miércoles, 10 de junio de 2015

Lección de 1º de Política

Ahí va una reflexión tal vez excesivamente perogrullera, pero creo que pertinente, porque es lo que tienen los perogrullos: a veces, de puro obvios, son como el elefante en medio de la habitación que nadie ve.
Ahí va: la etimología va a la raíz, y la raíz clarifica. Etimológicamente, la palabra "política" viene del término griego "polis", con el que se designaba a la forma de organización social que hoy equipararíamos a la ciudad. Es decir, que la política, en su concepción primigenia, desprovista de toda farándula y desvirtuación, es ni más ni menos, el arte de ocuparse de esa ciudad, de lo público.
Cuando un político subordina la política a sus intereses privados y a los de su comandita de paniaguados, normalmente en forma de prebenda espuria (léase "a la saca, y chupa del frasco, Carrasco"), acaba imputado o, en el mejor de los escenarios, como carne de cañón para las burlas de Wyoming. En cualquier caso, como un ser acreedor del desprecio público y representante de una de las profesiones más denostadas, justificante él mismo en cuerpo presente de ese denuesto.
En cambio, cuando un político se vale de la política para tratar de ampliar los derechos de los ciudadanos de la polis (derechos a los que él, por otra parte, no es ajeno y de los que, por tanto, también se podrá beneficiar con honra y legítimamente), esos mismos integrantes de la polis, en el ágora en el que ventilan los asuntos públicos (nuestras queridas redes sociales), se harán eco del legado de ese político, reconocerán su mérito y lo recordarán con cariño y agradecimiento. Eso ha pasado hoy con Pedro Zerolo.
Sencillo, ¿a que sí?

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