viernes, 2 de marzo de 2012

Teología de andén

27 de febrero.

Una de la mañana. Vuelvo a casa tras haber presenciado la gala de los Oscar en un bar de Brooklyn. Es decir, donde Cristo perdió la zapatilla (luego se verá que estas alusiones bíblicas tienen su razón de ser y que no uso el nombre de Dios en vano, sino que sólo estoy creando el clima propicio). Me hallo en medio de un engorroso transbordo, a la altura de la calle 42, en un andén desolado, dejado de la mano de dios (he logrado encajar otra referencia. Estoy sembrada). De pronto, dos risueñas jóvenes afroamericanas se me aproximan. A la legua se ve que vienen dispuestas a hacerme una pregunta. Algo como si el metro va hacia arriba o de ese pelo. Vamos, la típica pregunta que hace todo ciudadano de bien. Pero lo que entiendo es algo como "¿crees que Dios es nuestra madre?". Parpadeo, slightly confused. Me humedezco los labios, para tomarme un poco de tiempo antes de responder. No se me ocurre nada mejor que "excuse me?". Me lo repiten. Pues sí. Les había entendido bien. En un tris estoy de llamar a Bibiana Aído para formularle una consulta de emergencia sobre qué dice la ley de género al respecto, no vaya a crear un conflicto diplomático contestando a la ligera. Pero entonces recuerdo que la crisis se cargó ese ministerio. Shit. Tendré que enfrentarme al dilema yo sola. Ay, Pajín, ¿dónde estabas cuando más te necesitaba?
Logro articular, entre balbuceos, porque me doy cuenta de que estoy diciendo algo muy solemne: "La verdad, no tengo muy claro que Dios tenga sexo". Mis interlocutoras me miran con bonhomía, con indulgencia, casi con ternura. Y encantadas de que les dé la oportunidad de acometer su buena acción del día (recordemos que es la una de la madrugada, es decir, les estoy brindando la oportunidad de hacer su buena acción del día nada más empezarlo. Después de eso, ya se pueden ir a casa a dormir con la conciencia tranquila. Soy el sueño hecho carne de cualquier buen samaritano). Una de ellas toma la palabra. Su expresión parece decir "oh, sweetie, honey, poor little and silly baby". Pero sólo me suelta: "Dios sí tiene sexo. Los que no lo tienen son los ángeles". La revelación de algo tan obvio me deja sin aliento. Y de pronto, mi interlocutora mete una mano en el bolso y me saca una biblia. Una biblia con el canto de las páginas en plata. Hay quien en el metro de Nueva York a la una de la mañana te saca una navaja y quien te saca una biblia. Cada uno tiene sus preferencias. Entonces empieza a pasar las hojas con soltura. Ris ras ris ras. Comienza a señalarme pasajes, en los que figuran palabras como "bride". ¿Quiere decirme que Dios es una novia? Al final me quedo con la idea de que, como Dios creó a Adán y Eva a su imagen y semejanza y Adán y Eva eran hombre y mujer, Dios es una especie de hermafrodita. Como los caracoles. Entonces llega un metro y la de la biblia se precipita a cogerlo, en busca de más prosélitos. Pero la otra se queda conmigo, dispuesta a alumbrarme el camino. Habla y habla, mientras yo la miro con la misma expresión de póker que se me ha tallado en la cara desde hace un rato. Me invita a que, si quiero estudiar el tema más en profundidad, mañana sin dilación me pase por no sé qué sitio para unirme a sus investigaciones. Y que le dé mi número de teléfono. Le replico que ya las buscaré yo por Internet para ponerme en contacto. Mientras lo digo me percato de que es la excusa de escaqueo más estúpida que se me podía haber ocurrido, y que no me va a servir de nada. Pero en ese momento llega mi metro y empiezo a creer. Eso sí es un regalo enviado del cielo, bajado directamente desde las alturas al subterráneo para salvarme. Alabado sea el Señor.

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