lunes, 7 de septiembre de 2015

Eco eco eco eco eco eco eco

Él sin ella era una caja de resonancia sin sonido. Y ella sin él era un sonido que no escuchaba nadie. Un sonido que, por no escucharse, no se escuchaba ni a sí mismo. Y ambos rodaban por el mundo sin conocerse. Hasta que un día, él tropezó con ella, o ella con él, eso quién lo va a saber. Lo único cierto es que ella dio un grito al lastimarse un pie, y el grito rebotó en él, que lo recogió con cuidado, le dio forma y le devolvió su sonido, con un movimiento certero y limpio de muñeca que se lo estampó a ella de vuelta en la boca, como un beso. Y ella se escuchó por primera vez a través de él, y gracias a ella, él cobró todo el sentido que hasta ese mismo día había desconocido.
Desde entonces se hicieron socios y empezaron a hacer cosas juntos. Y así, juntos, fue como crearon las palabras, y la música, y los silencios. Los que duelen y también los que no. En cualquier caso, todos los que existen, porque el mundo suena siempre y sólo se calla a veces, para respirar. Pero ellos, ella y él, el uno para el otro nunca volvieron a callarse, diciéndose y respondiéndose sonidos. Y el eco se acostumbró a su correspondencia y se quedó a vivir en ellos. Y fue así como siguieron sonando para siempre.

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