domingo, 8 de abril de 2012

Cuento neoyorquino de ¡al agua, patos!

Hubo una vez un pato que creció deseando ser un barco. Día tras día los contemplaba surcar las aguas que cercaban su isleta del estanque de Central Park, y los envidiaba con cada fibra de sus plumas verdes y pardas. Le maravillaba que no se hundieran, engullidos por esa endeble superficie líquida, que parecía tan frágil como el cristal. Envidiaba aquella misteriosa y extraña capacidad que poseían para mantenerse a flote con elegancia y naturalidad, que a él le era tan ajena. Su madre había empollado el huevo del que había nacido en un pedazo de madera enclavado en medio del estanque, y jamás había salido de él. Toda su vida de pato había transcurrido sobre aquel pedacito aislado de tierra firme, criando plumas y gordura. Cierta tarde de domingo, el pato supo que había llegado su hora, que al día siguiente se iba a morir. Y se decidió a interpelar a uno de los asombrosos barquitos con amargura: "No me importaría morirme mañana si hubiese podido disfrutar una vida de navegante como la vuestra. Afortunados vosotros, que tenéis el don de flotar sobre las aguas".
La quilla del barco casi se partió de carcajadas:
"¿Pues no eres un pato? Si lo quisieras, podrías nadar, incluso más rápido que nosotros".

Aquel domingo, el palmípedo probó el agua y a sí mismo por primera vez. Nadó y nadó hasta que ya no pudo más. Se murió deseando haber sido pato. Y con ganas de seguir siéndolo, aunque sólo fuera un poco más.

2 comentarios:

  1. Pobre pato, no hacía falta que te lo cargases...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Por supuesto que era necesario! Si no, el cuento no habría tenido suficiente fuerza dramática! xD

      Eliminar