viernes, 2 de marzo de 2012

Barra libre

20 de febrero.

Noche de domingo (hoy es fiesta en EEUU, día del Presidente. God bless Lincoln & cía!) transcurrida en el Bar Coyote. En el de verdad, en el de la peli. Antro sacado de la más castiza carretera de la ruta 66 en pleno corazón de Manhattan. Todo un mural de pegatinas alusivas a la América profunda tapizando el local. Un centenar de sujetadores arracimados en las paredes, cual trofeos de caza o motivos decorativos de Navidad. El legendario pez que alguien pescó en un lago de Michigan, tras una cruenta batalla de diez horas con el sedal, presidiendo la función. Baños hediendo a lejía. Dos camareras pertrechadas con megáfonos, dispuestas a usarlos de la forma más borde posible, embutidas en tela vaquera y cueros que dejaban poco a la imaginación. Una parroquia de camioneros hechos a la medida de la televisión por cable y los aperitivos salados. Música country atronando desde una máquina a monedas. Y la barra... El imán de la barra. Estaba allí. Como el Everest. Así que sucedió. No podía no pasar. Lur Idoy y yo acabamos subidas en ella. Siempre podré contarlo a las generaciones venideras. Yo la pisé. Yo estuve allí. Bailando encaramada en la barra del bar Coyote.

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