante dos décadas de su vida... Un sinsentido. Pero bueno, supongo que de eso va este chiste que tiene maldita la gracia y que, para mi gusto, nos cuentan demasiadas veces: alguien entra en tu vida, le quieres, y luego le pierdes. Y ya está. Te aguantas.  

Yo tengo la suerte de haber tenido a Fosca quince años y medio... ¡ahí es nada! Dos tercios de mi vida con ella. Fue un regalo de primera comunión. Y qué raro resulta pensar en ella en esos términos, como si fuera equiparable a un misal, a una medallita o a cualquiera de esos obsequios inservibles y horteras que nadie usa. Porque, a fin de cuentas, era un miembro más de la familia. Sé que Teresa Quintín no se enfadará si digo que no éramos ella y yo: éramos tres. Ya sé que a estas alturas los que no hayáis tenido perro estaréis enarcando la ceja escéptica de rigor, pensando que ya está la chalada de turno gimoteando por un chucho y comparándolo con una persona. 

Pero bueno, al final, la conclusión que sacas tras quince años de convivencia con un cánido es que lo de la especie sólo es un accidente. Desde luego, no es un impedimento para que alguien te caiga rematadamente bien. Porque ya no es que Fosca fuera alguien de la familia (dado que el que alguien sea tu pariente no le exime de caerte mal). Es que, pequeña, me caías muy bien. 

En primer lugar, porque eras asustadiza y desconfiada. Jamás fuiste de esos perros gratuitamente pródigos, que le dan un lametón al primero que se les cruza. Quizás esa actitud indiscriminada resulte adorable, pero es bastante estúpida y te puede acarrear más de un disgusto. Tú, en cambio, eras huraña, y pensabas que todo el mundo estaba bajo sospecha hasta que te demostraran lo contrario. Bien hecho. Eso sí, cuando alguien lograba vencer esos recelos, cierto es que te pasabas a las antípodas y te convertías, perdona que te lo diga, en un moco. Papá lo sabe bien. Sin duda, a él le venerabas. Pero no creas que estoy celosa. Porque sé que lo que tuvimos tú y yo fue especial. Porque fui la primera que te ganó para la causa. 

Cuando llegaste a casa, cargada de reticencias, arisca con el género humano en general, decidiste castigarnos a todos con tu desprecio, y convertiste la terraza en tu bastión. Allí te atrincheraste, en el hueco que quedaba entre la reja y el armario, y que no te sacara ni dios. No querías saber nada de nosotros y nuestras excentricidades. Cuando te llamábamos, no atendías. Como quien oye llover. Y esos primeros días, hubo que sacarte a la calle en brazos, aunque, por aquel entonces ya pesaras tus buenos doce kilos. Y yo, que casi todo en esta vida lo acabo solucionando con literatura porque soy un animal de costumbres escaso de recursos y no se me ocurre otra cosa, decidí congraciarme contigo leyéndote. Salía a la terraza con un libro, me sentaba a tu lado y te leía en voz alta, mientras te acariciaba el lomo. Me acuerdo perfectamente de cuál era. Pertenecía a la colección naranja del Barco de Vapor. Se titulaba "Mi hermana la pantera". Me pareció lo más apropiado. No en vano, se suponía que ibas a ser mi hermana, y eras negra como una pantera. Aunque, con tu tupida lana, que doblaba las púas de las maquinillas de afeitar, y con tu docilidad, más parecías una oveja. Una oveja negra (lo siento, la coña siempre estuvo a huevo). La cosa es que, al principio, cuando empecé a perorar como un papagayo en aquel idioma ininteligible, me miraste como si estuviera desequilibrada. Pero reconoce que te pudo la curiosidad. Reconoce que te gustó y que empecé a parecerte interesante. ¡Admite que te encariñaste conmigo! Porque, un buen día, por hacer la prueba, me levanté y te llamé. "¡Fosca!". 
Y ¡sí! te levantaste, y viniste conmigo. A partir de ahí, pasaste a ser una más del clan. Y tu estancia en él ha dado de sí. La de tardes que hemos estudiado juntas. Toda la ESO y el Bachiller los pasaste echada a mis pies, y la verdad es que no nos fue tan mal, ¿eh? Y qué tranquilizador era sentir el peso familiar de tu cabeza cuando la apoyabas sobre mis rodillas, cuando viajábamos en coche. 

