sábado, 31 de marzo de 2012

Especial Juego de Tronos: Delicias de friki

Hoy se estrena en EEUU la segunda temporada de "Juego de Tronos", y, en consecuencia, "se acerca el merchandising al reino de la HBO"... Pero cuál no ha sido mi sorpresa al descubrir que en la tienda de este canal no sólo venden carcasas para el iPhone y el portátil, imanes, posavasos y demás cachivaches inútiles cuya única gracia reside en exhibir la imaginería GRRMartiniana, sino que acoge una colección de attrezo utilizado en la serie, lo que la convierte en un lugar de peregrinación ineludible para todo seguidor de la canción de hielo y fuego que se precie de serlo. Damas y caballeros, caminantes blancos, guardias de la noche, dothrakis, huargos y demás criaturas de los siete reinos, bienvenidos al museo del friki. Pasen y vean...
Camisetas con los rostros de los personajes, como ésta tan gráfica de Tyrion. Vale que después de cuatro mil páginas de convivencia le haya cogido cariño al enano, pero de allí a tener que llevarlo tan cerca del corazón...












El cuerno para proteger el muro













La armadura de Renly Baratheon















La corona de Robert

Soy una chaquetera. Cuando me conviene que me protejan los Stark, uso un escudo, y cuando hace más día de dragones, pues cambio de mano y empuño el de los Targaryen. Y me quedo tan ancha. Esto es lo que se llama jugar a dos bandas... o al juego de tronos. Aprendo deprisa.







Huevos de dragón














Vestuario, como estos modelitos de John Nieve y Daenerys


















Un pin de la Mano del Rey. Realmente, un cargo que pincha



















Para que los románticos se tomen el colacao





Y mi favorita: para los que pierdan la cabeza por esta saga épica... aquí tienen en bandeja, nada más y nada menos, que la mismísima de Ned Stark.



martes, 27 de marzo de 2012

2ª Entrega del viaje al oeste: Los Ángeles oro parece...

Érase una vez una tierra feliz llamada Los Ángeles. En ella lucía siempre el sol, sus habitantes vivían con sosiego y en manga corta, hacían footing con perritos que resultaban más pequeños que algunas ratas del metro de Nueva York, y el contorno pectoral de sus princesas era de una 150 gracias a la cirugía plástica. Sus bien dotadas maniquís son fiel reflejo de ello. Y los caballeros, con estos taparrabos tan elegantes, no se dejan amilanar.



A este paraíso terrenal del porno y del desenfado llegó la neoyorquina de adopción que suscribe, cargando con un abrigo negro que estaba tan fuera de lugar como su estrés oriundo de la Gran Manzana. Lo hizo dispuesta a constatar si era cierta la letra de una canción que reza "márchate de Nueva York antes de que te endurezca, márchate de Los Ángeles antes de que te ablande". La canción no mentía. El viaje de la costa este a la oeste vale por un traslado a las antípodas.

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Para empezar, el metro ni siquiera se mete bajo tierra, seguramente porque lo juzga demasiado deprimente, y porque hacerlo tiene unas connotaciones que pueden relacionarse en exceso con aquella monserga de que todos nos vamos a morir algún día. Y, ¿quién quiere pensar en la muerte teniendo la playa de Malibú al lado? Además, desplazarse bajo el asfalto implicaría desperdiciar algunos rayitos de sol. Y eso en la tierra del dios Ra constituye todo un pecado.Pero no acaban aquí las bondades del amplio e impoluto metro angelino. El subterráneo de casi todas las ciudades del planisferio suele tener una línea roja, una amarilla, otra verde, alguna azul. Como las fichas del parchís, vamos. Pero eso es para urbes corrientes y molientes. ¿Quién quiere esos colores vulgares si en Los Ángeles puedes viajar en la línea púrpura o en la de plata? Cierto es que hay una que sólo parece amarilla. Pero no os llevéis a engaño. En realidad es de oro. Aunque sea del que cagó el moro.


