viernes, 11 de mayo de 2012
Cuento neoyorquino de la trompa de Paqui Derma
La
señora Paqui, de apellido Derma, salió un viernes de trabajar y se dio
cuenta de que necesitaba un trago. La semana había sido extenuante. Por
encima de todos los demás problemas, destacaba aquel espinoso asunto de
su mal de amores. Había transcurrido bastante tiempo desde que le
rompieron el corazón. Sin embargo, como tenía memoria de elefante, no
lograba olvidarlo. Era vox populi que el alcohol tiene propiedades
amnésicas, así que decidió dejar las gestiones del olvido en manos del
tequila. Entró a un bar, se acodó en una mesa y pidió dos de lo mismo.
Paqui Derma aspiró aquella noche hasta el agua de los floreros. Y no les
hizo ascos a las lagunillas de cerveza remansadas en los ceniceros.
Como le pareció muy triste haber ido a un bar expresamente a
emborracharse, intentó levantarse para bailar un poco al son de la
música. Pero, entre que los efluvios etílicos le habían hecho un
estropicio a su sentido del equilibrio, y que, con aquello de la ruptura
había abusado del helado de chocolate y las calorías de consolación se
le habían instalado en el pandero, derribó a su paso una fila de
botellas. Entre los damnificados figuraban varios espumosos y un
Cabernet Sauvignon del 83. Los dueños del local expulsaron de él a Paqui
Derma de muy malos modos, y, mientras la puerta se cerraba tras ella,
oyó el cruel comentario de que parecía un elefante en una cristalería. Lo
que le faltaba. Tenía la piel gruesa, pero eso no significaba que todo le resbalara. Con sus últimos retazos de sobriedad, Paqui Derma se
arrastró hasta Union Square, dando tumbos. Incluso tropezó y se pegó un
trompazo. Ni siquiera ahora podría decir qué hizo durante aquel rapto de
embriaguez, pero, a la mañana siguiente, cuando amaneció, el mundo le
pareció distinto. Los rooftops de los rascacielos se habían incrustado
en el suelo, y sus cimientos se habían puesto de puntillas para tocar el
cielo. Todo estaba al revés. No le pareció mal. Le entró la risa floja,
y se estuvo carcajeando ella sola durante un rato. A decir verdad, era
de locos. O de borrachos. No conseguía entender qué le había pasado al
universo durante la noche, por qué se había trastocado. No se dio cuenta
de que era ella la que estaba cabeza abajo hasta que dos transeúntes
comentaron al pasar a su lado: "Desde luego, menuda trompa lleva encima...".
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Si es que ya se ve lo que le pasa a los elefantes borrachos en Dumbo...
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