viernes, 12 de diciembre de 2014

No hay imposibles, sólo improbables

La hermana pequeña se despertó gritando en mitad de la noche. Los gritos eran tan espeluznantes que acudió junto a su cama con la sangre tan helada que no le corría por las venas. Para cuando llegó, la niña ya estaba incorporada. Había apoyado las manos sobre la almohada y se encontraba bañada en sudor. Los jadeos la ahogaban. Tenía los ojos perdidos, viendo todavía quién sabe qué.
-¿Qué te pasa?
La pequeña le devolvió una mirada estupefacta.
-Creo que fue una pesadilla.
Ante aquella declaración, sonrió de ternura y le pasó la mano por la frente, para restañarle el frío del mal sueño.
-Entonces ya pasó.
-¿Seguro?
-Tanto como que hay luna y sol.
-¿Ya estoy despierta?
-Lo estás.
-¿Y nada de lo que ocurrió en el sueño es real?
-Claro que no.
Pero le asaltó la duda y lo preguntó:
-¿Qué soñaste?
-Que me moría.
Un escalofrío le torsionó la médula espinal.
-¡Qué espanto!
Se quedó un instante en silencio, sin querer saber. Luego dijo:
-¿Cómo fue eso, niña?
-¿El qué?
-Que cómo te morías.
-Pues... la verdad es que fue raro. Porque no me morí como se mueren en las pelis. Quiero decir, que ni me ahogué, ni me quemaron, ni me mató la bala de un gánster... Lo que pasó fue que, de pronto, sentí que había cosas que no podía hacer, ¿sabes? Nunca me había ocurrido antes. Por eso me asusté. Soñé que en el mundo había cosas imposibles, que jamás podría cumplir, y, justo entonces... ¡me empecé a morir!
La hermana pequeña lo contaba incrédula. Seguía apoyada en la almohada. Ya no jadeaba. Pero, sin que ella misma se diese cuenta, habían comenzado a correrle por la cara dos regueros caudalosos de lágrimas. Ansiosa, le preguntó:
-¿Tú qué crees? ¿Tiene sentido lo que soñé? ¿Podría hacerse realidad algún día?
-Por supuesto que no -replicó con la boca hinchada de rotundidad-. No hay imposibles. Sólo improbables. Así que no tengas miedo y vuelve a dormirte.
-¿Y si tengo otra pesadilla?
-Eso no importa. Tú duérmete y sigue soñando.

Aún no era tiempo de que la hermana pequeña se hiciese mayor.






miércoles, 10 de diciembre de 2014

Cuento belga de "¿Qué me pongo en Navidad?"

Y aconteció que llegó la Navidad a Bruselas y la torre del Ayuntamiento se fue a comprar un traje con el que engalanarse para pasar las fiestas luciendo especial y hermosa. Volvió a la Grand Place a última hora de la tarde, cargada de bolsas por donde se le salían los ropajes. Había comprado el mismo modelo indumentario en distintos colores y se dispuso a probárselos todos delante del abeto que habían plantado en medio de la plaza a comienzos de aquel diciembre. Aunque la torre del Ayuntamiento aparentase indiferencia, era su más ferviente deseo impresionar a aquel árbol gallardo, ya que había comenzado a fraguarse un particular sentimiento por él en lo más profundo de sus cimientos. Y así fue como dieron comienzo las probatinas.
-Oiga, Abeto, ¿qué te parece este atuendo lila? Me queda como un guante, ¿verdad? 


Y es tan femenino, tan favorecedor, tan luminoso... Aunque tal vez resulte algo cursi, ¿no te parece? Y un poco ostentoso. Sí, sin duda lo es. Así que desechémoslo y veamos cómo me cae este azul...  






Aquel dilema existencial y cromático pudo con ella, y la torre del Ayuntamiento entró en una profunda crisis de desaliento. La alta costura podía desmantelarle la vida a cualquiera. Y para acabar de empeorar la situación, el abeto de sus ojos estaba ahí, parado en mitad de la plaza, siendo testigo de cómo su airosa aguja tocaba fondo. Sin poder contener los sollozos, decidió, a la desesperada, involucrarlo en su desgracia pidiéndole consejo, de modo que le dijo entre hipidos, sorbiéndose los carámbanos:
-¿Con cuál me quedo Abeto? ¿Cuál me sienta mejor? Decídelo tú, que yo soy incapaz. Con todos me siento un adefesio...
Y el árbol de Navidad, que era un filósofo de la escuela de los pragmáticos, ahogando un bostezo que removió sus ramas cargadas de luces, dictaminó:
-Pues a mí como más me gustas es desnuda.
Y tras quedarse muy pensativa un momento, la torre del Ayuntamiento devolvió al día siguiente todos los ropajes y, muy digna, se quedó el resto de las navidades en piedra picada.