Salvar el bachiller de Humanidades
No
soy académica, pero sí estudié el bachiller de Humanidades. Y por
tanto, me siento en la obligación moral (del latín mores) de romper una
lanza a su favor, ahora que quieren cargárselo. Veamos. No me he caído
de un guindo. Sé muy bien cómo funciona el "sistema". No ignoro que en
este chiringuito prima lo utilitario. Lo que demanda el mercado. Lo
demás está de más. Y la cultura clásica a Merkel y a sus chiguaguas de
mucho no les sirve. Qué le vamos a hacer. Está claro que los beneficios
que pueden reportar los demás bachilleratos son mucho más evidentes y
productivos. De aquellos que los estudien saldrá el próximo científico
que un día nos curará de un cáncer y nos salvará la vida. O el ingeniero
que inventará una máquina que nos hará la existencia más fácil. O el
economista que, por una vez, acierte y nos evite la siguiente recesión
mundial.
Pero el caso es que no todos los ciudadanos somos lo
suficientemente brillantes para hacer esas cosas. No nos alcanzan las
entendederas o no nos interesa. Y no se preocupen. A esos necios
incautos luego el mundo laboral ya se encargará de ponerlos en su sitio.
La apisonadora hará su criba y, no teman, que no sobrevivirán a la
quema. Por eso no pierdan cuidado ni un minuto de sueño.
Sin
embargo, creo que, antes de los 18 años, la gente no tiene por qué
enterarse de cómo es el mundo en realidad. Los menores de edad tienen
derechos: a creer en los Reyes Magos, a no ir a la cárcel y, por
supuesto, a pensar que su vida podrá ser como ellos quieran que sea.
Antes de los 18 años, todo el mundo debería poder creer que se convertirá en aquello
que decida. De esta premisa fácilmente se deduce (como enseñan en
lógica, disciplina de la filosofía) que se trata de un derecho
inalienable que antes de los 18 años las personas puedan estudiar lo que
ellas deseen. Nada ni nadie debería impedírselo. Y menos una disposición
ministerial.
Hasta que yo no empecé el bachillerato, no llegué
a sentir que estaba aprendiendo lo que quería saber. Y esos dos años
fui inmensamente feliz. Por primera vez, al llegar el domingo, no me
daba pereza tener que asistir al día siguiente a clase. Así pues,
déjenles aprender eso que erróneamente llaman lenguas muertas. Porque no
están muertas. Sólo se han transformado, que es lo que hacen las cosas
que sobreviven. El latín y el griego están vivos. Los resucitamos cada
vez que decimos "democracia", "pueblo", "fascismo", "lundi",
"pericolo"... Pero el latín y el griego aún estarían más vivos si, cada
vez que usamos esas palabras, fuéramos conscientes de la historia que
llevan detrás. Porque entonces las usaríamos con conocimiento de causa.
Y, al emplearlas con propiedad, nos haríamos cargo del mundo más
plenamente, porque nombrar algo es poseerlo. No nos darían gato por liebre valiéndose de ellas. Y por eso respetaríamos y
cuidaríamos las palabras heredadas, tratándolas como lo que son: el
patrimonio más valioso que tenemos.
El más valioso, pero no el único,
porque de la belleza que puede crear el hombre están llenas las
iglesias, las calles, los edificios. Y lo disfrutan con más intensidad (porque se ama lo que se conoce)
los que saben que el arte es una pulsión humana que se nutre de lo
pasado, pero sin dejar nunca de cuestionar y subvertir las convenciones con tal de seguir
creando. Y conocer sus puntos de inflexión, sus causas, sus desafíos,
ayuda a entenderlo todo mucho mejor. Por eso, déjenles estudiar qué es
un Giotto, y por qué el neoclasicismo y el romanticismo se plantaron
cara con tal encono.
Déjenles saber que el hombre siempre ha
necesitado explicarse el mundo con historias maravillosas donde los
hombres y los dioses jugueteaban entre ellos. Déjenles saber que los
imperios, como el romano, nacen, alcanzan su esplendor y luego caen. Y que luego todo vuelve a empezar.
Quizás así sobrelleven mejor la frustración de la época contemporánea.
Porque podrán mirarla cara a cara con una perspectiva más amplia.
Déjenles saber que el pueblo se burlaba de los poderosos con obras de
teatro ya en época de Aristófanes.
Déjenles saber... que ya tendrán
tiempo para olvidar. Pero ahora, mientras aún son jóvenes, déjenles
saber lo que supe yo. El bachiller de Humanidades me enseñó a pensar. Y
creo que, por eso, ahora comprendo algunas cosas un poquito mejor de lo
que las comprendería si Wert me lo hubiera impedido. Déjenles saber.
Sin el bachiller de Humanidades, como su propio nombre indica, habremos
perdido algo que no es utilitario, pero que quizás no nos interese
perder: una parte de nuestra propia humanidad.
Cuánta razón tienes. Yo estoy estudiando 2º de bachiller por Humanidades, y desde que empecé a estudiar latín y griego me despierto de otra forma por las mañanas. Normalmente, vamos a clase para estudiar y sacar esas buenas notas que nos proponemos, pero algo cambia cuando te adentras en este ''mundo clásico''. Te levantas con ganas de aprender más y más de los latinos y de los helénicos, y la admiración por ellos crece día a día. Ahora comprendo el verdadero significado de la filo-sofía.
ResponderEliminarCuando lo hablo con muy compañeros de clásicas (muy pocos) todos coincidimos en que nos ha cambiado la forma de pensar. Razonamos todo lo que nos dicen, sabemos percibir los matices de las palabras gracias a su etimología, y ya no nos dan gato por liebre. No nos fiamos de todo lo que nos dicen y lo damos por cierto, somos capaces de razonarlo por nosotros mismos y decidir si creerlo o no. Los buenos resultados llegan solos.
Por esto y por mucho más, yo también defiendo la continuidad del estudio de estas lenguas tan hermosas y llenas de vida. Porque me gustaría que las siguientes generaciones pudieran disfrutar de las palabras tanto o más que como yo lo hago desde que empecé el bachiller. Y por supuesto, porque ''delenda non est verba''.
Nuestros amigos helenos nunca dejarían que un ministro acabase con tanta cultura, necesaria indudablemente para enriquecer nuestras efímeras vidas.
LVC