martes, 17 de abril de 2018

"Me congratula..."

Cuando tenía 10 años, escribí un cuento que trataba sobre la vida de un paraguas. En él desgranaba sus desdichas cotidianas, las expectativas que encerraba para él un día de lluvia, y le inventé una parentela en la que figuraban la sombrilla y el bastón. Quedó bastante simpático, de modo que mis padres me animaron a enviarlo a un concurso de relatos cortos, en la categoría junior, que organizaba la Biblioteca Municipal de Alagón, un pueblito a poco más de veinte kilómetros de Zaragoza.

Aún recuerdo aquella mañana de sábado en la que mi padre subió a casa con el correo y me anunció que había una carta a mi nombre. Abrió el sobre con pose de intriga y comenzó a leerla en voz alta. Fue así como me enteré de que mi cuento sobre la vida del paraguas había ganado el primer premio. "Nos congratula comunicarle...". Nunca había escuchado el verbo congratular, pero enseguida intuí que significaba algo muy bueno. Desde entonces, siempre asocio esa palabra con noticias bonitas. Porque ésa lo fue, y mucho. Era, ni más ni menos, la primera vez que alguien (sin ser de mi familia) creía que sí, que mis historias podían merecer la pena. Y lo que me dio fe a mí para creerlo también.

Lo confirmaban las 20.000 pesetas (en efecto, pesetas, modo viejuno-arcaico on) que, a su juicio, valía el cuento. Eso sí, había una condición: tenía que gastarlas en libros. Si me conocéis, deduciréis que a este ratón impenitente de biblioteca el requisito no le supuso ningún problema. El 23 de abril, día glorioso donde los haya por serlo del Libro y de Aragón, celebraron en el Ayuntamiento una ceremonia, que se me antojó grande, solemne y emocionante, (¡toda una fiesta literaria!) en la que me entregaron el premio. 

Las librerías de Zaragoza que canjeaban el cheque eran dos: la Central y la París. Y allá que me encaminé poco después con mi padre, erigido en asesor literario, porque semejante montante no se trataba de una inversión menor. Había que escoger los volúmenes con tino, y, para evitar el atracón de celulosa, fueron varios los viajes que tuvimos que hacer a esos santuarios de la letra. En todos salimos cargados con bolsas llenas hasta los topes, de páginas (las de "La flecha negra", de Stevenson, "El conde de Montecristo", de Dumas, o las del verde de Harry Potter, "La cámara secreta"), con las que comencé a nutrir mi propia biblioteca, esa que ha sido siempre compañera, amiga y maestra. La que, en fin, me alentó para seguir escribiendo, apoyada en todos los que se habían consagrado a ello antes que yo, enseñándome, guiándome, haciéndome feliz.

Y esta batallita, ¿a santo de qué?, preguntaréis llegado este punto. Pues al de que este lunes, 23 de abril, glorioso día del Libro y Aragón, 18 años después (toda una mayoría de edad) de aquel sábado en el Ayuntamiento de Alagón en el que empecé a creer que el sueño era posible, estaré firmando por la mañana mi segunda novela, "El color de la luz", en la caseta de una librería zaragozana. ¿Adivináis cuál? Pues sí, casualidades de la vida, una que tiene nombre de capital francesa. Una que, a cambio de 20.000 pesetas, le puso cimientos a la vocación de una niña que quería ser escritora. 

La vida a veces tiene puntazos. ¿Que no?

PD: la firma de por la tarde en el estand de la Casa del Libro también molará un montón. ¡Estaré encantada de veros por allí!

PD2: Por si a alguien le queda la duda, 20.000 pesetas son 120 euros. De nada.







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