jueves, 11 de abril de 2013

De escraches y torpezas

Hay que ver. En la vida habíamos oído eso de escrache y ahora la palabrita no se nos cae de la boca. El debate sobre su legitimidad sigue abierto. Yo llevo varios días dándole vueltas y no acabo de tomar postura. Entiendo que, en democracia, las urnas son el medio por el que se debe expresar el pueblo. Y, si en su día otorgamos con nuestros votos el poder a tal o cual partido, tenemos parte de responsabilidad en lo que hagan, y no pequeña (y, no es por nada, pero los atropellos sociales se veían venir). Ahora bien, también es cierto que, muchas veces, lo que ocurre es que aquellos a quienes elegimos acaban abusando de la confianza que se les dio y la interpretan como una carta blanca, o que, en no pocos casos, los votantes no están lo suficientemente formados para saber lo que les conviene, o se ven arrinconados por la falta de opciones y utilizan su sufragio a la desesperada, guiados únicamente por la urgencia de un cambio, sea para bien o para mal. Y también es cierto que la democracia anda cortita de mecanismos para que el pueblo haga uso de ella al margen de esa cita electoral en la que se puede cometer un desliz (o un error garrafal) y luego ¡oh, misericordia! quedan cuatro largos años para arrepentirse.
Y, como correctivo, ha salido eso de los escraches. En principio, no me parece reprobable que el pueblo acuda a donde están los que mandan (y los que les representan, no lo olvidemos) para expresar sus demandas y cantarles cuatro verdades. Y que lo digan bien alto. Me parece perfecto. Ya se nos han reído bastante en la cara. Ahora, les toca dar la cara a ellos. Pero claro, lo que bajo ningún concepto se pueda hacer es aprovechar la coyuntura para partírsela. Y ahí está el problema. Esa fina línea que separa al pueblo del populacho y que algunos cruzan con tanta alegría y ligereza. No nos engañemos. En una masa siempre hay algún indeseable que no pierde oportunidad de lucirse y sacar lo mejor de sí mismo. Y, partiendo de esa premisa, el fenómeno del escrache se torna muy espinoso. También se corre el riesgo de que lo acabe sufriendo gente que no se lo merece. ¿Con base en qué criterio se elige a tal o cual víctima política? Insisto: lícito en el papel, altamente peligroso en la práctica.
Y así lo ha entendido Sigfrid Soria, el protagonista del nuevo capítulo de este debate. Unos tuits polémicos del exdiputado del PP del Parlamento canario, redes sociales que ejercen de altavoz y se desbordan, medios de comunicación que entran al trapo ante bocado tan suculento… El amigo Sigfrid lo ha puesto en bandeja. Ya ha sido declarado el enemigo público número uno. Al menos, el de hoy. El Partido Popular ya lo ha defenestrado, él, que tan gallito se ratificaba en sus hostias a perroflautas y arrancaduras de cabeza a primera hora de la mañana, ya ha salido a la palestra con su paquete de disculpas forzadas… En fin, este hombre lo que ha sido es un torpe. No es más que eso. Ni más ni menos. Un torpe.
Sus declaraciones huelen a partes iguales a bravata y a la amenaza del que está asustado y se defiende diciendo que a ver qué va a pasar y que el que avisa no es traidor. Creyó necesaria esta embestida contra la corrección política. Y ¿qué ha pasado? Pues que la corrección política le ha pasado por encima.
Si se analiza fríamente, lo que ha dicho no es una aberración. Se justificaría que cualquier ciudadano reaccionara con una defensa proporcionada ante una agresión hacia su persona o la de sus seres queridos. Cualquier ser humano, si ve a sus hijos en peligro de sufrir un daño, es capaz de afirmar que le “arrancaría la cabeza” a quien pretenda hacérselo. Este señor cuenta con el handicap de que detrás tiene el partido que tiene, y que la gente está tan caldeada que salta, ofendida (y con razón), ante la mínima salida de tono. Ya no estamos para pasar tonterías. Nos han exasperado tanto, que todo acaba adquiriendo el rango de provocación.
Si a eso sumamos que el maniqueísmo es muy atractivo… Es muy atractivo porque es fácil. Es tremendamente sencillo y placentero tachar a este señor de Harry el Sucio y de fascista y alinearnos los demás en el bando de los seres evolucionados gracias a la civilización y sus bondades. Y no hay más que hablar. Juicio sumarísimo concluido y Sigfrid, a la picota. Sin embargo, probablemente nos equivoquemos de reo. Éste es de paja. No sé si este señor habrá contribuido de alguna forma a originar o atizar la situación de desahucios diarios que vivimos actualmente, pero me da que, en caso de tener alguna culpa, la tendrá en mucha menor medida que otros más inteligentes que no se han expuesto al linchamiento público y que siguen aferrados a la poltrona del poder y de los puestos de decisión.
A este señor, su bocota y Twitter lo han colocado en la línea de fuego entre la hipocresía de su partido y la demagogia de la opinión pública. Y el pobre diablo ha recibido el tiro de gracia. Lo dicho: un torpe.

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