martes, 28 de junio de 2016

El hueco encima de tu clavícula

Si un genio bueno estuviera por la labor de cumplirme un deseo, acaso pidiese no más que un hueco. Un hueco sobre tu clavícula. Un hueco.
Donde reposar la pobre cabeza loca de los quebraderos, donde derramar los cabellos. Un hueco en el que ser inundada por el sueño. Ese hueco donde las aguas se quedan tranquilas. Donde todo se queda muy quieto. Adonde el placer se marcha a gozar el descanso del guerrero. 
Sobre tu clavícula. Un hueco. Un nido para el pájaro que está de regreso. Donde tenderse con las cigarras a desgranar los cuentos con que pasar el invierno.
Ese hueco donde las cosas no siguen un orden pero encuentran su concierto. Un hueco. Uno que está tan lleno. De mar en calma. De flan de huevo. De murmullos que te palpitan por dentro y que, misteriosamente, voy yo y entiendo. Tu clavícula. Y ese hueco.
El que huele a casa, el que sabe a cielo. Donde todos los males se quedan en cueros. Hecho de piel y hueso. Almacén de besos.
Donde el nenúfar busca su asiento, y los grillos conjuran a la noche con todo su aliento. Donde el calor es dulce... ¡ay, ese hueco! Donde no quema el fuego ni se siente el silbido del viento. Donde el miedo se hace tiras para trapos. Clavícula de neopreno. Protegiendo ese momento. En el que nos volvemos eternos. Tú y yo. Si pasamos por el hueco.
El hueco donde el tren se mete, apagando las luces, yéndose a la cama, desairando al reloj, con la certeza de que por fin cumplió: ya llegó el viajero. A tu clavícula. A su hueco.
No ha vivido realmente quien no lo haya tenido, porque acaso en eso pueda resumirse el mundo entero. Una coda. Qué raro. La gente adjetivando sin parar, buscándole las vueltas al sustantivo de la felicidad... cuando lo único que queremos es tan sólo una clavícula. No más que un hueco.

lunes, 13 de junio de 2016

La batalla perdida

La verdad, no sé qué demonios pretendías al entrar a matar en un sitio donde la gente sólo se moría por vivir.
Según parece, te impulsaba la desfachatez de pensar que podías dar lecciones de cómo y a quién es lícito amar. Tú. El que estaba comido por el odio. No me digas que no es una ironía insultante.
Tal vez, en algún momento, hayas sabido de qué iba todo eso del querer. A tu madre. A un hermano. A un perro. Yo qué sé. Pero lo que está claro es que llegaste a olvidarlo por completo. Si no, si te hubiera quedado en la sesera una mínima sombra, tan sólo una reminiscencia huidiza, jamás habrías hecho lo que hiciste. Y, sin embargo, creíste -mil veces maldita chaladura- que, desde tu odio, podías pontificar sobre algo que ya no entendías.
Más te habría valido empeñarte en aprender -o en recordar, si es que alguna vez lo supiste- cómo se hace. Lo de amar y que te amen. En lugar de alimentar ese odio que es estéril, que arde por fuera pero que está vacío por dentro.
Porque la mala noticia para ti es que no ha servido para nada. Sí, te has cargado a cincuenta. Y luego podrá venir otro como tú que asesine a ¿cuántos más? ¿Otros cincuenta? ¿Cien? ¿Dos mil? Los que sean. Los que os propongáis. Nunca será suficiente.
Quizás sea vuestro odio ciego y estúpido el que os haya hecho desconocer ya la naturaleza del sentimiento que queréis destruir, pero ¿no os dais cuenta de que estáis intentando acabar con una hidra? Le cortaréis una cabeza. Crecerán otras veinte. Y es que, aunque a vosotros os repatee, los seres humanos van a seguir saliendo las noches de sábado, a buscarse, a hacerse compañía, porque de eso, y no de otra cosa, trata esta película, y es la única parte de la trama que nos quedamos interpretando hasta el final. Es inevitable. Porque incluso una brizna del amor peor querido merece infinitamente más la pena que el más implacable de los odios. Y por eso la gente va a seguir queriéndose. Como le pida el cuerpo. A quien más le tire el corazón. A pesar tuyo. A pesar vuestro.
Así pues, menuda lástima la de vuestras pobres vidas. Qué triste empeñarlas en una batalla que de antemano está tan perdida.

Bonita casualidad



A veces, al azar no le queda más remedio que sorprenderte por la espalda. Porque, si le haces frente, corres el riesgo de acabar viviendo conforme estaba previsto





viernes, 10 de junio de 2016

Debatid, malditas, ¡debatid!

Lo que tienen las vacaciones es que desconectas. Y cuando vuelves a enchufar todos los aparatos, te enteras de que, durante tu apartamiento del mundanal ruido, al mundo le ha dado tiempo a organizar una especie de cosa a la que ha denominado, pomposa y ridículamente, como "Debate de Mujeres". En Antena 3. En horario de máxima audiencia. Para que lo vea toda España. Para que todo el país se entere de lo progresista y moderna que se nos ha vuelto la idiosincrasia a los de la vieja piel de toro.
Tan progresistas y modernos, oyes, que les hemos cedido a la Bescansa, la Arrimadas, la Robles y la Levy un espacio de charloteo para ellas solitas, para que se despachen a gusto y se refocilen en su feminidad hasta quedarse hartitas. Para que luego digan que las mujeres no tienen visibilidad, ni relevancia política, y sí techos de cristal. Por favor. Cómo vamos a consentir eso, con lo progresistas y modernos que somos. Eso se soluciona por la vía rápida, con una cuota de (dis)paridad a lo bestia: tres horas de televisión para su exclusivo disfrute, para que se exhiban en su coto de estrógenos, en su gineceo, tan "protas" ellas, tan monas, tan mujeres. Así, si alguna está atravesando esos días del mes y por el plató sobrevuela un ataque especialmente punzante, capaz de magullar la fina piel de una de las féminas y ésta, irremediablemente, prorrumpe en sollozos, todas sus compis de escaño rebajarán el tono de la bronca, para no violentarla, ni herirla, respetuosas con su menstruo, por aquello de la empatía. Porque las mujeres somos muy empáticas, por si no lo sabíais. Un ejercicio de empatía que resultaría inviable en caso de haber varones en la sala. De este modo, nuestras políticas juegan en igualdad de condiciones, en un entorno controlado de niñas burbuja, una fiesta de pijamas (o camisones), a salvo de que les salga al paso algún picha brava con sus virilidades. En fin, para que luego digan que no cuidamos al bello sexo, si las tenemos en palmitas, para que pueden sentirse seguras. Como con las compresas.
Si es que... tan progresistas y modernos nos hemos vuelto que ahora ya hasta segregamos a nuestras figuras públicas por sexo, como en los colegios de los tiempos franquistas.
Lo único es que, si queremos mostrarnos lógicos con esta lógica, el siguiente paso ha de ser -es de cajón- la convocatoria de un "Debate de Varones". Un campo de nabos en toda regla. Para que, a la hora de batirse, no se les corte la hombría. Si no, estaremos incurriendo en una desigualdad aberrante, completamente contraria a nuestro progresismo y modernidad. Y así, cada quien en su lugar, cada uno en su baño de damas o caballeros, y Dios en el de todos.
Ya se sabe que mezclar ha sido siempre, y será, una pésima idea.