jueves, 22 de marzo de 2012

"Ocupa Wall Street" es un holograma

Vayan de antemano mis disculpas por si en el transcurso de esta lectura a alguien se le cae un mito. Los que crean que no van a poder soportarlo, que se vayan a la cama. Lo siento, señores, pero "Ocupa Wall Street" no existe. Habrá quien reivindique que sí, como los de Teruel (un cariñoso abrazo para mis aragoneses), pero la cruda realidad es que no es más que un holograma, manufacturado y empaquetado expresamente como producto de telediario. Sí, arrojo la piedra sobre mi propio tejado. Los periodistas tenemos culpa. No sé si toda, pero sí en gran parte. Sin embargo, como otro de los compromisos que adquirimos (sólo uno de tantos, ni siquiera el más importante) es decir la verdad, contaré la que yo viví. Me tocó cubrir una concentración en el parque Zuccotti en la que tres concejales hispanos iban a protestar junto a los indignados por la supuesta represión policial que sufrieron el pasado sábado cuando se habían reunido en ese emplazamiento para celebrar que pronto iban a poder pasar a ser considerados sietemesinos. Procedamos al derribo del mito.
En primer lugar, puedo afirmar que en España estamos más familiarizados con el parque Zuccotti que en Nueva York. Ese enclave con sugerente nombre italiano que campa por sus respetos en las páginas de "El País" y "El Mundo", en las que se ha instituido como un símbolo asociado automáticamente con la voz del pueblo que se levanta y la rebeldía civil ("sí, mujer, ¿cómo que no has oído hablar de él? De toda la vida de dios, Mari Pepa, el parque del Retiro y el Zuccotti, que pronto le quitará el puesto al Central Park, que no te enteras"), en su propio pueblo no pasa de ser un borrón en el callejero, desconocido hasta para la madre que lo parió. No es que me crea Gallup, pero la estadística (y aunque he de admitir que la muestra no es representativa) no miente: de seis personas a las que pregunté cómo llegar a Zuccotti, ninguna supo darme razón. A dos de los consultados les pregunté en el metro, a otros tres en una calle adyacente, y el último era un policía que regulaba el tráfico. La encuesta se podría haber titulado "¿Zucco-what?".
En segundo lugar, y ya en Zucco-what, me encontré con que había más periodistas que personas que hubieran acudido allí a gritar. Y eso siempre es una mala señal. Se trata de la prueba de que los medios de comunicación están pervirtiendo la realidad, dándole a un acontecimiento una entidad que no tenía por el mero hecho de cubrirlo en una proporción que no merece, lo que inmediatamente lo convierte en otra realidad, de otra dimensión, que no deja de ser prefabricada.

Y en tercer lugar, los que allí se habían congregado me dieron la impresión de ser más una compañía teatral ambulante, sin nada mejor que hacer entre gira y gira, que unos ciudadanos verdaderamente comprometidos y preocupados por una causa. Y, quizás, de eso volvíamos a tener la culpa los medios. Sabían que estábamos allí. Que tenían que representar un papel, y que cuanto mejor lo hicieran, durante más tiempo les haríamos caso. Una de las testigos de la operación policial narró cómo una chica se había quedado tendida en el suelo durante diecisiete minutos, "con la cabeza desprotegida sobre el cemento", y rodeada de policías. La estampa puede indignarte, incluso conmocionarte y motivarte a contarla con los ojos desorbitados, incrédulo. Pero ninguna desconocida, por muy en el suelo que esté, te hace saltar las lágrimas como si hubieses vivido la traumática experiencia de presenciar cómo a tu hámster Manolito le arrancaban las cuatro patitas, una a una, con unas tenazas. Porque eso es lo que parecía estar describiendo. Otro de los testigos, un ejemplar con una estética muy Woodstock, directamente los desacreditó a todos de un plumazo. ¿Que por qué? Pues porque precisamente parecía que no se había quitado el pañuelo que llevaba en la cabeza desde Woodstock. Y eso fue en el 69. Terminó de arreglarlo cuando explicó por qué no merecían que el sábado los desalojaran del parque: "No armábamos follón, no bebíamos. ¡Sólo celebrábamos San Patricio, que es una fiesta cultural!". Sí, claro. Efectivamente, San Patricio es un destacado exponente de la cultura. De la cultura de la pinta. Eso lo saben los chinos. Y que me perdonen los leprekauns y los tréboles.

Y ojo, con todo lo anterior no estoy diciendo si es o no loablebarraútilbarraapropiado participar en el movimiento "Ocupa Wall Street". Allá cada quien con sus convicciones. Lo único que digo es que "Ocupa Wall Street" es algo muy similar a los gambusinos. Pura milonga de Matías Prats.

Uno de los lemas que corean aquellos que mantienen la ficción es: "¡Somos el 99%!", en alusión a que los peces gordos de Wall Street únicamente constituyen el 1% de la población. Pero la realidad es que ellos sólo ascienden a otro 1% (incluso diría que menos, pero como siempre he sido muy mala con las matemáticas no me voy a poner ahora a enredar con los decimales). Así que, si un 1% son magnates, pongamos que otro 1% son indignados, ¿qué son el 98% de los neoyorquinos restantes? Pues son neoyorquinos a los que se la refanfinfla. Ni más ni menos. El 98% son americanos impasibles. Ya lo dijo Graham Greene.


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