jueves, 16 de abril de 2020

¿Qué estás mirando?

Aquellas videollamadas grupales de los jueves le alegraban la cuarentena. O la vida. Que ya eran lo mismo. Qué alborozo que de pronto, como por arte de e-magia, se le apiñaran en la pantalla los rostros queridos, borrosos, pixelados. Y qué pellizco en la tripa cuando, entre todas las caritas, se dibujaba la de él.

En esos tiempos lejanos en que los enamoramientos todavía se fraguaban en persona, de buena gana se habría pasado las horas muertas mirándolo, pero el reparo de hacerse incómoda siempre la acababa disuadiendo; de carne y hueso lo había escrutado a hurtadillas, en instantes robados al descuido, y en cuanto él le devolvía el vistazo, se apresuraba a retirárselo. Aquí no ha pasado nada. Ante todo, no me vayas a pillar.

En cambio ahora, sin recatarse en absoluto, lo contemplaba a su sabor. Amparada por la distancia, parapetándose tras una app, la barbilla apoyada en la mano con deleite, se recreaba en la porción de cristal templado que había convocado su pelo, su barba, sus gafas, sus facciones. Y aquellas manos nudosas que gesticulaban de cuando en cuando.

Espía más indiscreta y golosa no la ha habido, que en verdad se lo comía con los ojos. No perdía ripio, mientras, ajenos por entero a tanto arrobo, los demás parloteaban y presumían del último bizcocho que habían horneado.

Eso sí, las labores de escrutinio, por absorbentes que resultaran, no le impedían, además, fantasear. Lo observaba y albergaba la esperanza de que él la estuviera observando a ella con el mismo afán. Pues, ¿acaso de repente no se quedaba también embobado, con la vista prendida, y una media sonrisa que se le colaba en la boca sin causa aparente? Pero claro, ¿cómo adivinar qué narices se la había provocado? ¿De qué forma averiguar si ella ocupaba el pedacito de pantalla al que sus ojos salían a bailar?

En ocasiones, intentaba atrapar algún indicio, tendiéndole trampas. Bostezaba, o cambiaba de postura, a ver si él cambiaba la suya o bostezaba, de modo que el efecto espejo le confirmase que aquel acecho era mutuo. Un jueves, estalló en carcajadas y, acto seguido, su deseado comenzó a reírse como un descosido al otro lado del 4G. Se le calentó el corazón.

Sin embargo, frente a estas ilusiones, ninguna certeza. La de conjeturas que se habría ahorrado si hubiese estado al corriente de que él siempre minimizaba la ventana y dejaba la conversación en segundo plano. Cuántas cábalas se habría evitado de saber que lo que examinaba con tanto interés era un estadillo de Excel con las facturas del último mes.

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