miércoles, 12 de septiembre de 2012

Los menús del Señor son inescrutables

Hace un tiempo enuncié la teoría de que los periodistas cruzan del cielo al infierno con tanta rapidez que al purgatorio no le da ni tiempo a enterarse de que pasamos. Hoy la he ratificado de forma especialmente evidente. Es lo que tiene andar de aquí para allá toda la mañana, metro arriba, metro abajo, cual perro apaleado, arrastrando un carrito lleno de cámaras, focos y micros, amén de trípode, bolso y demás cachivaches susceptibles de crear complejo de perchero, y, sin comerlo ni beberlo (nunca mejor dicho) acabar sentada a la mesa, a la hora del almuerzo, junto a críticos culinarios, degustando un menú completo salido de los fogones de José Andrés. Y yo que había cargado en el bolso toda la santa mañana con mi condumio: un tuper de judías blancas de bote... De propina, me he llevado un paquete de manjares de la tierra (léase jamón ibérico, chorizos y morcillas no catados desde hace ocho meses). Pues eso, que miel sobre hojuelas. Lo que está claro es que, en la Gran Manzana, puedes intuir qué vas a desayunar, pero lo que tengas en la panza a la hora de acostarte... eso ya es un misterio y harina de otro costal.

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