También discutíamos. Claro. ¿Cómo no? Se discute en todas las relaciones que merecen la pena. Porque eras una maniática. Y porque por la calle intentabas descoyuntarme los hombros dando tirones con la correa, y acababa peleando contigo a brazo partido. Y porque me hacías rabiar en el parque, quedándote rezagada cuando yo llevaba prisa, y te decía como a los niños: "Bueno, Fosca, yo me voy, tú haz lo que te dé la gana". Y me escondía detrás de un árbol mientras tú seguías olisqueando parsimoniosamente alguna mierda, sólo por molestar. Con esta añagaza pretendía que, de pronto, al levantar la cabeza y no verme, te asustaras, pensando que había hablado en serio y que te había dejado abandonada, perdida a tu suerte. Siempre tuve la esperanza de que con este método cruel y poco pedagógico escarmentaras. Nada. No escarmentaste.

Pero la pelotera más grande que tuvimos fue cuando me marché a Pamplona. Pensé que el reencuentro (sólo dos semanas después de la "despedida") sería una efusión de alegría descastada por tu parte. Si ya lo era cuando subía a casa con el pan tras una ausencia de diez minutos, ¿cómo no iba a serlo en esas circunstancias? Pues mira tú por dónde: me diste una lección. De que los perros no sois tan previsibles como decía Pavlov. De que no respondéis a estímulos con la simplicidad mecánica que se os presupone. Cuál no fue mi sorpresa cuando, en vez del complaciente y halagador recibimiento, me encontré con que estabas ofendida conmigo. Porque te hubiera dejado. Y te cuidaste muy mucho de dejar constancia de ello y de hacérmelo saber. Me diste la espalda. Yo no daba crédito. Y tuve que hacer méritos para que volvieras a tenerme en estima. Pero también es verdad que no eras rencorosa en absoluto, así que enseguida hicimos las paces.

Lo que no guardaba ninguna sorpresa era el ritual de la piña. Es lo que tienen los rituales: siempre se repiten, y por eso son tan reconfortantes. Puedes confiar en que podrás vivirlos una y otra vez y que serán iguales. Y a las dos nos encantaba el ritual de la piña. Íbamos al rompeolas de Jaca, probablemente uno de mis sitios favoritos del mundo (y estoy convencida de que tú también sentías predilección por él), e ibas a por una de las piñas que alfombran la hierba, y me la traías y yo te la lanzaba. Diligentemente corrías a por ella, entusiasta, como si te fuera la vida en ello, pero nunca acertabas con la piña. La oías caer, a unos centímetros de ti, pero jamás la veías. Te quedabas un momento inmóvil, con el cuerpo en tensión, los sentidos aguzados y, acto seguido, buscabas otra piña próxima y me la traías ufana, como si se tratara de la que yo te había tirado (sí, querida, lamento decirte que nunca lograste dármela con queso... ¿que por qué no te decía que sabía que estabas intentando engañarme? Sentido del tacto y delicadeza. No quería quitarte la ilusión). La verdad es que no eras uno de esos perros de los que se dice que son listos como rayos... Pues no, para qué nos vamos a engañar. Eras tontorrona. No voy a escribir un ditirambo falso sólo porque te hayas muerto. Las cosas como son. Como eran. 
Pero, a falta de astucia, qué cariñosa fuiste... Como cuando venías a despertarme a la cama los fines de semana, dándole empentones a la almohada y, a mí, un paroxismo de besos. Y, si alguna vez me viste llorar, también. Qué sensibilidad tenías para consolar, pequeña. Qué lástima que hoy no puedas lamerme las lágrimas. Al final, los perros sabéis dar más cariño que la mayoría de las personas. Y lo lográis de una manera inaudita: sin decir una palabra. Sí que tiene mérito eso, ¿eh?

