jueves, 23 de abril de 2015

A la caza del periódico

Hoy ya han conseguido desconcertarme a las 7 de la mañana. Resulta que todos los días, llueva, nieve o caigan del cielo deposiciones de paloma, se forma a esa hora intempestiva en el Intercambiador de Plaza de Castilla una aglomeración de penitentes del 20 Minutos que se ponen en ordenada y paciente fila para conseguir su ejemplar. Conmovedora devoción la de esta romería, tal vez un tanto exaltada para algunos de mente práctica, pero nada del otro jueves en cualquier caso. Ya se sabe que, a lo del gratis, todos le hacemos ojitos.
Bueno, pues precisamente este jueves, no se ha formado la consuetudinaria cola. Yo, en mi letargo de indecente currita madrugadora, no me he percatado de esta ausencia hasta que, a mi lado en el paso de cebra, un hombre, con la cabeza vuelta hacia atrás, ha exhalado un imperioso silbido de pastor congregando al rebaño. Lo ha acompañado de un significativo "¡Epa!", voceado en la distancia y enfatizado con un movimiento de brazos con el que señalaba algo delante de él. He seguido la dirección de su mirada y he visto a una marabunta de gente desorientada, vagando errabunda por el Intercambiador como almas en pena, con caras de cordero degollado. Resulta que el repartidor del 20 Minutos hoy se la había jugado y, en vez de apostarse en la usual salida de metro, había plantado su carrito en la diametralmente opuesta. Malandrín. Bellaco.
Pero las cosas no iban a quedar así. De pronto, he sido testigo de cómo una horda de gente se arrojaba sin mesura a cruzar la Castellana a trote gorrinero. Y no es una estampa baladí. Estoy hablando de una cincuentena de personas, con una media de edad de 70 años, que no han dudado en ponerse los bastones y gayatas por montera y lanzarse con sus pasitos cortos y renqueantes a salvar la principal arteria de Madrid para coger un periódico de tres páginas como si no hubiera mañana. En estampida, como los ñus del Rey León que matan a Mufasa. A lo loco. Yo misma he temido morir arrollada por esta avalancha de jubilados madrileños desbocados. La prueba viviente de lo que ocurre cuando hay mucha demanda para tan poca oferta. Clase magistral de economía hecha carne. 
He llegado a pensar que quizás me había flipado y que en realidad llegaban tarde a algún sitio.
Pero no. En cuanto la manada ha alcanzado su objetivo (el carrito) han vuelto a ser los apacibles romeros de todas las mañanas, guardando irreprochable fila de precisión germana, a la espera de su periódico.
Cuando los agoreros llevan años vaticinando la muerte del papel, hay todavía un reducto de fieles que, por hacerse con uno, son capaces de arriesgar su vida de 70 años, bien o mal vividos, a las, recordemos, 7 a.m. Reconfortante comprobarlo en el Día del Libro.
A los compañeros del 20 Minutos, mis más sinceras felicitaciones. Visto lo visto, practicáis un periodismo cojonudo. Eso, o que el repartidor esconde algún tipo de droga entre las páginas.

martes, 21 de abril de 2015

El rojo en la paleta

Le preguntaban que por qué era roja. Le preguntaban que por qué era diferente. Le preguntaban que qué pintaba allí. Tan sin encajar en su descaro singular. Tanta rojez la suya entre tanta grisura uniforme. La roja trató de explicarse: "Soy la que soy. Intentad entenderme".
No convenció ni a los blancos, ni a los verdes, ni a los ocres. Qué incomprensible era que no hubiese nada que comprender.


viernes, 17 de abril de 2015

Una que se mete en todos los charcos

Cuando empezó este año tuve que tomar la decisión, enojosa por demás, de renunciar al teatro, porque entre el trabajo y el máster y el ruso no me daba la vida y no había más remedio y sí un tiempo limitado en el día y en la semana (24 horas, 7 jornadas). 
A día de hoy, 16 de abril, sin saber muy bien cómo, me encuentro de pronto con que sigo enrolada en todo lo anterior y con que no es que esté metida en una obra de teatro, sino que estoy metida en dos. Una en español y otra en ruso. ¿La única conclusión a la que puedo llegar? Pues que, en todito todo, igual que las cabricas: loca como ellas y tirando siempre al monte.
Luego me preguntarán que por qué no fumo y no bebo... pues porque ya veis que drogas de diseño no me faltan.



martes, 14 de abril de 2015

Cuando el periodismo es lo que debería ser

Uno de esos días en los que vuelves a casa sabiendo que sí, que pese a todo no te equivocaste. Que Gabo no lo decía por ser bienqueda sino porque tenía razón. El periodismo es el mejor oficio del mundo. El mejor de lejos, agrego yo.
Ése que te permite estar en un autobús a las diez de la noche, volviendo a Madrid desde un pueblo perdido, y hacerlo en un estado de emoción y felicidad absoluta. Porque una vez más, gracias al periodismo, has podido acercarte a la realidad de otra gente y saber que tal vez puedas hacerla un poquito mejor si cuentas bien su historia. Y te has partido de risa con tu compañero de fatigas fantaseando sobre cómo vais a poner a los malos contra las cuerdas porque entre manos lleváis el próximo Watergate. Y encima te han regalado una caja de palmeras de chocolate. Ésa es la forma en que nos compran a los periodistas. Bendita profesión de locos.

Otra forma de verlo

Efectivamente, todo depende de la luz con que se mire...