Los Ángeles puede frustrar al turista más avezado. Por mucho que escudriñes en el mapa qué visitar, cámara en ristre, no lo encontrarás. Y entonces, como no podía ser menos, acabarás en Hollywood. Y allí descubres que, efectivamente, en el cine nada es lo que parece. El Paseo de la Fama sólo es una avenida decadente con estrellas en el suelo. Con overbooking de estrellas, más concretamente. Ahora le dan una baldosa hasta al apuntador. O al que vende las palomitas. Parece que les sobraban en stock y que las tienen de oferta. Y qué queréis que os diga. Eso mata bastante el glamour.







Eso sí, tus suelas pueden tropezarse con estrellas tan curiosas como ésta de Charles Champlin. Sí, con "m". Cuando eso ocurre, te regocijas pensando que has encontrado una baldosa con una errata, y te dices para tus adentros: "Ay, esto es lo que les hacen en este país a los bolcheviques, por muy Charlotte que seas". Pero luego indagas un poco más y descubres que Charles Champlin no es el tipo de jugarreta que se gastaba a mala baba a los actores que figuraban en la lista negra de McCarthy, sino que en verdad existió un crítico de cine al que bautizaron así. Con todas las letras. Y te quedas más sabio y tan satisfecho, con la idea de que el Paseo de la Fama es como una enciclopedia Espasa al aire libre.





¿Y el teatro Kodak (por llamarlo de alguna forma y que nos entendamos todos, que ya ni nombre le han dejado al pobrecillo)? Pues el icono alfombrado de colorado por el que las estrellas pasean palmito en realidad es un centro comercial. Crash. ¿Qué ha sido eso? El ruido del mito al caerse.


Sin embargo, al lado del teatro chino (más feo que pegarle a un padre con un calcetín sudado) hay un área que compensa al desalentado turista. En su suelo, los más punteros del celuloide de los últimos cincuenta años han ido imprimiendo sobre el cemento fresco su firma, la huella de sus manos y sus pies, y una dedicatoria a un tal Sid, que luego descubres que fue el fulano que fundó el teatro, motivo por el que todos le querían tanto. Bueno, todos menos Humphrey Bogart, que para algo fue siempre un tipo duro.
















Yo allí comprobé que no tengo ma
nitas de niña, como dice mi madre. Yo lo que tengo son las manos de Gilda, con el guante una vez quitado.



Y todavía hay una compensación más. El cartel. Un cartel cutre si se mira objetivamente. Pero es el que hemos visto en la gran pantalla, alimentando nuestros sueños, desde que empezamos a sentarnos en butacas, en la oscuridad de una sala. Así que para qué negarlo. Fotografiarse con él hace mucha ilusión. Y la subidita al monte, salpimentado con casas de angelinos pudientes, merece la pena.















Como también la merece un paseo por la playa de Santa Mónica. Hablando pronto y bien: el atardecer en el Pacífico, broche de buen oro, y no de deposición de moro.



PD: se me olvidaba acabar esta entrada con propiedad: The End.

