jueves, 27 de agosto de 2015

Los jóvenes de siempre

Dos chavales sentados en un banco, vislumbrados apenas de refilón al pasar. A ojo de buen cubero tendrán diez años menos que yo, pienso con sobresalto. Tal vez no tantos. Tal vez ocho. Ella y él. Discutiendo a gritos sobre la imposibilidad o no de "cambiar una realidad". ¿Cuál? La que sea. Da igual. Lo que importaba era el tono. Lo he reconocido de inmediato. Era el que empleábamos yo y algún otro que pasó la adolescencia y sus secuelas discutiendo a gritos conmigo sobre lo mismo que estos dos. Una estrategia, en el fondo, para ligar (malísima, por cierto; de hecho, a punto he estado de acercarme adonde estaban ellos para advertirles "si lo que queréis es enrollaros, que sepáis que vais fatal", pero al menos, en el intento, aprendías a pensar y a sostener tus posturas como Dios manda aunque sólo fuera por llevarle la contraria al otro y ponerle más picante al asunto).
Ahora yo ya no grito tanto. Puede que aún de tarde en tarde. Pero puede que ya no tan alto. Puede que no ya con la misma pasión. Está claro que los de detrás vienen empujando. Me han hecho sentir reconfortada.
Pero también muy vieja.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Microabsurdez I

"Ese día en la vida de todo gato en el que, al quitarse el sombrero, ve salir de su testa la biografía del tigre que pudo ser y no fue porque se quedó en ayunas".
Fin de la cita.

sábado, 22 de agosto de 2015

Contradecir a Miss Liberty tiene su precio

Me resulta de todo punto incomprensible que míster Trump esté tan empecinado en hacer del odio cerril al inmigrante su estrategia para acabar gobernando un país que precisamente se hizo de inmigración. Nadar a contracorriente de la propia idiosincrasia es un acto suicida bastante imbécil, que niega quién eres al repudiar tu propia historia. Un salmonete de Queens como él debería saber que Miss Liberty está a punto de dejar su antorcha un momentín para pegarle con la mano abierta.

viernes, 7 de agosto de 2015

La suerte

Salgo del supermercado. Tras la compra de la semana, al fondo de mi cartera queda un billete arrugado y mohíno, muy poca cosa él, de 5 euros. Cinco machacantes que no me llegan para sufragar un billete de autobús que tengo que comprar mañana muy temprano, por lo que no podré entregarme a las transacciones financieras. Cuando dormir es la prioridad no hay tiempo para andar trasteando con cajeros, ergo tengo que ir hasta allí ahora, acarreando una pesada bolsa, y es tarde, y quiero llegar al fin a mi casa para terminar la semana, y mi querida sucursal está a diez minutos de camino, pienso con un fastidiado resoplido interno. Y según lo voy rumiando, me percato de que el universo tenía un rato libre y se ha dedicado a conspirar para que el cajero venga a mí: en mitad de la acera reposa un hermoso billete de 10 euros sumido en el más absoluto de los desamparos, esperando que lo adopten como agua de mayo. Claro que sí, bonito, ¡ven con mamá!
Y éste es uno de los momentos en los que piensas que no es que tengas una flor en el culo, sino que allí te crece el jardín entero.