lunes, 2 de abril de 2012

La ciudad que nunca duerme está siempre de compras

Ayer, de pronto y sin previo aviso, se me antojaron unas galletas. ¿Lo malo? Que eran las once y media de la noche. ¿Lo bueno? Que vivo en Nueva York. Y eso es como decir que vives en la ciudad que nunca duerme. Entonces es cuando descubres el significado último de esa expresión. Nunca duerme porque siempre está de compras. A las once y media de la noche, los supermercados no han echado todavía la persiana. Dame una hora intempestiva y un antojo goloso, que yo te doy un carrito. No problem. ¿Cómo no va a ser la cuna del capitalismo una ciudad en la que la posibilidad de consumir siempre está abierta, al igual que la caja registradora? Sin embargo, lo más sorprendente es que puedes pensar que esa opción se halla disponible para que la aprovechen sólo enfermos como yo, adictos al azúcar y, encima, desvelados. O para los que atracan licorerías (quizá porque no han podido atracar antes la nevera y no seamos tan diferentes después de todo). Para gente turbia en todo caso. Pero no. El caso es que, cuando pruebas esta irreverente escapada nocturna al súper, verificas que, pululando entre las estanterías y guardando cola para pagar, hay gente que simple y llanamente está haciendo eso: la compra. Llevan unos cereales para el desayuno la mar de respetables, una entrañable botella de leche, unos yogures cándidos, una cebolla irreprochable, un racimo de plátanos sin tacha alguna en su reputación o un detergente blanco en todos los sentidos. Y te entra la duda: ¿qué hacen a estas horas inclementes en un supermercado? ¿Se debe a que la vida en Nueva York es tan ajetreada que el único momento libre del día es la noche? ¿O es que el privilegio de unos horarios que se estiran tanto como el chicle ha desarrollado en los neoyorquinos un fetichismo raro? ¿Son unos dementes o nosotros unos estrechos de miras? Sea como sea, no dejo de preguntarme: ¿puede ser sana una ciudad que hace la compra a medianoche?

Al menos
, una cosa sí está clara: para la diabetes, desde luego, no.

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