lunes, 10 de septiembre de 2012

Cuento neoyorquino del templo de la moda

Las cariátides estaban desconcertadas. Con la excusa absurda de que el estilo jónico se había quedado obsoleto desde los tiempos de Pericles, las habían hecho abandonar la acrópolis de Atenas y las habían despojado de sus peplos. Y allí estaban. En un torpe intento de actualizarse, en el Lincoln Center, luciendo palmito enfundadas en la alta costura de un diseñador llamado Ángel Sánchez. Víctimas propiciatorias ofrecidas en el altar de la Semana de la Moda de Nueva York. Se sentían ridículas. Pero permanecían igual de quietas que en Grecia. Igual de hieráticas que hace 24 siglos. Igual de profesionales que una columna. Igual de sin sonrisa. Todavía allí notaban el peso del arquitrabe del Erecteion sobre sus cabezas. Por eso no se movían. Sabían que, si lo hacían, el templo entero se les caería encima.

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