La piar salvapatrias resulta intimidante. Hace todo mucho mejor que tú.
Controla horarios, kits de prensa con comunicados en todos los soportes,
la agenda de sus representados y el servicio de cátering con chasquear
los dedos de una mano (tallados con una manicura perfecta, por supuesto),
y sin dejar de correr sobre unos tacones más largos que la ruta 66. No
sonríen más de lo necesario, para ser eficientes en la gestión de su
energía, pero siempre tienen una solución medianamente satisfactoria en
la boca. A estas piar sientes deseos de preguntarles: "Oye, guapa, pero tú
¿cómo has terminado aquí, si podrías dominar el mundo?". Sin embargo, también a ellas se las puede coger en un momento de debilidad. Por
ejemplo, llegando diez minutos antes de la hora a la que te habían
citado. Mi impuntualidad retroactiva me permitió descubrir a uno de estos especímenes en uno de esos momentos: ya perfectamente maquillada, embutida en
un ceñidísimo vestido rojo y encaramada a sus tacones. Todo
irreprochable, a excepción del peinado. Su cabeza estaba sembrada de
moñitos cogidos con gomas de colores que la hacían parecer recién salida
de una convención de cómic manga. "Esta tía es una moderna", me dije
para mis adentros. Craso error. De pronto, se soltó las gomitas una a
una y los moñitos se vieron sustituidos por unos tirabuzones
niquelados. Me quedé patidifusa y me entraron ganas de entrecerrar los
ojos, entreabrir la boca y menear la cabeza reconociendo: "Qué pérfida
astucia la tuya... Conque ése era tu secreto... Menudo as te estabas
guardando en la manga, pájara". Habría sido bonito vivir con ella esa
pausa dramática, pero me resultó imposible porque, a la que me di
cuenta, ya me sacaba varios centenares de metros de ventaja sobre sus
tacones motorizados, y tuve que correr tras ella. La filosofía con éstas
es clara: no las querrás, puede que hasta las envidies, pero respétalas
(lo que no será difícil), porque ten por seguro que acabarán haciéndote
falta. "A piar saved my life tonight", que les cantaría Elton
John.
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