Si algo lamento es no haber estado allí para despedirme de ti. Aunque tal vez es mejor así. Quizás no habría sabido guardar la compostura cuando se te llevaron a ponerte la inyección. Y la prioridad era que no sufrieras. Ni un minuto de sufrimiento. Un ser inocente como tú no se lo merece. 

En fin, ovejita, poco más me queda por decirte. Quince años de la vida que compartimos no son fáciles de resumir. Que tengas buen viaje, mi Fosca, (sé que te has ido al mar, por esos ríos de los que tanto te gustaba sacar piedras. A dónde va a ir si no un perro de aguas). Yo, si te parece bien, te leeré alguna vez un fragmento de "Mi hermana la pantera". Aunque nunca me lo dijiste, tengo la ligera sospecha de que, en el fondo, siempre te encantó.

miércoles, 10 de julio de 2013

Mayhem y fáctulas

Estoy muy ilusionada porque hoy empiezo a colaborar con Mayhem, una exquisita revista digital con contenidos interesantérrimos, que van desde los reportajes en profundidad y con calado hasta entrevistas de ésas que se cocinan a fuego lento,pasando por un caleidoscopio de cine, música, deporte, televisión, humor o política, abordados desde enfoques realmente originales, exprimiendo hasta las últimas consecuencias la riqueza y potencialidad de los diversos formatos, y todo presidido por la actualidad, sin sacrificar la perspectiva, y, sobre todo, por una calidad informativa que sólo pueden destilar enamorados del periodismo que no se conforman con lo que hay, ni se resignan a no ser leídos o escuchados.

Así que muchísimas gracias a los chicos de Mayhem por invitarme a participar en esta aventura, a la que me uno con una nueva sección: "Fáctulas". ¿Qué es fáctulas?

Pues dicen que la realidad supera a la ficción. Pero hay quien duda de esto y asegura que es al revés. En Mayhem no vamos a polemizar sobre esta dicotomía. Resultaría un debate estéril. Porque lo único cierto es que las historias van a caballo. Una de las piernas les cuelga por el anca de los hechos; la otra, por la de la imaginación. Hace falta un equilibrio entre ambos lados para que no se caigan. Y de la suma de los dos, del facto y de la fábula, nace la fáctula. Un buen arnés. ¿Cabalgamos?

Cabalgaremos un miércoles sí, un miércoles no. En este miércoles, sí nos montamos en el caballo, con una fáctula titulada "Gobernanta", sobre el enchironamiento de Luis Bárcenas. Aquí dejo el enlace.
Y recordad: Mayhem. Porque fracasar nunca antes había salido tan barato.

http://www.mayhemrevista.com/category/factulas/

Las no-noticias

Todo personaje necesita un antagonista. Caperucita no sería nada sin lobo. ¿"Ande" correría el Correcaminos por esos caminos de Dios sin un coyote detrás? Y las noticias, por supuesto, tienen enfrente a las no-noticias. En la facultad nos intentan enseñar muchas teorías sobre los criterios que delimitan qué es una noticia y qué no lo es. Ay, sí... aquel aforismo pintoresco, que todos apuntábamos afanosamente en nuestras libretas de primero, de que "no es noticia que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro". Se han formulado un porrón, pero, al final, lo que define intrínsecamente a una noticia es que hay otras muchas cosas que no lo son. Y ya está. De las no-noticias nunca se habla (precisamente por el perogrullo de que no son noticia). Pero existen. Y son maravillosas. Os voy a explicar en qué consisten. No me lo habéis pedido. Lo sé. Pero me da igual.
Los profanos, seguramente, jamás habréis perdido el tiempo en pensar en ellas. En cuanto a los periodistas, aunque todavía no sepáis a qué me refiero, posiblemente exclamaréis dentro de unos minutos, con una sonrisa soñadora y tierna de enamorado: "Ah, conque era E-SO...".

