Érase una vez una joven llamada Cenicienta, reportera dicharachera de
profesión, que acudió en Nueva York a la presentación de una colección
de calzado diseñado por un mago que había obrado el perverso milagro de que unas sandalias con doble lazada costaran más de 2.000 pavos. Sorpresivamente,
apareció en medio del baile una bruja (pero era mona la jodida) llamada Jessica Alba, la
cual calzaba un par de estos zapatos. Cenicienta, por el contrario, iba
enfundada en unas botas de agua estampadas con el cartel de Las Vegas.
La consoló bastante un príncipe de dos metros con pinta de noruego
buenorro que ofrecía bombones a la concurrencia. Cenicienta estuvo a
punto de espetarle "pa' bombón tú", pero se contuvo a tiempo, al darse
cuenta de que, en un sitio tan fisno, el modo albañil a pie de obra estaba
completamente fuera de lugar. Al fnal, gracias al conjuro de un hada
madrina, acabaron alabando el reloj que Cenicienta exhibía en torno a su
muñeca, adquirido en un puesto hippie callejero. Marcar tendencia por 5
euros sí que no tenía precio (o al menos era muy asequible). Y fueron felices y comieron perdices (y unos cuantos bombones más, cortesía del noruego buenorro).
PD: durante el rodaje de este cuento nadie se convirtió en calabaza.