jueves, 27 de agosto de 2015

Los jóvenes de siempre

Dos chavales sentados en un banco, vislumbrados apenas de refilón al pasar. A ojo de buen cubero tendrán diez años menos que yo, pienso con sobresalto. Tal vez no tantos. Tal vez ocho. Ella y él. Discutiendo a gritos sobre la imposibilidad o no de "cambiar una realidad". ¿Cuál? La que sea. Da igual. Lo que importaba era el tono. Lo he reconocido de inmediato. Era el que empleábamos yo y algún otro que pasó la adolescencia y sus secuelas discutiendo a gritos conmigo sobre lo mismo que estos dos. Una estrategia, en el fondo, para ligar (malísima, por cierto; de hecho, a punto he estado de acercarme adonde estaban ellos para advertirles "si lo que queréis es enrollaros, que sepáis que vais fatal", pero al menos, en el intento, aprendías a pensar y a sostener tus posturas como Dios manda aunque sólo fuera por llevarle la contraria al otro y ponerle más picante al asunto).
Ahora yo ya no grito tanto. Puede que aún de tarde en tarde. Pero puede que ya no tan alto. Puede que no ya con la misma pasión. Está claro que los de detrás vienen empujando. Me han hecho sentir reconfortada.
Pero también muy vieja.

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