domingo, 1 de febrero de 2015

La magia de la radio y su onda expansiva

Venga, voy a contar una bonita y ñoña, por aquello de que es domingo por la noche y tal, y que hace un tiempito que no glaseo el pastel.
La historia proviene de fuentes fidedignas amén de eibarresas (léase mi querido Juanma Cano Gutiérrez, que me mantiene informada de las novedades que acaecen por esos predios norteños en los que me sentí tan en casa).
Hace ya dos años (mare mía... ¡dos años!) andaba yo con mi rutina de cuentos radiofónicos los miércoles y escribí uno con motivo de los Carnavales sobre la tradición del entierro de la sardina. En tono cómico y amable y tal. Total que llamó una señora a la radio para dejar constancia de que se había reído mucho y dar las gracias por ello (sí, en la radio local sientes la sensación, tan gratificante como de ciencia ficción en los medios de comunicación actuales, de que estás ofreciendo un servicio público valioso a la comunidad). El caso, que me pierdo, es que le pregunté a la señora cómo se llamaba. Jesusa. Se llamaba Jesusa. Y yo, agradecida por el detalle que había tenido la susodicha de tomarse la molestia de telefonear, le prometí que, en el siguiente cuento, algún personaje llevaría su nombre. Ahí acabó el episodio. Tras este trapicheo de onomástica literaria (que creo recordar cumplí como mujer de palabra), nunca más volví a hablar con Jesusa. No sé cómo es su cara. Ella tampoco conoce la mía.
Y el otro día, dos años después, (insisto), me cuentan que Jesusa (¡mi Jesusa!, exclamé con emoción) ha vuelto a llamar a la radio para pedir que, en la festividad de San Blas, que se celebra en Éibar dentro de dos días, vuelvan a emitir el cuento que escribí a propósito de esa señalada fecha, más de un año después de que mi voz dejara de escucharse en las ondas eibarresas.
¿Moraleja? Pues que yo no he visto en mi vida a Jesusa, ella no me ha visto a mí, intercambiamos unas palabras que podrían contarse con los dedos de la mano (bueno, igual también habría que tirar de los de los pies), y, sin embargo, yo me acuerdo de su nombre y ella se acuerda de mis cuentos. Y entonces es cuando te sientes capaz de determinar en qué consiste esa magia de la radio de la que todo el mundo habla y que, en cuanto a definición, se queda un poco en el aire: es, ni más ni menos, el cariño entre desconocidos que se conocen. Un cariño cuya onda expansiva llega sorprendentemente lejos. Y que, seamos redundantes, te deja con una onda la mar de buena.

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