lunes, 25 de marzo de 2013

El político contra el profesor

No doy crédito. En redes sociales he leído que otros tampoco dan crédito. Y ésa es la única esperanza que nos queda. Si un día leemos que las nuevas generaciones de un partido político instan a los alumnos a denunciar a profesores que “adoctrinen”, y permanecemos indiferentes, habremos llegado a ese punto en el que podemos darnos por perdidos. Perdidos como demócratas. Perdidos como ciudadanos. Perdidos como sociedad.

Lo único que me consuela es que aún dispongamos de un resorte que salta ante una iniciativa como la lanzada hoy por las nuevas generaciones del PP, que desprende un indeleble regusto a amenaza. El lenguaje coloquial, pretendidamente desenfadado, con el que exhortan al alumno a que no permita que le “líen”, no logra encubrir el tinte siniestro que emana del asunto. Ese “hemos puesto en marcha un mecanismo mediante el cual los estudiantes tienen la oportunidad de hacernos llegar sus quejas, de forma totalmente anónima, para que nosotros las traslademos a los organismos competentes” rezuma un tufo a tiranía verdaderamente pestilente. De algo realmente podrido. Podrido porque los aparatos de dominio al servicio del poder basados en delaciones y chivatazos son un invento muy viejo. Así a bote pronto, se me ocurre como ejemplo la Inquisición, que ya se valía de un sistema de miedo, odio o envidia al diferente para engrasar sus potros de tortura en nombre de la fe. Y, sin irnos tan lejos, el exponente palmario de este entramado represivo es el siglo XX, en el que todo régimen dictatorial que se preciara contaba con su correspondiente red de soplones, calentita y abierta las 24 horas.

Tras la Declaración de los Derechos Humanos y demás documentos aprobados por la comunidad internacional como medidas de prevención contra los horrores que nos legó el siglo XX, parecía que estaba superada la época en que los órganos de poder se aprovechaban del ciudadano para que oprimiera a su vecino (última y más repugnante forma de sojuzgamiento del débil a manos del fuerte, porque convierte a la sociedad en su propio verdugo). Y resulta que no. Que la mula vuelve al trigo. Y la cabra tira al monte. Porque, mira qué ironías, son precisamente las nuevas generaciones políticas, nuestros futuros dirigentes, los que han pergeñado esta perversa trampa que nos han querido hacer tragar a la chita callando. En nombre de la libertad de expresión, nada menos. Qué fácil es manipular las cosas (o violarlas, o robarlas, o saquearlas o asesinarlas) cuando se enarbola un concepto noble que sirva de escudo. Y esta maniobra política tan rancia (en todos los sentidos) la han perpetrado ellos: la sangre nueva de la partitocracia española. Si nos quejamos de lo que tenemos ahora, los que vienen detrás pintan bastos. Son, cuando menos, prometedores. No se preocupen el señor Rajoy y compañía, que, algún día, habremos de invocar aquello de “otros vendrán que bueno te harán”.

Retórica caciquil y espíritu mezquino. Todo envuelto en esa ambigüedad tan propia de las dictaduras. Un sello de identidad inherente. Marca de la casa inconfundible, ya sea la estalinista, la nacionalsocialista, la franquista o la cubana. ¿Qué es eso de trasladar la denuncia a los “organismos competentes”? ¿Qué organismos son esos? ¿A quién representan? ¿A las órdenes de quién trabajan? ¿De qué poderes están investidos? ¿Pueden tomar represalias? En caso de que sea así, ¿en qué se traducirían? ¿Qué les pasaría a los que las sufrieran?

Más nos vale como ciudadanos que formulemos todas esas preguntas. Y que no consintamos que nos dejen sin respuestas. Debemos exigir al que tira la piedra que enseñe la mano. Y, si no nos gusta, como pueblo tenemos el derecho y el deber de maniatarlo, antes de que le dé tiempo a montar algun desaguisado. Si no, lo próximo podría ser la Gestapo, Goebbels o la Lubianka. Podréis acusarme de exagerada. Pero nuestros predecesores no eran más tontos o más ingenuos que nosotros. Ellos tampoco lo vieron venir. La única ventaja con la que contamos es que podemos escarmentar en cabeza ajena: en la de aquellos que nos antecedieron. Ya que nos dejaron su triste experiencia, no la echemos en saco roto: no seamos ese animal que tropieza siempre en la misma piedra. Aprendamos de la historia.

Lo que pretenden hacer desde el PP de Castellón es un ejercicio coercitivo de libro: amordazar a los profesores o, lo que es lo mismo, acallar a los que enseñan a pensar, a los que pueden despertar a los borregos. Por eso, aquí y en la China, ahora y siempre, los profesores son y serán los más peligrosos, los más molestos. La crisis más grave no es la económica, sino la del pensamiento. La ruina definitiva de un país no viene dada por la quiebra de sus bancos, sino por la bancarrota de sus mentes. Sólo hablamos del rescate financiero. No debería preocuparnos menos que los maestros alguna vez lleguen a ser rehenes. Ese precio sí es alto.

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