martes, 15 de enero de 2013

Cuento eibarrés del check-in con overweight

-¿Sabes? Hace un año me marché. Sí, me marché. Pero ¿sabes qué hice? Pues te facturé con el resto del equipaje. Soy así de burra. La empleada de las aerolíneas rusas frunció el ceño y me advirtió: “Lleva usted sobrrrrepeso”. No me importó. Lo pagué. Le dije desafiante: “Y ni se les ocurra perderme la maleta. Me la subo conmigo a la cabina si hace falta”.
Después de un año, regresé. Y me obstiné, en el viaje de vuelta, en traerte otra vez. Me encontré con la misma empleada de las aerolíneas rusas, que insistió: “Lleva usted sobrrrrepeso”. Le repliqué: “¿Y qué?”. Enarcó la ceja y apostilló: “Es usted una terrrrca”. Me reí. “No lo sabes bien”.
Pero ya valió. No puedo seguir cargando con una maleta que me dobla en peso, arrastrándola por un aeropuerto en el que no me espera nadie. No soy Tom Hanks. No puedo quedarme a vivir en una terminal. Sale muy caro desayunar allí todos los días. Por no hablar del precio del desodorante o del Kit Kat.
Por eso, hoy volví al mostrador de la aerolínea, y la empleada se crispó: “¿Usted de nuevo porrr aquí? ¿Cuántos kilos de más va a facturrrrarrrr esta vez?”.
“Ninguno”, le contesté. Quise hacer bailotear mis dedos delante de sus narices, para demostrarle que los tenía libres y vacíos, pero no pude. En lugar de brazos, de pronto tenía alas. Tanto mejor. “¿Ve? Con las plumas no se puede agarrar ni el asa de una maleta. Por no llevar, no llevo ni equipaje de mano. Porque ya no tengo manos”.
“¿Y entonces qué quiere?”, se impacientó la rusa.
Le sonreí: “¿Cuándo sale el próximo vuelo?”.

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