jueves, 22 de marzo de 2012

"Ocupa Wall Street" es un holograma

Vayan de antemano mis disculpas por si en el transcurso de esta lectura a alguien se le cae un mito. Los que crean que no van a poder soportarlo, que se vayan a la cama. Lo siento, señores, pero "Ocupa Wall Street" no existe. Habrá quien reivindique que sí, como los de Teruel (un cariñoso abrazo para mis aragoneses), pero la cruda realidad es que no es más que un holograma, manufacturado y empaquetado expresamente como producto de telediario. Sí, arrojo la piedra sobre mi propio tejado. Los periodistas tenemos culpa. No sé si toda, pero sí en gran parte. Sin embargo, como otro de los compromisos que adquirimos (sólo uno de tantos, ni siquiera el más importante) es decir la verdad, contaré la que yo viví. Me tocó cubrir una concentración en el parque Zuccotti en la que tres concejales hispanos iban a protestar junto a los indignados por la supuesta represión policial que sufrieron el pasado sábado cuando se habían reunido en ese emplazamiento para celebrar que pronto iban a poder pasar a ser considerados sietemesinos. Procedamos al derribo del mito.
En primer lugar, puedo afirmar que en España estamos más familiarizados con el parque Zuccotti que en Nueva York. Ese enclave con sugerente nombre italiano que campa por sus respetos en las páginas de "El País" y "El Mundo", en las que se ha instituido como un símbolo asociado automáticamente con la voz del pueblo que se levanta y la rebeldía civil ("sí, mujer, ¿cómo que no has oído hablar de él? De toda la vida de dios, Mari Pepa, el parque del Retiro y el Zuccotti, que pronto le quitará el puesto al Central Park, que no te enteras"), en su propio pueblo no pasa de ser un borrón en el callejero, desconocido hasta para la madre que lo parió. No es que me crea Gallup, pero la estadística (y aunque he de admitir que la muestra no es representativa) no miente: de seis personas a las que pregunté cómo llegar a Zuccotti, ninguna supo darme razón. A dos de los consultados les pregunté en el metro, a otros tres en una calle adyacente, y el último era un policía que regulaba el tráfico. La encuesta se podría haber titulado "¿Zucco-what?".
En segundo lugar, y ya en Zucco-what, me encontré con que había más periodistas que personas que hubieran acudido allí a gritar. Y eso siempre es una mala señal. Se trata de la prueba de que los medios de comunicación están pervirtiendo la realidad, dándole a un acontecimiento una entidad que no tenía por el mero hecho de cubrirlo en una proporción que no merece, lo que inmediatamente lo convierte en otra realidad, de otra dimensión, que no deja de ser prefabricada.

Y en tercer lugar, los que allí se habían congregado me dieron la impresión de ser más una compañía teatral ambulante, sin nada mejor que hacer entre gira y gira, que unos ciudadanos verdaderamente comprometidos y preocupados por una causa. Y, quizás, de eso volvíamos a tener la culpa los medios. Sabían que estábamos allí. Que tenían que representar un papel, y que cuanto mejor lo hicieran, durante más tiempo les haríamos caso. Una de las testigos de la operación policial narró cómo una chica se había quedado tendida en el suelo durante diecisiete minutos, "con la cabeza desprotegida sobre el cemento", y rodeada de policías. La estampa puede indignarte, incluso conmocionarte y motivarte a contarla con los ojos desorbitados, incrédulo. Pero ninguna desconocida, por muy en el suelo que esté, te hace saltar las lágrimas como si hubieses vivido la traumática experiencia de presenciar cómo a tu hámster Manolito le arrancaban las cuatro patitas, una a una, con unas tenazas. Porque eso es lo que parecía estar describiendo. Otro de los testigos, un ejemplar con una estética muy Woodstock, directamente los desacreditó a todos de un plumazo. ¿Que por qué? Pues porque precisamente parecía que no se había quitado el pañuelo que llevaba en la cabeza desde Woodstock. Y eso fue en el 69. Terminó de arreglarlo cuando explicó por qué no merecían que el sábado los desalojaran del parque: "No armábamos follón, no bebíamos. ¡Sólo celebrábamos San Patricio, que es una fiesta cultural!". Sí, claro. Efectivamente, San Patricio es un destacado exponente de la cultura. De la cultura de la pinta. Eso lo saben los chinos. Y que me perdonen los leprekauns y los tréboles.

Y ojo, con todo lo anterior no estoy diciendo si es o no loablebarraútilbarraapropiado participar en el movimiento "Ocupa Wall Street". Allá cada quien con sus convicciones. Lo único que digo es que "Ocupa Wall Street" es algo muy similar a los gambusinos. Pura milonga de Matías Prats.

