martes, 9 de julio de 2019

Noche de verano


La ciudad es un animal de seda negra, domado, tranquilo.
Ya no ruge después de la tormenta.
Huele a tierra mojada. Es noche de verano.

Y bosteza. Se lame los labios.
Parpadea en millones de farolas tras el cristal.
Se traga el asfalto recalentado.
Devora lentamente esta noche de verano.

Se despereza, ronronea. Y bosteza.
Entreabre los ojos: se ven estrellas.
Ha refrescado. Regalo en la piel. Que se desata. La entregamos.
Nos dejamos vencer. Por la noche de verano.

Monta guardia a los que duermen.
Permite que se acurruquen y se estiren. Sopla. Y bosteza.
Un golpe de aire para quienes sueñan, y se rozan las piernas.
Sensualidad y abandono, susurra... la noche de verano.

La ciudad es carne y alquitrán; luces dadas en medio de la oscuridad.
Avenidas vacías —sólo los restos del día—, recorridas con prisa, aunque no haya adonde llegar. Y bosteza.
Recuerdos tan nítidos, de conservarlos en frío, y futuro por quemar.
¡Hasta mil! noches de verano más. Y, sin embargo, sólo el momento.
Se ha levantado corriente.

La ciudad pide que te abraces sin tregua a su madrugada. Huele a tierra mojada.
Ya no ruge la tormenta. La vida está fresca.
Pero el animal domado te manda a la cama.
Que descanses. Yo te velo, muy alerta.
Duerme. Y bosteza.
La noche de verano se queda despierta.

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