No doy crédito. En redes sociales he leído que otros tampoco dan
crédito. Y ésa es la única esperanza que nos queda. Si un día leemos que
las nuevas generaciones de un partido político instan a los alumnos a
denunciar a profesores que “adoctrinen”, y permanecemos indiferentes,
habremos llegado a ese punto en el que podemos darnos por perdidos.
Perdidos como demócratas. Perdidos como ciudadanos. Perdidos como
sociedad.
Lo único que me consuela es que aún dispongamos de un resorte que
salta ante una iniciativa como la lanzada hoy por las nuevas
generaciones del PP, que desprende un indeleble regusto a amenaza. El
lenguaje coloquial, pretendidamente desenfadado, con el que exhortan al
alumno a que no permita que le “líen”, no logra encubrir el tinte
siniestro que emana del asunto. Ese “hemos puesto en marcha un mecanismo
mediante el cual los estudiantes tienen la oportunidad de hacernos
llegar sus quejas, de forma totalmente anónima, para que nosotros las
traslademos a los organismos competentes” rezuma un tufo a tiranía
verdaderamente pestilente. De algo realmente podrido. Podrido porque los
aparatos de dominio al servicio del poder basados en delaciones y
chivatazos son un invento muy viejo. Así a bote pronto, se me ocurre
como ejemplo la Inquisición, que ya se valía de un sistema de miedo,
odio o envidia al diferente para engrasar sus potros de tortura en
nombre de la fe. Y, sin irnos tan lejos, el exponente palmario de este
entramado represivo es el siglo XX, en el que todo régimen dictatorial
que se preciara contaba con su correspondiente red de soplones,
calentita y abierta las 24 horas.
Tras la Declaración de los Derechos Humanos y demás documentos
aprobados por la comunidad internacional como medidas de prevención
contra los horrores que nos legó el siglo XX, parecía que estaba
superada la época en que los órganos de poder se aprovechaban del
ciudadano para que oprimiera a su vecino (última y más repugnante forma
de sojuzgamiento del débil a manos del fuerte, porque convierte a la
sociedad en su propio verdugo). Y resulta que no. Que la mula vuelve al
trigo. Y la cabra tira al monte. Porque, mira qué ironías, son
precisamente las nuevas generaciones políticas, nuestros futuros
dirigentes, los que han pergeñado esta perversa trampa que nos han
querido hacer tragar a la chita callando. En nombre de la libertad de
expresión, nada menos. Qué fácil es manipular las cosas (o violarlas, o
robarlas, o saquearlas o asesinarlas) cuando se enarbola un concepto
noble que sirva de escudo. Y esta maniobra política tan rancia (en todos
los sentidos) la han perpetrado ellos: la sangre nueva de la
partitocracia española. Si nos quejamos de lo que tenemos ahora, los que
vienen detrás pintan bastos. Son, cuando menos, prometedores. No se
preocupen el señor Rajoy y compañía, que, algún día, habremos de invocar
aquello de “otros vendrán que bueno te harán”.
Retórica caciquil y espíritu mezquino. Todo envuelto en esa
ambigüedad tan propia de las dictaduras. Un sello de identidad
inherente. Marca de la casa inconfundible, ya sea la estalinista, la
nacionalsocialista, la franquista o la cubana. ¿Qué es eso de trasladar
la denuncia a los “organismos competentes”? ¿Qué organismos son esos? ¿A
quién representan? ¿A las órdenes de quién trabajan? ¿De qué poderes
están investidos? ¿Pueden tomar represalias? En caso de que sea así, ¿en
qué se traducirían? ¿Qué les pasaría a los que las sufrieran?
Más nos vale como ciudadanos que formulemos todas esas preguntas. Y
que no consintamos que nos dejen sin respuestas. Debemos exigir al que
tira la piedra que enseñe la mano. Y, si no nos gusta, como pueblo
tenemos el derecho y el deber de maniatarlo, antes de que le dé tiempo a
montar algun desaguisado. Si no, lo próximo podría ser la Gestapo,
Goebbels o la Lubianka. Podréis acusarme de exagerada. Pero nuestros
predecesores no eran más tontos o más ingenuos que nosotros. Ellos
tampoco lo vieron venir. La única ventaja con la que contamos es que
podemos escarmentar en cabeza ajena: en la de aquellos que nos
antecedieron. Ya que nos dejaron su triste experiencia, no la echemos en
saco roto: no seamos ese animal que tropieza siempre en la misma
piedra. Aprendamos de la historia.
Lo que pretenden hacer desde el PP de Castellón es un ejercicio
coercitivo de libro: amordazar a los profesores o, lo que es lo mismo,
acallar a los que enseñan a pensar, a los que pueden despertar a los
borregos. Por eso, aquí y en la China, ahora y siempre, los profesores
son y serán los más peligrosos, los más molestos. La crisis más grave no
es la económica, sino la del pensamiento. La ruina definitiva de un
país no viene dada por la quiebra de sus bancos, sino por la bancarrota
de sus mentes. Sólo hablamos del rescate financiero. No debería
preocuparnos menos que los maestros alguna vez lleguen a ser rehenes.
Ese precio sí es alto.
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