domingo, 11 de noviembre de 2012

Llegó con tres heridas: la de la vida, la de la muerte, la del periodismo

Estos días tengo una llaga en la boca que se llama periodismo y que se llama "El País". 129 despidos. Se suman a un drama caudaloso que va ya para largo. Tras un mes de negociaciones, el último intento de presión fue la huelga. Y aun así, el periódico salió. Ése es el gran fracaso. Aquellos días de noviembre, "El País" no habría tenido que llegar jamás ni a los quioscos ni a las pantallas.

Éste es todo el argumento que necesitaban para justificar los despidos. Como no podía ser menos, en la tribuna de hoy, lo esgrimen. Como para no. Servido les viene en bandeja. "La redacción de EL PAÍS llevó a cabo tres días de huelga como protesta por las medidas anunciadas, en defensa de sus intereses y en apoyo a su comité de empresa. Cerca del 80% de la plantilla la siguió. Pese a ello, el diario salió a la calle, aunque perjudicado en su calidad, y mantuvo en permanente actualización las versiones de la web, que obtuvieron un tráfico récord durante dichas fechas".

Al menos tienen la vergüenza torera de admitir la merma en la calidad. Tras la coletilla con retintín de que la web obtuvo "un tráfico récord", se olvidan de apostillar que, quizás, ese pico de audiencia se deba a que la gente se quiere enterar de los abusos. El caso es que no les culpo de que se hayan defendido así. Aquellas jornadas tuvo que haberse producido una huelga de bolis caídos. Que paren las máquinas. Que junte letras su tía Lola. Dejarlas de juntar hoy, para poder juntar más y mejor mañana.

Lo peor que puede pasar es que creas tener un derecho que, en realidad, no puedes ejercer. Y el derecho a la huelga está viciado, por el miedo o la desesperanza de que vaya a cambiar algo. Y entonces poseer ese derecho es lo mismo que blandir papel mojado. Está vacío de contenido. Deslegitimado. Y la gran tragedia de nuestros días es que, con tal de seguir trabajando (y más aun en algo "de lo tuyo", que eso ya es la repanocha de los privilegios) , bajamos a remar a galeras y, encima, damos las gracias. Si no te gusta, hay 1.000 más en la puerta que lo harán por ti y por la mitad de precio. Y que pondrán el culo para que les den por detrás si se tercia. Nos tienen cogidos.

Damos por supuesto que la información saldrá, por arte de birlibirloque. Saldrá, pero os digo a costa de qué: de jornadas laborales que se extienden hasta tierras sin colonizar, de trabajar cuando no toca, de situaciones precarias, de sueldos de miseria, de recursos inexistentes, de malabares y milagros, de falta de dignidad. De que los medios de comunicación se conviertan en prostíbulos donde te abres de piernas por dos perras gordas.

Y el buen periodismo, el que busca el rigor, no es una conquista de facto, que podamos dar por hecha y acabada. Y no pocas veces lo olvidamos. Portadas como la que llevaba esta misma semana "La gaceta", con un titular que decía "Será constitucional, pero no es matrimonio", en alusión a la decisión del Tribunal Constitucional sobre los matrimonios homosexuales, prueba que escribir panfletos es fácil. Hacer periodismo de verdad no lo es. Y no quiero decir con esto que "El País" sea perfecto, ni mucho menos. Pero al menos tiene la vocación de informar con unas garantías de deontología y profesionalidad, que no son sino un refinamiento alcanzado por las sociedades democráticas. Eso, y no "trabajar de lo tuyo", es el verdadero privilegio. Uno que nos hemos ganado y al que, en ningún caso, deberíamos renunciar.

Lo único que puedo decir a los que recibieron un email cobarde en el que se les notificó que se prescindía de sus servicios es que el capital más valioso no se lo queda la empresa. Se lo llevan ellos: el buen periodismo. Y que la solución no pasa por claudicar, ni abjurar de la profesión, por mucho que, cada vez más, en vez de una profesión parezca una causa perdida. Pero es lo que tienen las causas perdidas, ¿no? Una vez que te enamoras de ellas, estás jodido, amigo: te quedas pillado por mucho que duelan. A fin de cuentas, ni ahora ni nunca ha sido éste un oficio de cínicos. Y la prueba es que ya lo dijo en su momento Ryszard Kapuscinski. Y, ya que estamos citando a hombres sabios, termino con una frase de Carlos Fuentes que leí esta semana, por si sirve de algo:
"Empecé a escribir para vivir [aunque ahora sea una hazaña]. Seguí escribiendo para no morir [y esto es tan cierto ahora como el día en que alguien juntó dos letras por primera vez y nos condenó a los demás a llegar con tres heridas: la de la vida, la de la muerte y la del periodismo].

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