Uno de los lemas que corean aquellos que mantienen la ficción es: "¡Somos el 99%!", en alusión a que los peces gordos de Wall Street únicamente constituyen el 1% de la población. Pero la realidad es que ellos sólo ascienden a otro 1% (incluso diría que menos, pero como siempre he sido muy mala con las matemáticas no me voy a poner ahora a enredar con los decimales). Así que, si un 1% son magnates, pongamos que otro 1% son indignados, ¿qué son el 98% de los neoyorquinos restantes? Pues son neoyorquinos a los que se la refanfinfla. Ni más ni menos. El 98% son americanos impasibles. Ya lo dijo Graham Greene.


lunes, 19 de marzo de 2012

1ª Entrega del viaje al oeste: Cómo pasar una noche en Las Vegas

Cuando llegué a la ciudad del vicio estuve a punto de interponer una demanda contra la compañía aérea por timo. ¡Me habían llevado de vuelta a mi casa de la costa este! Bien está que hubiera comprado el billete para visitar la capital del juego. Pero que me la jugaran a mí era una cosa muy distinta. Sin embargo, pronto caí en la cuenta. Las Vegas es otra Nueva York. Pero de cartón piedra.





Eso sí: al caer la noche, las lucecitas convierten a este Sodoma y Gomorra de pichiglás en algo mucho más aparente.







En esta capilla es donde Manuel y yo celebramos nuestros esponsales.














¿Quién puede no casarse si te ofrecen decir el sí quiero en una torre Eiffel de cartón piedra por 1.500 dólares que dan derecho a una sala de espera privada, un DVD de la ceremonia, un guitarrista y fresas con chocolate para dos?









Desgraciadamente, veintitrés minutos después de unir nuestras vidas para siempre, Manuel perdió todo su patrimonio en las tragaperras. Y entonces recordé que no habíamos hecho separación de bienes. Shit. Así que no me quedó más remedio que pedirle el divorcio.









En un acto de contrición, para intentar superar la crisis nupcial, mi recién estrenado marido apostó en otro juego, y ganó lo suficiente para hacerse con unas fichas canjeables por dos billetes falsos de cien dólares y un caramelo. Caramelo que se comió él. Semejante gesto de mezquindad por su parte confirmó la hipótesis de que nuestro matrimonio estaba abocado al fracaso. Así que nos divorciamos igualmente.






Pero como la ruptura fue en términos amistosos, de mutuo acuerdo y nadie sufrió demasiado, decidimos disfrutar de Las Vegas sin resquemores.







De modo que nos fuimos derechitos a ver esta fuente cabaretera tan apañada, cuyos chorros danzaban al son de la muy oportuna "Big spender". En Las Vegas, hasta las fuentes son golfas y sensacionalistas.


jueves, 8 de marzo de 2012

El músico del serrucho

Videorreportaje sobre el metro de Nueva York en su faceta de escenario. Atención a Moses Josiah. Tiene 82 años. Desde hace catorce toca el serrucho en la estación de Times Square. Aprendió a extraerle notas leyendo el artículo de una revista. ¿Qué necesidad tendrá este abuelo de levantarse cada mañana y disfrazarse de músico callejero? Él lo aclara con una amplia sonrisa de dientes blancos: no es por las propinas. "Disfruto haciendo feliz a la gente". Pues eso. No hace falta añadir más. Un grande.
http://terra.tv/videos/Actualidad/Noticias/7213-374990/Musica-en-el-metro-neoyorkino.htm

