jueves, 17 de noviembre de 2016

Burlando al destino

Ya un par de veces me he cruzado con un precioso Golden Retriever (sí, el perro del papel higiénico), que va ataviado con uno de esos chalecos indicativos de que está opositando a lazarillo. En efecto, esos canes regios y aplomados, que permanecerían impávidos y dueños de la situación incluso si debajo del rabo les explotara un petardo, investidos de una autoridad y un saber estar que para sí quisieran muchos mandatarios mundiales.
A ese envidiable dominio aspira nuestro diletante. Sus genes le han preparado para ello. Pero, de momento, más bien parece estar a por uvas. Cada dos metros, juzga que es cuestión de Estado detenerse para averiguar a qué huele el bordillo. O las nubes. Menos al frente, mira en todas las direcciones contenidas en la rosa de los vientos. De vez en cuando, le entra el capricho de quedarse clavado en el sitio, alarde de resistencia, por el simple placer de que lo arrastren. O da un respingo. Resumiendo: que las cualidades que lo adornan son las de tozudo, atolondrado y asustadizo.
Vamos, un perro tontorrón y disperso de los de toda la vida, que le hace la peineta (y la cobra) a siglos de selección eugenésica.
Puede que estos indicios tan poco prometedores no sean más que parte del aprendizaje, y acaben haciendo carrera con él. Yo prefiero pensar que se trata de uno de esos individuos que pasan olímpicamente de ser lo que deben ser.
A fin de cuentas, y termine de guía o no, igualmente será un perro mondo y lirondo la mar de fantástico.

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