miércoles, 7 de enero de 2015

Que nos quiten lo reído

A medida que me he hecho mayor, me he dado cuenta cada vez con más nitidez de que el sentido del humor es un privilegio de los inteligentes. Los que no se toman la vida demasiado en serio son afortunados y se enteran bastante mejor de qué va esta película.
El síntoma de que una sociedad ha evolucionado, ha superado sus complejos, sus traumas de niño de pecho y su ignorancia es que sepa reírse de sí misma. Y de las demás sociedades. Y que sepa encajar que se rían de ella.
El sentido del humor nos enseña a quitarnos importancia (y eso relaja mucho), a salir de nosotros mismos, de nuestras certezas, comodidades y apoltronamientos. Nos cuestiona, nos pone en entredicho y también pica pica en las narices para que estornudemos. Sólo así se puede mejorar.
A las épocas de esplendor les siguen las de decadencia y, con ellas, impepinables y de la mano, la sátira, la burla. Por instinto de supervivencia. Porque la risa es un mecanismo emético para sanar y purgar las sociedades, el único revulsivo capaz de sacudirnos las telarañas, los vicios adquiridos, las inercias, las ridiculeces enquistadas, a las que las carcajadas logran poner en paños menores delante de todo el mundo.
La risa es el mejor antídoto contra el engreimiento miope, contra esas verdades absolutas que son nitroglicerina pura. Y quien ha de responder al humor con balas se retrata a sí mismo: demuestra que no ha alcanzado aún el privilegio evolutivo de saber reírse. Todavía se halla anclado en esa fase primitiva del que no sabe entender las bromas.
Y el terror es sin duda un arma poderosa. Pero no nos engañemos. Es el recurso último y desesperado de los que no tienen bazas con las que jugar. Es el recurso de los débiles, de los cobardes, de los cortos. Los cortos de miras y de agallas.
Así pues, lloremos hoy. Lloremos mucho. Probablemente, también lloraremos mañana y pasado, que esta guerra promete ir para largo. Pero no dejemos nunca de reírnos. No renunciemos jamás a ese derecho que hemos conquistado a través de siglos de la cultura que nos define, ese derecho que es nuestro y con el cual, como civilización, ya tenemos mucho ganado. Que el burdo terror no nos impida ser quienes somos, ni decir lo que queremos, ni reírnos de lo que nos peta. Ésa será nuestra victoria. También la de quienes hoy se fueron.
Las balas hacen ruido, pero lo importante es que sepamos reírnos más alto. Es el mejor homenaje que podemos rendir a quienes se atrevieron a luchar con sonrisas y lapiceros. A fin de cuentas, que nos riamos, visto lo visto, es lo que más les jode. Porque saben que alguien ha dicho un chiste en la sala pero los pobres bárbaros no lo entienden.
Ahora y siempre, quien ríe el último, ríe mejor. Y quien se ríe, gana siempre.


No hay comentarios:

Publicar un comentario