martes, 6 de marzo de 2012

Cuento neoyorquino del juego sucio

El tren B no podía dejar de preguntarse dónde estaba el secreto. Cómo se las ingeniaba el tren D para llegar siempre primero. Los dos trabajaban abnegadamente para la línea naranja de la Autoridad Metropolitana de Transporte del metro de Nueva York. Salían a la misma hora y seguían el mismo recorrido. Rodaban a la par, vía con vía. La primera vez que el D llegó antes que él, no se lo tomó a mal. Alguno de los dos tenía que ser. Pero, día tras día, la historia se repetía. El tren B incluso se apuntó a un gimnasio para ganar fondo, porque, aunque nunca les habían ofrecido un aumento de sueldo, intuía que, si alguna vez sacaban a relucir el tema, la bonificación recaería en ese letricuarta del abecedario. Sin embargo, de nada sirvió. Invariablemente, el D acababa tomándole la delantera. Cuando él llegaba resoplando, cargando a duras penas con sus impacientes y hastiados viajeros, el D, tan pancho, ya estaba allí desde hacía rato. Hasta que una mañana, en medio de un transbordo a la altura de Columbus Circle, descubrió todo el pastel: con la excusa de que era un "tren expreso", el muy fresco se saltaba a la torera la mitad de las paradas. Así cualquiera. Por eso, el tren B no lloró de frustración al volver aquella noche a las cocheras. Ahora ya sabía cómo poner remedio a su problema. Todo se solucionaría en cuanto dejara aquel caso de competencia desleal en manos de sus abogados. Estaba seguro de que al tren D lo iban a empapelar. El fraude de aquel caradura era de manual.



viernes, 2 de marzo de 2012

El grande de DeVito

Nueva York se está convirtiendo en un reencuentro con los mitos de mi infancia. Si hace unas semanas lo conseguía gracias a mi entrevista con Elvira Lindo, mamá de Manolito Gafotas, hoy tocaba tropezarse en mis correrías de plumilla-camarilla con el papá de Matilda, o sea, Danny DeVito. Qué grande (es un decir) hacerle una pregunta cara a cara (vuelve a ser un decir, porque la Paola Gasola que suscribe le saca una cabeza) a este gigante de la interpretación, y que te conteste mirándote directamente a los ojos. Un subidón que hace que la semana entera ya sólo por eso valga la pena. Y lo que es más: DeVito estaba allí, en la Biblioteca Pública, para fomentar la lectura, narrando a los niños cual entrañable y cachondo abuelito (que se llegó a descalzar para hacerle una foto a su propio pie) un cuento, "El Lorax", que promueve el respeto al medio ambiente. Los que me conocéis sabéis que no pudieron concurrir más ingredientes para que alcanzara mi especie de nirvana particular.
Por cierto, también participó en el evento Zac Efron (bastante mejorado desde que ya no tiene pelo de niña, todo hay que decirlo). Así que, ¡envidiadme, adolescentes hormonadas del universo! (La verdad, no sé si este chaval sigue siendo el objeto de deseo de las adolescentes hormonadas. Tengo que actualizarme, que hace mucho que no me compro la Súper Pop... de hecho, ¿¿no la cerraron??). Lo que sí pude constatar es que Efron despertó entre el auditorio de escolares de tercero de primaria el doble de aplausos que DeVito, lo que sirvió para hacerme sentir una vieja, perteneciente a otra generación. A esa generación que creció jugando a ser Matilda y que logró salir bastante decente sin que "High School Musical" hubiera llegado todavía a las pantallas.

Colarse en grandes cabeceras

28 de febrero.

Que te publiquen en El Mundo :)

http://www.elmundo.es/elmundo/2012/02/28/cultura/1330446156.html

Teología de andén

27 de febrero.

