miércoles, 1 de julio de 2015

Aventura animada de ayer y hoy en Marruecos

Pongamos que te hallas en pleno secarral marroquí del Anti Atlas. A las cuatro de la tarde. Eso son 45 grados a la sombra... no, corrijo: a la sombra no, principalmente porque no hay ninguna. Has parado un ratito y cuando quieres arrancar el coche, el motor emite un vagido así como agonizante, como diciendo "a mí no me mires, que yo hoy no trabajo". Nueva intentona. Nada. La batería es la gran ausente de la fiesta. Se despidió: Bye, bye, don't cry for me, Argentina.
Así pues, había una mole 4x4 que mover y cuatro muchachas para hacerlo. De manera que ale. Nos arremangamos (las faldas no, porque íbamos con un estilismo más campero), aplicamos las manitas sobre una carrocería en la que se podría haber frito un huevo y todavía te habría salido quemado, y ¡a empujar se ha dicho, que estamos que lo tiramos! Primer embate. El mastodonte rueda un poquito, pero parece que esta fuerza motriz que le insuflamos no le convence del todo, porque como que no acaba de arrancarse el muy castigador. Así que le seguimos tocando las palmas. Segundo intento. Empuja, empuja, empuja... A ver si así... Casi, casi, casi... Parece que... Nada. 
De modo que en cónclave sumarísimo se decidió lanzar el primer SOS. De no se sabe qué catacumbas, aparecieron de pronto cuatro bereberes que se unieron a nosotras en la tarea de embestir. Bereberes, puntualizo, que se encontraban inmersos en pleno Ramadan, cuya observancia implica que nuestros voluntariosos compañeros de empentón llevaban como unas diez horas sin probar bocado ni gotica de agua. Y allí estaban los tíos, bajo el más canicular de los calorets, empujando como si no hubiera mañana, al tiempo que proferían una serie de retahílas a voz en cuello cuyo significado se me escapa. Pero nada. Pese al sacrificio y los alaridos, la cinética seguía sin darse por aludida. 
Cuando ya barajábamos la opción de hacer un agujero en la tierra y quedarnos a vivir allí, apareció providencialmente otro coche. Y la solidaridad se impuso. Nuestro 4x4 fue amarrado con una cuerda verde a la trasera del recién llegado y, ahí sí, éste lo puso en canción, y de paso, en movimiento, y como podéis ver en el vídeo que recoge ese momento catártico, acabó logrando que galopara de lo lindo (y sin aire acondicionado) hacia las puertas del Sáhara, donde pasaríamos una noche acompañadas únicamente de las estrellas, las dunas, cuatro dromedarios y un silencio como no lo he sentido en mi vida (un silencio que se oía), y que sólo se rompió en torno a las dos de la madrugada con unos perturbadores balidos de cabras nómadas que cercaron nuestro campamento como si nos estuvieran tributando perturbadora serenata. Pero claro, ésa ya es otra historia.

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