martes, 16 de junio de 2015

Del humor negro y otros pecados

Bueno, pues ya tenemos la primera dimisión sobre la mesa. Y no me parece mal, ¿eh? No creo que fuese especialmente necesaria , pero tampoco me sobra.
Simplemente, por aquello del matiz puntilloso, me gustaría apuntar algunas cosas.

Vamos a ver. Es cierto que la corrección política al final hace falta. Si no, acabaríamos cagando donde comemos, y eso está feo. Es la podadora que nos deja el césped igualadito y domesticado para que todos podamos salir a jugar sin peligro de que el taco de la bota se nos incruste en un terrón suelto y nos astille la rótula. La corrección política es exigible a nuestros representantes, porque, de algún modo, se supone que están dando la cara por todos. Pero cabe recordar que cuando el señor Zapata escribió esos tweets, hace cuatro años, sólo se estaba representando a sí mismo, y era muy libre por tanto de decir lo que le saliera de la punta de la húmeda (la lengua, mal pensaos).

Ya, bueno, pero esas declaraciones denotan la estofa moral del bicho, podréis alegar. Y aquí ya es donde el asunto me empieza a chirriar. Esos chistes macabros traslucen, como mucho, un redomado mal gusto, pero no más. El humor negro hay quien lo tiene, hay quien no, como la alergia a las gramíneas. Yo, particularmente, soy la primera a la que jamás le han hecho gracia esas burlas a costa del dolor de otra gente, ya sean judíos o Irene Villa. Pero se las he escuchado a miríadas de personas a lo largo de mi vida. Cuando las pronunciaban desconocidos, esbozaba una sonrisa ecuánime. Cuando había más confianza, no perdía la oportunidad de torcer el gesto reprobatoriamente y señalar lo desafortunado del comentario. Pero en ninguno de los casos he pensado que me hallara ante un nazi o una persona más proclive que otra cualquiera a perpetrar o aprobar prácticas de matarife.

El humor, sea negro, verde o amarillo, no tiene por qué implicar aquiescencia. Muchas veces, ya lo he dicho en alguna ocasión, no es más que un escudo para distanciarse del horror. Así pues, que no venga nadie a decir que se cree de verdad que el señor Zapata se identifica con el contenido de esos chistes, aunque no haya sido acertado en las formas. Todos hacemos comentarios crueles. Varios a lo largo del día. Todos tenemos un pasado y lo vamos dejando desperdigado como miguitas de pan.

Este señor tuvo la torpeza de propiciar que su miga se la tragara el pajarito azul, cuando él probablemente ni se imaginaba que algún día ocuparía un cargo público, y ahora el avecilla se lo pía a la opinión pública. Mala suerte. A apechugar y que cada palo aguante su vela. Pero por favor, lo de afectar indignaciones tampoco. Porque es hipócrita, es demagogo y es oportunista. A reconocer sin pudor que este resbalón ha venido de perlas, que arrimar el ascua a la sardina de cada cual es muy legítimo y más digno que las imposturas. Porque lo de las morales postizas, como los peluquines: cantan a distancia la Traviata y son de pésimo gusto. Casi tanto como los chistes negros.

Por cierto, Guillermo Zapata me dio un cursillo de una cosa muy pro y muy snob llamada "lenguaje transmedia", y la verdad es que no parecía tan mal tipo. Pero como para fiarse. Por sus gracietas los conoceréis.

miércoles, 10 de junio de 2015

Lección de 1º de Política

Ahí va una reflexión tal vez excesivamente perogrullera, pero creo que pertinente, porque es lo que tienen los perogrullos: a veces, de puro obvios, son como el elefante en medio de la habitación que nadie ve.
Ahí va: la etimología va a la raíz, y la raíz clarifica. Etimológicamente, la palabra "política" viene del término griego "polis", con el que se designaba a la forma de organización social que hoy equipararíamos a la ciudad. Es decir, que la política, en su concepción primigenia, desprovista de toda farándula y desvirtuación, es ni más ni menos, el arte de ocuparse de esa ciudad, de lo público.
Cuando un político subordina la política a sus intereses privados y a los de su comandita de paniaguados, normalmente en forma de prebenda espuria (léase "a la saca, y chupa del frasco, Carrasco"), acaba imputado o, en el mejor de los escenarios, como carne de cañón para las burlas de Wyoming. En cualquier caso, como un ser acreedor del desprecio público y representante de una de las profesiones más denostadas, justificante él mismo en cuerpo presente de ese denuesto.
En cambio, cuando un político se vale de la política para tratar de ampliar los derechos de los ciudadanos de la polis (derechos a los que él, por otra parte, no es ajeno y de los que, por tanto, también se podrá beneficiar con honra y legítimamente), esos mismos integrantes de la polis, en el ágora en el que ventilan los asuntos públicos (nuestras queridas redes sociales), se harán eco del legado de ese político, reconocerán su mérito y lo recordarán con cariño y agradecimiento. Eso ha pasado hoy con Pedro Zerolo.
Sencillo, ¿a que sí?

domingo, 7 de junio de 2015

Presente de cumpleaños

Ayer mi editor, y sobre todo amigo, Walter Ventosilla me hizo un regalo de cumpleaños bellísimo. Se trata de un fragmento en vídeo de la presentación de mi novela "Dime una palabra" en el Instituto Cervantes de Nueva York. Un momento que, hasta la fecha, tiene pocos rivales en la contienda de ser por derecho propio uno de los culmen de mi vida, por todo lo que suponía. Un momento que creía perdido en el fárrago del tiempo que ya pasó, pasto de lo efímero, y que, sin embargo, sin yo saberlo, quedó recogido para volver a mí casi tres años después, para el recuerdo, como un hermoso presente (que lo es en todas sus dimensiones: de obsequio, de ahora y de presencia). Siendo, como digo, uno de los momentos más importantes de mi vida, paradójicamente, mucha gente igual de importante, con quien habría querido compartirlo, no pudo acompañarme en él, por aquello de la tiranía geográfica. Ahora se puede enmendar y, juntos, revivirlo. Así pues, gracias por este regalazo.


https://www.youtube.com/watch?v=IpV9han_X-0&feature=youtu.be