jueves, 17 de septiembre de 2015

Latinos en la City

De esto que llegas a Londres entrada la noche, un poco con demasiada poca ropa para el frío que hace y un poco pensando que la ciudad resulta un poco (sólo un poco) inhóspita con sus grandes avenidas vacías, donde sólo deambula la rasca nacida del Támesis. Y entonces preguntas al primer viandante con el que te topas que cómo se llega exactamente a tu hotel, porque tú eres muy guay y, sabiendo que se puede preguntar aunque sean las dos de la mañana, aprenderse calles pa qué. Esfuerzo innecesario.
Un año hablando inglés con la boca floja como los gringos hace que no las tengas todas contigo sobre lo de hacerte entender, pero cuando crees haber puesto un acento más british que el God save the Queen, el viandante trasnochador te desengaña: ¿Española?
Compatriota, a mis brazos. Es entonces cuando te acuerdas de que Londres es una sucursal de Madrid con peor tiempo y una hora menos. El viandante trasnochador y compatriota te da unas indicaciones más o menos aproximadas y, más o menos, logras encontrarte, aunque no tanto como al día siguiente, ya en horario infantil, cuando a la tía que se apretuja contra tus costillas en el metro le preguntas que dónde vais a ir a parar, porque ese subterráneo coge unas bifurcaciones un poco aleatorias, y la aludida emite un farfullo que hace crecer, esta vez en ti, las sospechas: ¿Española?
No, italiana, pero parlo españolo. Y como el rato de apretujón contra tus costillas ha hecho florecer la intimidad entre vosotras, ella decide por su cuenta y riesgo regalarte un plano del metro, por mucho que le perjures que no hace falta, que no estás tan perdida. Da igual. La italiana es dadivosa. Y todo ello te hace pensar, en un ramalazo de chovinismo alentado por las frías corrientes londinenses, que los latinos somos un pueblo migrante y conquistador que va a dominar el mundo (no los chinos, como piensan algunos cegatos) y que encima nos apañaremos para hacer de él una casa, algo que queda resumido en la frase de aquel otro tipo de piel tostada al que, con mi inglés más voluntarioso, interpelé a la busca y captura de otra dirección; y que mientras consultaba Google maps en su iPhone masculló "número ciento cuarenta y tres" con acento caribeño. Se despidió de mí exclamando paternalmente: "¡Adiós, corazón!".



No hay comentarios:

Publicar un comentario