Para ser más ilustrativa, comenzaré mi ejercicio de análisis ontológico comparando las no-noticias con el oasis para el sediento, con la moneda que hace "din" en el platillo vacío del músico callejero, con el boleto premiado, con el tiempo muerto cuando vas perdiendo tres a cero, con un resumen del Rincón del Vago que te da buenas vibraciones porque, al menos en el primer párrafo, las tildes están bien puestas y las haches en su sitio, con un guiño de ojos mediante el cual el universo cómplice te dice: "Querida, en los últimos minutos no ha pasado nada que tengas que contar. He seguido girando, pero no hace falta que lo menciones. Aparte de eso... ¡nada! Así que te doy licencia para que continúes a la bartola". Las no-noticias son un password para seguir vegetando. Por eso se las quiere tanto. Porque el que sostenga que prefiere la tensión de la noticia chutada en vena las 24 horas... ¡miente descaradamente! Y no estaría de más que le cayera encima una maldición gitana.

A mí las no-noticias me llegan puntualmente, todos los días, con el boletín de partes de la Policía Municipal. Y con qué regocijo se leen esos abortos de noticias que, potencialmente, podían haberme hecho trabajar y que, al final, se quedaron en nada. Una dosis de reconstituyente agua de borrajas. Ni siquiera son los negativos de las noticias. Directamente son el carrete de fotos que alguien puso al sol y que se veló por completo. Mejor: todos salíamos con los ojos cerrados.

Por eso, por los bienes inmensos de alivio y esperanza que reportan, yo voy a rendir mi particular homenaje a las no-noticias que me remiten, confiriéndoles una entidad que sistemáticamente se les niega, llevándolas a primera plana con un no-noticiario.

Aviso a navegantes: para que esto quede gracioso tenéis que imaginaros el telediario de la 1, con su sintonía solemne y galvanizadora, y presentado por Ana Blanco (actitud totémica, cara de circunstancias, flequillo imperturbable). ¿Listos? ¿Ya oís la música? ¿Ya veis a Ana? (Claro que la veis. Lleváis viéndola desde que nacisteis, la conocisteis antes que a vuestra madre; ella probablemente ya presentaba el telediario cuando en él se referían a Franco con el apelativo de Caudillo... oh, wait... si eso fue el lunes).
En fin, esa música que produce cosquilleo, Ana y su flemático flequillo... ¡Estamos en el aire! ¡Entran titulares!

-Sobre la 01:05 horas de la madrugada del sábado un vecino de la calle San Cristóbal se queja del ruido procedente de un establecimiento hostelero. Personada la patrulla, comprueba que en el interior hay un grupo de personas, una tocando la guitarra y el resto cantando rancheras. Se les informa de las molestias causadas.


-Sobre las 15:10 horas comunican telefónicamente que hay una persona tirada en el suelo en la calle Matsaria. La patrulla que acude comprueba que no precisa asistencia sanitaria. Abandona el lugar.


-Sobre las 01:40 horas un vecino de la calle Txonta se queja del ruido procedente de un local de jóvenes. Cuando la patrulla llega, no había nadie.


-Sobre las 19:00 horas, en la calle Bista Eder, se identifica a 4 personas que están haciendo unas encuestas para la asociación “Aldeas Infantiles”. Se comprueba que están autorizados por la asociación y que no es un timo.


-Sobre las 01:20 horas varios vecinos de la calle Tiburzio Anitua se quejan del alboroto y las molestias que está causando una señora. La patrulla consigue calmar a la señora.


-Sobre las 11:45 horas de ayer una persona solicita nuestra ayuda ya que tiene la olla en el fuego y se ha dejado las llaves dentro de casa. La patrulla consigue abrir la puerta.


-Sobre las 01:00 del domingo un vecino de Ardanza se queja del ruido producido por un grupo de jóvenes allí reunidos. Estaba un grupo de chicas hablando y, tras ser informadas de las molestias ocasionadas, abandonan el lugar


-Sobre las 03:30 horas, suena la alarma de un vehículo estacionado en la calle Isasi. Realizada una inspección ocular, no se observa nada fuera de lo normal. Se localiza al titular del turismo, quien desconecta la alarma.


-Sobre las 05:00 horas suena la alarma del Polideportivo de Orbea. La patrulla comprueba que se trata de la trabajadora encargada de la limpieza.



