postres de fresas con
chocolate.
Roba cubertería de una mesa destinada a invitados legítimos y
dos botellines de agua. Por los corredores correspondientes al personal de
servicio, te arrastra hasta uno de los palcos superiores desde los que
se domina el salón principal.
A escondidas (porque si su jefe se entera,
se meterá en serios problemas, según sus palabras), te "invita" a cenar
lo que se ha agenciado por el morro.
-No es justo que ellos estén comiendo y nosotros, que estamos trabajando, nos estemos muriendo del hambre -argumenta todo convencido.
-Por supuesto que no -le apoyo, acalorada-. Encima están cenando a costa de premiar iniciativas para atajar el subdesarrollo... y nosotros aquí... starving...
Y con nuestra teoría sobre el reparto alimentario bien construida, seguimos masticando. Sin remordimientos.
Conversa contigo de finanzas y la
burbuja inmobiliaria española mientras devoras el solomillo (que vale los
cincuenta pavos sangrantes que te pedirían por él), al tiempo que
controlas los contados minutos que te quedan para volver al curro, como
en el clásico "aquí te pillo, aquí te mato".
Y, cuando acabas de
engullir el último bocado y te levantas para marcharte y seguir
grabando, te tiende la mano y te pregunta: "¿A que ha estado bien la
cita?".
¿Bromeas? Clandestinidad, un hotel de lujo, ternera de primera y todo por sorpresa. Yo diría que sí.
Una vez más, la película se llama Nueva York, amigos.
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