sábado, 1 de junio de 2013

Cuento del hielo

Me desafiaron a que contara la historia de amor más triste del mundo. Pensaron que me abrumarían con esta petición, porque hay muchas donde elegir. Pero qué va. Yo me la sé. Sin duda alguna, la historia de amor más triste del mundo es la de aquella estalactita que no tenía estalagmita. Todas las mañanas, la estalactita, colgada en su alero, miraba para abajo esperanzada, anhelando ver la estalagmita que le correspondería, despuntando hacia ella, en ansias de completarla. Pero nada. Su estalagmita no crecía, por mucho que se inclinara y la llamara, para que se asomara de una buena vez. La estalactita sabía que de su unión podría nacer uno de los espectáculos más bellos de la naturaleza. Y que las estalactitas pueden permitirse el lujo de estar precipitándose al vacío continuamente, en la certeza de que siempre habrá una estalagmita debajo para recogerlas. Y que las estalagmitas pueden aspirar siempre a llegar más alto, con la seguridad de que arriba les aguarda una estalactita para auparlas y hacer que sean más de lo que son. Esto es hermoso, sin duda. Si se hace bien. Pero la estalactita también sabía que, sin estalagmita, ella no era más que un trozo de hielo con la forma de una lágrima que nunca acaba de enjugarse y que siempre está a punto de caer.



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