Una de la mañana. Vuelvo a casa tras haber presenciado la gala de los Oscar en un bar de Brooklyn. Es decir, donde Cristo perdió la zapatilla (luego se verá que estas alusiones bíblicas tienen su razón de ser y que no uso el nombre de Dios en vano, sino que sólo estoy creando el clima propicio). Me hallo en medio de un engorroso transbordo, a la altura de la calle 42, en un andén desolado, dejado de la mano de dios (he logrado encajar otra referencia. Estoy sembrada). De pronto, dos risueñas jóvenes afroamericanas se me aproximan. A la legua se ve que vienen dispuestas a hacerme una pregunta. Algo como si el metro va hacia arriba o de ese pelo. Vamos, la típica pregunta que hace todo ciudadano de bien. Pero lo que entiendo es algo como "¿crees que Dios es nuestra madre?". Parpadeo, slightly confused. Me humedezco los labios, para tomarme un poco de tiempo antes de responder. No se me ocurre nada mejor que "excuse me?". Me lo repiten. Pues sí. Les había entendido bien. En un tris estoy de llamar a Bibiana Aído para formularle una consulta de emergencia sobre qué dice la ley de género al respecto, no vaya a crear un conflicto diplomático contestando a la ligera. Pero entonces recuerdo que la crisis se cargó ese ministerio. Shit. Tendré que enfrentarme al dilema yo sola. Ay, Pajín, ¿dónde estabas cuando más te necesitaba?
Logro articular, entre balbuceos, porque me doy cuenta de que estoy diciendo algo muy solemne: "La verdad, no tengo muy claro que Dios tenga sexo". Mis interlocutoras me miran con bonhomía, con indulgencia, casi con ternura. Y encantadas de que les dé la oportunidad de acometer su buena acción del día (recordemos que es la una de la madrugada, es decir, les estoy brindando la oportunidad de hacer su buena acción del día nada más empezarlo. Después de eso, ya se pueden ir a casa a dormir con la conciencia tranquila. Soy el sueño hecho carne de cualquier buen samaritano). Una de ellas toma la palabra. Su expresión parece decir "oh, sweetie, honey, poor little and silly baby". Pero sólo me suelta: "Dios sí tiene sexo. Los que no lo tienen son los ángeles". La revelación de algo tan obvio me deja sin aliento. Y de pronto, mi interlocutora mete una mano en el bolso y me saca una biblia. Una biblia con el canto de las páginas en plata. Hay quien en el metro de Nueva York a la una de la mañana te saca una navaja y quien te saca una biblia. Cada uno tiene sus preferencias. Entonces empieza a pasar las hojas con soltura. Ris ras ris ras. Comienza a señalarme pasajes, en los que figuran palabras como "bride". ¿Quiere decirme que Dios es una novia? Al final me quedo con la idea de que, como Dios creó a Adán y Eva a su imagen y semejanza y Adán y Eva eran hombre y mujer, Dios es una especie de hermafrodita. Como los caracoles. Entonces llega un metro y la de la biblia se precipita a cogerlo, en busca de más prosélitos. Pero la otra se queda conmigo, dispuesta a alumbrarme el camino. Habla y habla, mientras yo la miro con la misma expresión de póker que se me ha tallado en la cara desde hace un rato. Me invita a que, si quiero estudiar el tema más en profundidad, mañana sin dilación me pase por no sé qué sitio para unirme a sus investigaciones. Y que le dé mi número de teléfono. Le replico que ya las buscaré yo por Internet para ponerme en contacto. Mientras lo digo me percato de que es la excusa de escaqueo más estúpida que se me podía haber ocurrido, y que no me va a servir de nada. Pero en ese momento llega mi metro y empiezo a creer. Eso sí es un regalo enviado del cielo, bajado directamente desde las alturas al subterráneo para salvarme. Alabado sea el Señor.

Una de salami


26 de febrero.
Prosigue el tour de garitos que fueron localización cinematográfica. Este sábado tocaba cenar en una mesa sobre la que pende un cartel que nos recuerda que allí fue donde Harry conoció a Sally. Y donde ella vivió una experiencia que desean que todas las féminas podamos disfrutar. Por si alguien no la tiene en mente:


Yo me tuve que conformar con un bocadillo de salami (embutido que, por cierto, en un alarde de conmovedor patriotismo, los propietarios del local recomiendan que las madres envíen a los hijos que tengan en el ejército). No obstante, en el idioma de Shakespeare suelen calificar a lo logrado en términos culinarios de "orgasmic". Así pues, daré el objetivo por cumplido. El bocadillo no me dejó a medias.

Barra libre

20 de febrero.

