Al escuchar esta historia, te preguntas dónde está el secreto. No. De que hayan permanecido juntos tres cuartos de siglo, no, porque la inercia, el ser comodón o el miedo a quedarse solo son razones poderosas, sino de que hayan estado 75 años casados y, al cabo y a la postre, al buen hombre le hayan quedado ganas de dedicarle a la sweet Lorraine una canción, en vez de pensar para su coleto "tú vas a descansar por fin en paz y yo, más, que ya tardabas en morirte, jodía".
Y entonces, viendo el vídeo, he creído descubrir la clave del misterio, en una revelación de un segundo. Concretamente, en el segundo 1'54, en el que aparece la foto de dos viejos encantados de hacer el melón el uno al lado del otro, con gorritos de papel y collares de bolsa de cotillón. Dos viejos que, a tenor de la fotografía, se debieron de tomar muy en serio eso de que en la vida hay que reírse. Mucho. Mucho. Mucho.
Y considerarla como una fiesta que hay que celebrar todos los días. Y si logramos que alguien acepte la invitación y se quede con nosotros a soplar las velas, los matasuegras, a romper la piñata y a ponerse de comer tarta hasta las cejas, pues oye, miel sobre hojuelas. Entonces, la fiesta habrá sido un exitazo.
Al verlos, he creído descubrir que para pasar 75 años con alguien (aparte de tener buena salud), that is the key. La clave. El punto G. Ésa es mi teoría.
La razón me la dará o me la quitará el de siempre. Ése al que nadie tose y al que Fred y Lorraine han conocido tan bien: el tiempo.
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