Después de meses dándole esquinazo al vía crucis de hacer una excursión a Ikea para comprar una estantería en la que depositar los libros que hasta ahora se hacinaban en cajones, se ocultaban en armaritos y se amontonaban en precarias torrecillas erigidas en rincones indignos y aleatorios de la casa, ayer por la noche, la montaña decidió cortar por lo sano y apostarse frente al portal de Mahoma en forma de una alacena de mimbre abandonada que parecía construida ad hoc para darle hogar a tanta página desamparada. Y ahora aquí está. En el salón, cabía justo en el hueco. Atiborradita de libros. Ahora sí, por fin, la casa es casa.
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