lunes, 24 de septiembre de 2012

Cita robada en el Waldorf Astoria

Durante el intermedio de una ceremonia de entrega de premios que estás cubriendo con el espíritu lúdico-jovial de una ostra, un neoyorquino desconocido embauca a unos cocineros del Waldorf Astoria para que le suministren de estrangis dos solomillos de ternera con salsa por los que, usualmente, te sablarían cincuenta pavos la unidad, y dos
postres de fresas con chocolate. 
Roba cubertería de una mesa destinada a invitados legítimos y dos botellines de agua. Por los corredores correspondientes al personal de servicio, te arrastra hasta uno de los palcos superiores desde los que se domina el salón principal. 
A escondidas (porque si su jefe se entera, se meterá en serios problemas, según sus palabras), te "invita" a cenar lo que se ha agenciado por el morro. 
-No es justo que ellos estén comiendo y nosotros, que estamos trabajando, nos estemos muriendo del hambre -argumenta todo convencido.
-Por supuesto que no -le apoyo, acalorada-. Encima están cenando a costa de premiar iniciativas para atajar el subdesarrollo... y nosotros aquí... starving...
Y con nuestra teoría sobre el reparto alimentario bien construida, seguimos masticando. Sin remordimientos.

Conversa contigo de finanzas y la burbuja inmobiliaria española mientras devoras el solomillo (que vale los cincuenta pavos sangrantes que te pedirían por él), al tiempo que controlas los contados minutos que te quedan para volver al curro, como en el clásico "aquí te pillo, aquí te mato". 
Y, cuando acabas de engullir el último bocado y te levantas para marcharte y seguir grabando, te tiende la mano y te pregunta: "¿A que ha estado bien la cita?".
 
¿Bromeas? Clandestinidad, un hotel de lujo, ternera de primera y todo por sorpresa. Yo diría que sí. 
Una vez más, la película se llama Nueva York, amigos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario