martes, 12 de abril de 2016

Con la A

Los chicos de Verne, de El País, han decidido homenajear a Cervantes en el aniversario de la segunda parte de su magna obra con una serie de artículos en los que definirán una treintena de palabras de escasa circulación en nuestra maravillosa lengua castellana. Han comenzado con ejemplares de esa adalid que es la letra A, como no podía ser menos.

En cierta ocasión, lancé la idea de fundar una ONG muy en consonancia con su iniciativa: Lexicógrafos sin fronteras, encargada de rescatar los arcanos de nuestro idioma al grito de "¡que vivan los palabros!". Como el mío no se trataba de un mero alarde, me he dedicado el último ratito a jugar con las treinta aes propuestas, metiéndolas a todas en un poema. Acá, el enlace al diccionario de Verne, para que se puedan consultar los significados:

http://verne.elpais.com/verne/2016/04/01/articulo/1459507843_386775.html

Y acullá, el poema. Con la A...


En el acmé me acarrazaré muy fuerte a tu cuerpo de arrancapinos, como un aurívoro al destello dorado que sorprende en la tierra, como un adarce a la superficie que salpica.

Y de mí sólo podrán decir que soy un aeronato, ya que volveré a nacer en el cielo al que me lleves, donde está proscrita la anhedonia, y adonde me dirijo con el ánimo alacre de un amonado, que ha quedado, tras beber de tus labios, atafagado de amartelamiento.

Cuando te sienta albanado, con las mejillas aún ardoradas tras la antuviada del placer que nos deje asobinados, velaré tu letargo, amaitinando con arrobo un aladar rebelde y agibílibus, no más que un ajaspajas que será, sin embargo, cuestión de Estado por brotar en tu cabeza.

Con la voz apianada, para no turbarte, te susurraré apenas, como la llama a su alcabor, y te prodigaré amoricones sin que te des cuenta, tan sigilosa como un animálculo.

O puede que, al verte así, lejos de mí, en el mundo de los sueños, sienta el asperillo de no tenerte, y mi alma se convierta en un arcidriche, donde las piezas negras del miedo ganen la partida, y entonces me asalte un amok que me haga despertarte.

Vendrá entonces la anagnórisis, el reencuentro tras habernos perdido. Y tú encontrarás mi corazón, ofrecido a ti, tan sólo una ambuesta entre mis manos.


lunes, 4 de abril de 2016

El niño que nunca debió crecer

Aquella noche de domingo, Peter Pan voló hasta Acacias para buscar al niño que no debía crecer y llevárselo consigo al país de Nunca Jamás. 
Al llegar, abrió despacito una rendija en la ventana y se coló furtivamente en el dormitorio en sombras. A la luz de las farolas, vislumbró arrebujado bajo las mantas el bulto del niño que no debía crecer. Se acercó de puntillas y, cuando estuvo junto a la cama, alzó de un tirón la sábana, diciendo con una sonrisa de triunfo:
-¡Vente conmigo!
La consternación de Peter Pan fue absoluta cuando comprobó que en la camita yacía un mocoso de apenas cinco primaveras al que ya le crecía un frondoso bigote poblado de canas, y que le regañó agriamente por haber manchado con sus dedos el cristal para abrir la ventana. Peter Pan se fue esa noche de allí solo y derrotado, de regreso al país de Nunca Jamás. La madre del niño que nunca debió crecer se le había adelantado. Aquella misma mañana había arrojado a la calle todos sus juguetes de un solo plumazo.