viernes, 23 de marzo de 2018

Reseña de "El color de la luz" en el blog Leyendo bajo la luz de la luna


Acostumbrada al ritmo vertiginoso de las novelas negras, ésta es una novela que hay que beber a tragos cortos. Cada párrafo es poesía pura, cada frase una sentencia que te lleva a la reflexión, una prosa cuidada y un sentimiento en cada letra que te llega a lo más hondo.

El color de la luz es una novela de amor, pero no una novela romántica, es una historia íntima, e intimista, es un paseo por la historia del siglo XX, pero no es una novela histórica. Es todo y nada de lo anterior, pero es, sobre todo, una historia preciosa, escrita con mimo, cuidado y mucho, mucho oficio.

Tengo, desde niña, la costumbre de apuntar las frases  que mas me atraen de cada uno de los libros que leo, en éste me he superado, he contabilizado más de 50 anotaciones y no sólo de sentencias sino de párrafos completos y es que, insisto, esta historia esta novela es puro arte, pura poesía.

Si hay una protagonista indiscutible en esta historia, es sin duda Blanca Luz Miranda, que se nos muestra diseccionada, de la que descubrimos todas y cada una de sus miserias. Es un personaje potente, arrollador, una mujer a la que se odia y se ama a partes iguales dependiendo del punto de la novela en que nos encontremos, una mujer con mas sombras que luces, una mujer, a pesar de todo difícil de conocer, difícil de tratar y con la que, a pesar de todo, la autora consigue que, en algún punto, empatices, si y solo si, eres capaz de ver a la mujer en el contexto temporal de la historia.

Martin Pendragón, el otro gran pilar de la historia, sin el que ésta no tendría sentido alguno, se presenta como la cara opuesta de esta protagonista absoluta, representa su anverso, presentando mas luces que sombras, un hombre arrastrado por sus pasiones, un también “rara avis” en el tiempo que le toca vivir. Aún compartiendo protagonismo con Blanca, su peso en la novela es mucho menor y a veces, se me antoja sólo como la excusa para que Blanca Luz pueda tener una historia, esta historia. Su imagen es la que vemos a través de la mirada de Blanca Luz, una  Blanca expuesta hasta la extenuación y un Martin que cobra o pierde protagonismo en función del propio devenir de la vida de la protagonista.

Y si hay un personaje central en esta novela, que consigue, a veces, incluso eclipsar a Blanca Luz, es ese cuadro,  que en ningún momento se describe de forma concreta, pero que se analiza punto por punto hasta obligarnos a visualizarlo por nosotros mismos, pero de una forma distinta en cada uno de los momentos en los que Blanca Luz se enfrenta a sus colores. Una pintura que, se convierte en protagonista indiscutible de la trama, sobrevolando toda la novela, convirtiéndose en hilo conductor y apareciendo en decenas de momentos en los que se nos da un apunte más de su composición, de sus colores, de su trazo… y son tantos que estoy segura, de que sin verlo, todos hemos dibujado de una u otra forma ese cuadro en nuestra cabeza.

No menos importante es la propia narradora, esa periodista que es, sin duda, la propiciadora de toda la novela, esa joven de la que poco sabemos mas allá de sus motivaciones iniciales: pura curiosidad, de ese “miedo” a vivir con el que rompe en pos de una historia que intuye: la que se esconde detrás de un cuadro, y de las emociones que los secretos de Blanca y su vida van suscitando en ella a lo largo de esa aventura; es un personaje del que ni siquiera llegamos a conocer el nombre, que aparece de relativamente en pocas ocasiones más allá del segundo capítulo, pero sin el que la novela no tendría ningún significado.

A pesar de que Marta consigue una descripción maravillosa de paisajes y que se reconoce la grandísima labor de documentación que ha llevado a cabo para construir una historia consistente en los espacios y en los tiempos, ésta es una novela de personajes en la que la fuerza de los protagonistas se ve potenciada por un elenco de secundarios que no les van a la zaga.

Francisco Miranda, el padre de la protagonista,  se hace presente solo al principio de la novela, pero es tan importante para el devenir de los protagonistas, es tal su importancia como origen de las decisiones vitales de ambos, que en ciertos momentos de esos primeros capítulos se convierte en protagonista absoluto de la trama.

El punto humorístico, la distensión a la gravedad de la historia la encontramos bien representada en el personaje de Leidy, esa puertorriqueña vivaz y “disfrutona” que es el antagónico de la responsabilidad de nuestra reportera; que es quien se empeña en que ésta se lance a vivir y en esa carta de negativa editorial que es más que una negativa, un matarife certero de una vocación en ciernes; por suerte, solo existente en la imaginación de la autora.

Existen otros secundarios, como Chema, ese fiel escudero del protagonista, ese leal amigo, que aparece para dar el pié a los protagonistas y salen de la escena haciendo mutis por el foro, para volver a hacerse presente en el momento más insospechado, pero el más necesario, para el buen desarrollo de la novela.

El titulo de la historia, no podía ser más acertado que el elegido, toda la historia está centrada en los colores y en la luz.

Hay que tener, no solo vocación, sino talento,  para escribir una novela tan grande como la que nos ocupa. Así que, si sois amantes de la buena literatura, de la literatura en mayúsculas, si os habéis emocionado con esta pequeña muestra compartida, estáis tardando en comenzar una lectura que provocará en vosotros amor y odio, alegría y tristeza, pero que con seguridad no os dejará indiferentes.

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