jueves, 20 de diciembre de 2012

Todo lo que empieza...

¿Cómo se dice adiós a Nueva York? Vine con una canción de Alicia que, con sus "keys", me abrió las puertas de la ciudad. Me voy con "Leaving New York never easy", de Rem, que define lo que supone marcharse de esta ciudad. Mi última noche, le voy a escribir, que es lo mismo que vivirla. Después, le haré caso a este letrero de la estación de metro de Times Square, que lleva un año diciéndome: 

Para mí, Nueva York es el edificio Chrysler. El primero que me recibió, sin siquiera presentarse. Como el anfitrión del baile que te acompaña toda la velada sin revelar su identidad hasta que el baile acaba. Aquel primer día, alcé la cabeza y él me saludó guiñándome con complicidad sus ojos llenos de luz. Le dije: "Monumento, me has gustado. Si te parece bien, me quedaré aquí charlando contigo esta noche, y las 364 que están por venir. Luego me marcharé, pero lo haré para no traicionarte, para no cambiarte. Porque de eso trata Nueva York, ¿no? De gente que llega, da lo mejor de sí misma para intentar cumplir un deseo, convirtiendo a esta ciudad, con tantas almas intentándolo a la vez, en la tierra de los sueños, y luego ceden el relevo a los siguientes y se van en silencio, sin que nadie llore por ellos. A algunos, en ese pulso, la ciudad los aúpa, sobre los hombros de sus rascacielos. A otros, los destroza, empujándolos desde el último piso. A todos les deja una huella profunda.

Una amiga que también vivió aquí, y que, a su vez, se fue, me dijo hace unos meses: "Nueva York siempre te hace una herida".
Le repliqué: "A mí no me ha hecho ninguna" -pavoneándome de las buenas migas que la urbe y yo habíamos entablado desde el principio, jactándome de nuestro flechazo a primera vista.
Mi amiga me miró con la misericordia que siempre hay en la mirada de quienes saben algo que tú aún no sabes, y dictaminó: "No, a ti probablemente te la haga cuando la dejes". 
Ten points para la chica lista.
Pero ésta es una derrota pírrica, porque he probado la sangre que mana de la herida, y es dulce. Porque sé que volveré a Nueva York, no sé cuándo ni en qué circunstancias, pero encararé al Chrysler y le diré: "No me mires así de sorprendido, levantando esas cejas tan arqueadas que tienes. Aquí estoy de nuevo, monumento. Siempre vuelvo a por las cosas que me gustan".
Y, acto seguido, cogeré la línea naranja del metro, rumbo a la parte alta de Manhattan, a mi Harlem negro, y lo sabré: "Sí, aquí también. En Nueva York también está mi casa".

Hasta siempre, Gran Manzana. Te he dado un buen mordisco, pero no me guardes rencor, porque el trozo que te he quitado, a ti te volverá a crecer, y a mí me ha hecho más rica. Gracias por no estar envenenada. Y, si lo estabas, por permitir que el veneno me haya sentado bien.

Gracias a la familia neoyorquina que dejo detrás y de la que me hallo tan orgullosa. Nunca os olvidaré. 
Y a vosotros, por haber estado al otro lado, por haberme acompañado en este viaje, por caber en mi maleta. Sabiendo que me escuchabais, siempre con interés y cariño, construir nuevasdesdenuevayork, vivir estas aventuras, ha sido el doble de divertido. Las he vivido dos veces. Espero la próxima parada con ilusión. Desde allí, seguiremos informando. Nos vemos en las páginas (y espero que, a muchos de vosotros, en persona). Cambio y corto.

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