Hay que ver. En la vida habíamos oído eso de escrache y ahora la
palabrita no se nos cae de la boca. El debate sobre su legitimidad sigue
abierto. Yo llevo varios días dándole vueltas y no acabo de tomar
postura. Entiendo que, en democracia, las urnas son el medio por el que
se debe expresar el pueblo. Y, si en su día otorgamos con nuestros votos
el poder a tal o cual partido, tenemos parte de responsabilidad en lo
que hagan, y no pequeña (y, no es por nada, pero los atropellos sociales
se veían venir). Ahora bien, también es cierto que, muchas veces, lo
que ocurre es que aquellos a quienes elegimos acaban abusando de la
confianza que se les dio y la interpretan como una carta blanca, o que,
en no pocos casos, los votantes no están lo suficientemente formados
para saber lo que les conviene, o se ven arrinconados por la falta de
opciones y utilizan su sufragio a la desesperada, guiados únicamente por
la urgencia de un cambio, sea para bien o para mal. Y también es cierto
que la democracia anda cortita de mecanismos para que el pueblo haga
uso de ella al margen de esa cita electoral en la que se puede cometer
un desliz (o un error garrafal) y luego ¡oh, misericordia! quedan cuatro
largos años para arrepentirse.
Y, como correctivo, ha salido eso de los escraches. En principio, no
me parece reprobable que el pueblo acuda a donde están los que mandan (y
los que les representan, no lo olvidemos) para expresar sus demandas y
cantarles cuatro verdades. Y que lo digan bien alto. Me parece perfecto.
Ya se nos han reído bastante en la cara. Ahora, les toca dar la cara a
ellos. Pero claro, lo que bajo ningún concepto se pueda hacer es
aprovechar la coyuntura para partírsela. Y ahí está el problema. Esa
fina línea que separa al pueblo del populacho y que algunos cruzan con
tanta alegría y ligereza. No nos engañemos. En una masa siempre hay
algún indeseable que no pierde oportunidad de lucirse y sacar lo mejor
de sí mismo. Y, partiendo de esa premisa, el fenómeno del escrache se
torna muy espinoso. También se corre el riesgo de que lo acabe sufriendo
gente que no se lo merece. ¿Con base en qué criterio se elige a tal o
cual víctima política? Insisto: lícito en el papel, altamente peligroso
en la práctica.
Y así lo ha entendido Sigfrid Soria, el protagonista del nuevo
capítulo de este debate. Unos tuits polémicos del exdiputado del PP del
Parlamento canario, redes sociales que ejercen de altavoz y se
desbordan, medios de comunicación que entran al trapo ante bocado tan
suculento… El amigo Sigfrid lo ha puesto en bandeja. Ya ha sido
declarado el enemigo público número uno. Al menos, el de hoy. El Partido
Popular ya lo ha defenestrado, él, que tan gallito se ratificaba en sus
hostias a perroflautas y arrancaduras de cabeza a primera hora de la
mañana, ya ha salido a la palestra con su paquete de disculpas forzadas…
En fin, este hombre lo que ha sido es un torpe. No es más que eso. Ni
más ni menos. Un torpe.
Sus declaraciones huelen a partes iguales a bravata y a la amenaza
del que está asustado y se defiende diciendo que a ver qué va a pasar y
que el que avisa no es traidor. Creyó necesaria esta embestida contra la
corrección política. Y ¿qué ha pasado? Pues que la corrección política
le ha pasado por encima.
Si se analiza fríamente, lo que ha dicho no es una aberración. Se
justificaría que cualquier ciudadano reaccionara con una defensa
proporcionada ante una agresión hacia su persona o la de sus seres
queridos. Cualquier ser humano, si ve a sus hijos en peligro de sufrir
un daño, es capaz de afirmar que le “arrancaría la cabeza” a quien
pretenda hacérselo. Este señor cuenta con el handicap de que detrás
tiene el partido que tiene, y que la gente está tan caldeada que salta,
ofendida (y con razón), ante la mínima salida de tono. Ya no estamos
para pasar tonterías. Nos han exasperado tanto, que todo acaba
adquiriendo el rango de provocación.
Si a eso sumamos que el maniqueísmo es muy atractivo… Es muy
atractivo porque es fácil. Es tremendamente sencillo y placentero tachar
a este señor de Harry el Sucio y de fascista y alinearnos los demás en
el bando de los seres evolucionados gracias a la civilización y sus
bondades. Y no hay más que hablar. Juicio sumarísimo concluido y
Sigfrid, a la picota. Sin embargo, probablemente nos equivoquemos de
reo. Éste es de paja. No sé si este señor habrá contribuido de alguna forma a originar o
atizar la situación de desahucios diarios que vivimos actualmente, pero
me da que, en caso de tener alguna culpa, la tendrá en mucha menor
medida que otros más inteligentes que no se han expuesto al linchamiento
público y que siguen aferrados a la poltrona del poder y de los puestos
de decisión.
A este señor, su bocota y Twitter lo han colocado en la línea de
fuego entre la hipocresía de su partido y la demagogia de la opinión
pública. Y el pobre diablo ha recibido el tiro de gracia. Lo dicho: un
torpe.
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