Así son las no-cosas y así se las hemos no-contado. Seguiremos no-informando.

miércoles, 3 de julio de 2013

Un ¿secreto? a voces

De verdad que no acabo de entender el trasfondo del caso Snowden. Tanta alharaca. Pero, en serio, ¿este señor ha revelado algo que no supiera ya todo el mundo? ¿Que todos nuestros datos, "secretos" nacionales inclusive, están disponibles para quien quiera husmearlos? Pues vaya novedad. No comprendo que se estén echando las manos a la cabeza y rasgándose las vestiduras por algo tan obvio. Merkel dice, según recoge hoy El País, que "no cabe ninguna duda de que, también a través de la información recabada por los servicios de inteligencia sobre actividades en Internet, la lucha contra el terrorismo es una tarea obligatoria y muy necesaria pero tampoco cabe duda de que debe respetarse el principio de proporcionalidad".

Pero vamos a ver. A ver si nos entendemos. O sea, que espiar está bien, siempre y cuando se haga con mesura. Con sentido del decoro y tal. Al margen de la mayor o menos hipocresía que pueda entrañar esta afirmación, ¿acaso Merkel quiere hacernos creer que una mandataria de su nivel no sabe que EEUU es un país desproporcionado? Nadie es tan ingenuo como para pensar lo contrario. No pueden evitarlo. Lo llevan en el ADN. Son desproporcionados en el tamaño de sus coches, en sus galas de premios, en la temperatura a la que ponen el aire acondicionado (porque no firmarán el protocolo de Kioto, pero con que orientaran todos sus aires acondicionados simultáneamente hacia los casquetes polares lograrían que no se derritieran), con la dosis de azúcar que le echan a los refrescos (por mucho que a Bloomberg le repatee el hígado)... Entonces, ¿cómo demonios no van a ser desproporcionados con el acopio de información? EEUU sabe muy bien que la divisa más fuerte siempre ha sido, es y será la información. No el yen, ni el euro, ni el dólar, ni el impertérrito franco suizo. La información, que es la única que nunca se devalúa. Por eso, ¿cómo no van a atesorarla desproporcionadamente? A fin de cuentas, desde que el mundo es mundo, nadie ha llegado a la cúspide sin un poco de codicia. Y quien no sepa esto, sí que vivía en la copa de un guindo.

BTW, un cariñoso saludo para mis amigos gringos del servicio de espionaje. Por si me están leyendo. Yours sincerely.

De noche, todos los gatos son pardos

A las cinco y media de la mañana, por la calle sólo estoy yo y cuatro gatos más... bueno, un gato más... bueno, en realidad eran dos más, pero el blanquito huyó para refugiarse en los bajos de un coche en cuanto aparecí. Minino listo. No hay que fiarse de la gente que circula por las calles a esas horas. Lo saben bien las escaleras mecánicas urbanas, que entonces ni siquiera funcionan. Los maleantes, cierrabares y gente de mal vivir no merecen las comodidades municipales. Y yo tampoco las merezco, porque mis intenciones son las peores de todas. A esas horas, me dispongo a levantar el país. Pero a levantarlo literalmente: de la cama. Gatos y lirones del mundo, protegeos de esa gentuza.


lunes, 1 de julio de 2013

Encargos de verano

Empieza un mes que será duro y largo. Cuando llega la época estival, a la mayoría de la gente le dejan una planta. A mí me han dejado una radio. Una insensatez en ambos casos. Si me hubieran encomendado un vegetal, habría terminado por matarlo. En el caso de la radio... el espectro de posibilidades se amplía. Una de dos: o consumo mi malévolo plan de dominar el mundo a través de una masiva sugestión subliminal, o me lo cargo todo. Si ocurre esto último, prometo que Radio Eibar será como los músicos del Titanic: sonará hasta el final. Y yo me ahogaré con ella, pero no sin antes decirme (a mí misma, grumete y capitana a un tiempo): "Caballeros, fue un placer tocar con ustedes esta noche". Hundirse, sí, pero siempre con una frase lapidaria en la boca.
Pues eso, queridos radioyentes, que, si en algún momento de este mes de julio oyen cacofonías en sus transistores, no tienen por qué alarmarse. Sólo soy yo.
Diculpen las molestias.