martes, 23 de abril de 2013

Crónica de un escrache



Bueno, y nuestra amiga María Dolores (de Cospedal) dijo aquello de que los escraches eran cosa de nazis y tal y cual. Y oye, no vamos a decir que no. Quién sabe si el tiempo no le puede acabar dando la razón. Vete a saber. Mientras tanto, lo único que podemos hacer es mantenernos ojo avizor para ver cómo evoluciona la cosa. E ir contándolo a medida que sucede tal cual lo vivimos. Hoy me ha tocado dar fe a mí, y por eso os lo cuento.
Esta crónica no es puramente la de un escrache. En todo caso, sería un escrache contra una entidad bancaria: Kutxabank. Como encima la palabra no me gusta, hablemos de concentración, convocada por Stop Desahucios contra la subasta de la vivienda de una familia de Mutriku que se va a celebrar este viernes en el juzgado de Eibar. Bueno, clarificado este punto, prosigamos. Había una treintena de personas. Cuatro ertzainas bien provistos de cascos antidisturbios y de esos escudos tan aparentes que llegan  hasta los pies. Habían llevado un coche y un furgón, que habían dejado atravesado en medio de la calle en una postura muy teatral. La concentración iba a celebrarse de doce a doce y media. Alertados por Cospedal de que allí podía vivirse una auténtica noche (o en su defecto, mediodía) de los cristales rotos, los de la Kutxa, muy precavidos, habían cerrado a cal y canto la sucursal de 11:30 a 13:30. Para justificar la bajada de persiana, habían dejado en la puerta un cartelito en el que alegaban "razones técnicas". 

*Nueva nota a incorporar en la enciclopedia Eufemismos Larousse: una concentración ciudadana es una razón técnica. Aprendéoslo, que entra en el examen de Educación para la Ciudadanía.

Eso de que la Kutxa estuviera cerrada un martes en pleno mediodía ha dejado sin su pasatiempo favorito a decenas de jubilados eibarreses, que no han podido echar la mañana guardando fila en la caja de ahorros. Muchos se resistían denodadamente a admitir esta catástrofica eventualidad, esta jugarreta de la mala suerte, y se obstinaban en pegarse al cristal poniendo la mano de visera para escrutar mejor el interior de la sucursal, no fuera a ser que todos estuviéramos engañados (ay, espabilados, ¡que no habéis mirado bien!) y hubiese signos de vida bancaria muy muy adentro. Pero nada, ni por ésas. Al final, tenían que marcharse en silencio, reconociendo que todo estaba a oscuras y desoladoramente vacío. Incluso ha habido una mujer, ávida de aventura y de emociones fuertes, que se ha ilusionado al ver un furgón policial cortando el paso en la calle Toribio Etxebarría como si se tratara de una barricada de la Segunda Guerra Mundial (recordemos que la sombra del nazismo planea en el aire), y ha preguntado que si había rehenes capturados dentro de la sucursal. No ha sido plato de buen gusto, pero en nombre del amor a la verdad por aquello de que nos hemos licenciado en periodismo y demás gaitas deontológicas, le hemos tenido que chafar la película y aclararle que no. Que de rehenes, ná de ná. En todo caso, rehén ha sido mi DNI, cuando uno de los ertzainas me lo ha pedido. Por un walkie talkie le ha estado soplando todos mis datos a un señor que vete a saber tú dónde estaba metido. No me parece ni medio bien que un señor al que no le he visto ni la cara y que no me ha sido presentado debidamente sepa ahora mi fecha de nacimiento y hasta el nombre de los padres que me concibieron. Al llegar a la parte de que soy oriunda de Zaragoza, se han quedado bastante descolocados. Por un momento he temido que me gritaran: "¡Este carné es falso! ¿Qué es eso de Zaragoza? ¡Esa ciudad no existe!". Pero no. El intermediario que le chivaba mis datos al misterioso que hablaba al otro lado del walkie sólo me ha mirado con suspicacia (una mirada vicaria de la que debía de estar echándome el tipo ése que no daba la cara) y me ha preguntado que si estaba de prácticas.
Una vez establecido mi árbol genealógico y mi condición de becaria (los dos elementos más definitorios de un ser humano), me han devuelto el DNI y hemos tenido la fiesta en paz.
A todo esto, uno de los portadores de la pancarta mantenía una absorbente conversación telefónica de alto nivel conspiratorio en la que pedía que le esperaran para comer, pero en la que advertía que, por favor, no le calentaran los macarrones.

Conclusión: la concentración (o escrache, para que no digan que estoy démodé) ha consistido en una treintena de nazis que se han parado delante de una sucursal tan vacía que, por no tener, no tenía ni jubilados ni rehenes; bien protegida, eso sí, por la Ertzaintza y toda su caballería automovilística, y con los becarios bien identificados, no se nos vaya a subir a la cabeza eso de la libertad informativa y nos desmadremos. Ah, y uno de los nazis exigía que no le calentaran los macarrones. No la vayamos a tener.

Espero que mi informe sea satisfactorio para la señora De Cospedal. Seguiremos vigilando. Por si en el horizonte aparece algún nazi con mala baba. Que haberlos, haylos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario