martes, 6 de marzo de 2012

Cuento neoyorquino del juego sucio

El tren B no podía dejar de preguntarse dónde estaba el secreto. Cómo se las ingeniaba el tren D para llegar siempre primero. Los dos trabajaban abnegadamente para la línea naranja de la Autoridad Metropolitana de Transporte del metro de Nueva York. Salían a la misma hora y seguían el mismo recorrido. Rodaban a la par, vía con vía. La primera vez que el D llegó antes que él, no se lo tomó a mal. Alguno de los dos tenía que ser. Pero, día tras día, la historia se repetía. El tren B incluso se apuntó a un gimnasio para ganar fondo, porque, aunque nunca les habían ofrecido un aumento de sueldo, intuía que, si alguna vez sacaban a relucir el tema, la bonificación recaería en ese letricuarta del abecedario. Sin embargo, de nada sirvió. Invariablemente, el D acababa tomándole la delantera. Cuando él llegaba resoplando, cargando a duras penas con sus impacientes y hastiados viajeros, el D, tan pancho, ya estaba allí desde hacía rato. Hasta que una mañana, en medio de un transbordo a la altura de Columbus Circle, descubrió todo el pastel: con la excusa de que era un "tren expreso", el muy fresco se saltaba a la torera la mitad de las paradas. Así cualquiera. Por eso, el tren B no lloró de frustración al volver aquella noche a las cocheras. Ahora ya sabía cómo poner remedio a su problema. Todo se solucionaría en cuanto dejara aquel caso de competencia desleal en manos de sus abogados. Estaba seguro de que al tren D lo iban a empapelar. El fraude de aquel caradura era de manual.



2 comentarios:

  1. Claro, así cualquiera... Esto es como la vida misma, pero alguna vez el tren D pasará de largo alguna parada que quizás podría haberle cambiado la vida...

    ResponderEliminar
  2. Tiene toda la razón, don Alfonso! Muy bien visto ;)

    ResponderEliminar