Noche de domingo (hoy es fiesta en EEUU, día del Presidente. God bless Lincoln & cía!) transcurrida en el Bar Coyote. En el de verdad, en el de la peli. Antro sacado de la más castiza carretera de la ruta 66 en pleno corazón de Manhattan. Todo un mural de pegatinas alusivas a la América profunda tapizando el local. Un centenar de sujetadores arracimados en las paredes, cual trofeos de caza o motivos decorativos de Navidad. El legendario pez que alguien pescó en un lago de Michigan, tras una cruenta batalla de diez horas con el sedal, presidiendo la función. Baños hediendo a lejía. Dos camareras pertrechadas con megáfonos, dispuestas a usarlos de la forma más borde posible, embutidas en tela vaquera y cueros que dejaban poco a la imaginación. Una parroquia de camioneros hechos a la medida de la televisión por cable y los aperitivos salados. Música country atronando desde una máquina a monedas. Y la barra... El imán de la barra. Estaba allí. Como el Everest. Así que sucedió. No podía no pasar. Lur Idoy y yo acabamos subidas en ella. Siempre podré contarlo a las generaciones venideras. Yo la pisé. Yo estuve allí. Bailando encaramada en la barra del bar Coyote.

Celebricidio

19 de febrero.

Los jalones con los que algunos periodistas miden su carrera son las celebridades a las que han "matado". Que si dos papas, que si tres presidentes, que si un torero... Yo acabo de inaugurar mi lista de homicidios involuntarios. Jamás habría imaginado a los quince años, cuando me salían los gallos al llegar a las notas altas del "I will always love you", que cubriría el funeral de esta mujer. Iré solicitando la condicional.

Cuento neoyorquino del fraude legitimado


18 de febrero.

La habían bautizado como "Totally naked fragance". Y todos la llamaban así, complacidos y convencidos de que ése era su verdadero nombre y de que le sentaba como un guante. Que hacía honor a su esencia. Pero ella sabía la verdad. Ella sabía que no era más que una encimera de cocina de la casa de la Barbie escala 1:1. Y que jamás sería otra cosa. Pero la habían expuesto en el MoMA. Y eso marcaba toda la diferencia.

Can you believe it?

14 de febrero.

La pequeña Marta cubre en su propia calle un tiroteo entre la policía y un criminal que terminó siendo abatido. El agente se recupera de sus heridas. Y, por si fuera poco, un apuesto abogado treintañero, cuya novia le dejó el día de Navidad, le acaba pidiendo el teléfono. Todo en apenas una hora. Al salir del trabajo. La película se llama Nueva York, amigos.

De película

12 de febrero


Asistir al estreno de "Chico y Rita" en uno de los principales escenarios de la película y acabar entrevistando improvisadamente a Fernando Trueba. Cosas que suceden en Nueva York un sábado por la noche.

Divina periodística comedia

10 de febrero.

Empieza la Semana de la Moda en Nueva York. Ayer me tocó cubrir un desfile con el que famosas como Gloria Estefan pretendían concienciar sobre la importancia de que las mujeres prevengan las enfermedades cardiacas (primera causa de muerte entre las latinas). ¿Balance? Podéis verlo en imágenes:


¿La trastienda? Cuatro horas kafkianas de "señorita, usted no está acreditada", "oiga, sí", "ah, pues es verdad, pero sólo para el backstage", "oiga, no"... total, para que al final te dejen pasar igual. Eso sí, para presenciar quince minutos escasos de lucimiento de palmito. Pero ellas eran divertidas, preciosas, los vestidos espectaculares, así que se les perdona todo. Incluso tener que volver a la Redacción, en cuanto terminó el show, a las nueve de la noche, para montar el vídeo. Y para hacerlo, tuve que coger el metro. Y literalmente, hacerlo supuso descender al inframundo, en picado, desde las alturas del glamour. Ni Dante lo habría hecho más rápido. Alguien había potado todo el vagón. Rectifico. No "había", porque seguía haciéndolo. Y eso me regaló una de las mejores definiciones del periodismo que me han dado en mucho tiempo. Los periodistas cruzamos del cielo al infierno con tanta naturalidad que al purgatorio no le da ni tiempo a enterarse de que pasamos.
Y, sin embargo, quizás el purgatorio sea nuestro sitio, porque, por mucho que deambulemos por cielo e infierno, al final no nos quedamos a vivir en ninguno de los dos.