domingo, 9 de junio de 2013

Déficit de pasiones

Acabo de leer el desolado artículo de un profesor universitario que ha sido testigo de cómo uno de sus alumnos más brillantes (asegura que el mejor que ha tenido en quince años de docencia) se ha visto obligado a abandonar su asignatura por no poder hacer frente al pago de las tasas de matriculación. Ese alumno, dado que ha llamado la atención del profesor entre todos los demás estudiantes, será sin duda una de esas personas "apasionadas". Me explico. 

Todo el mundo tiene aficiones, cosas que le gustan, con las que se entretiene. Y luego, aquí y allá, están esas personas que tienen pasiones. Las conocemos, sabemos quiénes son. Se las identifica de inmediato, porque ellas se identifican con su pasión. Forman un todo indisoluble. Consagran su vida a ellas. Seguro que sabéis a lo que me refiero. Con esta descripción seguro que se os ha venido a la cabeza el nombre de alguno de vuestros conocidos, que, me atrevo a afirmar, con casi toda seguridad será además una de vuestras personas favoritas. La gente apasionada engancha. No porque sean ni mejores ni peores que los demás, sino por el simple hecho de que su pasión les confiere un relieve que les rescata de la masa. Parece que su pasión les legitima: se ve más claramente a qué han venido a este mundo. 

Y cuando esta pasión encima es noble... Bueno, en ese caso, estas personas merecen que el resto de la humanidad se arrodille ante ellas. Aunque como probablemente eso no les sirva de nada, lo mínimo que podemos hacer es remar a su favor, o al menos, no incordiarles, que ya es mucho pedir a un homo sapiens sapiens en ocasiones jodidamente puñetero. Es inteligente y justo que lo hagamos así. Inteligente porque las personas con pasiones nobles seguramente dejarán el mundo mejor de lo que se lo encontraron. Cuando se confía en esta gente, rara vez te ves defraudado. Son una buena inversión. Y es justo porque, si estas personas tienen el valor de creer en algo, de justicia es que los demás tengamos la decencia de creer en ellos. Cuando una persona pierde su pasión, el mundo pierde algo que lo hacía valioso. 

Y la crisis se lo está poniendo difícil a las pasiones. Algunas se las arreglarán para sobrevivir a la zancadilla, porque las pasiones es lo que tienen: son tercas como mulas y se las ingenian para cumplirse. Pero una cosa es eso y otra muy distinta que sean invulnerables. Aunque en un porcentaje amplio sean capaces de subsistir con el balón de oxígeno de la ilusión y tengan la resistencia a la sed de un camello, también necesitan un poco de manduca. A las que se les apriete demasiado el torniquete, se quedarán por el camino. 

Por eso, un día no muy lejano, podríamos encontrarnos con que, a base de austeridad, hemos logrado reducir el déficit económico, sin darnos cuenta de que lo hemos hecho a costa de crear uno no menos gravoso: un déficit de pasiones. Ese día no seremos una sociedad pobre, sino empobrecida, que es mucho peor. Esa deuda será demasiado alta. Algunos (los hombres que se hayan quedado sin sus pasiones) no terminarán de pagarla nunca. Se morirán sin saldar las cuentas consigo mismos. Y de esa quiebra no habrá troika que nos rescate.

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